07.03.2016 09:33

Walterio Carbonell: análisis de una teleología afromarxista

 

 

En el campo de la historiografía oficial, la última década del siglo XX cubano se caracterizó por el reajuste de los enfoques históricos para una actualización de la teleología. El enfoque marxista de la economía y de la política sufrió modificaciones que justificaron, en cierta medida, la permanencia de la revolución cubana en el nuevo contexto mundial, cuando se suponía que la misma sufriría los embates asoladores del cambio de la Europa del Este. Pero otro gallo ha cantado entorno al enfoque del marxismo hacia la religión. Éste se ha mantenido invariable, porque lo que se hace visible al ojo humano en materia de economía y política, en materia de religión sucede al contrario.

Desde esta perspectiva, la ideología marxista apenas ha sufrido reajustes. El secularismo predominante en Europa ha contribuido a rearmar, en materia de nuevos conceptos, tanto a los nostálgicos del comunismo en Occidente, como a los caudillos del Tercer Mundo de línea marxista. En el caso del chavismo y el indigenismo radical, la negación o el desconocimiento del tema religioso por parte de las mayorías a las que someten, incluyendo a no pocos intelectuales, les ha permitido meter en el mismo saco, sin discernir, a las culturas y a las religiones autóctonas, para de esta forma obtener un nacionalismo amorfo sobre el cual sustentar sus egos al margen de un subproducto aparentemente eficaz:


 

LA SUPERSTICIÓN.


 

Ya desde la segunda mitad del siglo XIX el novelista ruso Dostoievski, entre otros, había flirteado con las entonces de moda corrientes socialistas. Las pruebas de las influencias que dichas corrientes filosóficas ejercieron en él, pueden rastrearse en no pocos de los personajes de las novelas escritas en su etapa de madurez, así como en la distancia que toma de los mismos para regresar a su peculiar manera de hacer teología: “los socialistas lo calcularon todo, excepto la naturaleza humana”.

Y es en la naturaleza humana donde radica el epicentro de la cuestión. La lógica indica que, a partir de la universalidad de la naturaleza humana, es que deben partir los análisis para no extraviarnos con las utopías, es decir, para analizar las cosas como son en realidad, en vez de como nos gustaría que fueran.

En un ensayo publicado en Cuba en 1961 y esbozado en el número 6 de la revista Islasii: Cómo surgió la cultura nacional, el autor confiesa sin ambages su enfoque marxista-leninista de la Historia.

Carbonell, al asumir explícitamente dicho enfoque en su ensayo, le cierra las puertas al análisis imparcial cuando simplifica la ecuación: masas oprimidas buenas, contra burguesía reaccionaria mala. Este enfoque maniqueísta de la Historia, y por lo tanto atractivo a la pereza intelectual de los futuros glosadores de la revolución cubana, se salió de la vía convencional al tomar una pequeña curva que lo colocó en el índex de la temprana teleología castrista: olvidar que no convenía que todos los burgueses –en el caso suyo todos los eurodescendientes- fueran reaccionarios.

Otro error que lo sacó de la ortodoxia de los primeros treinta años de revolución, fue el de no tener en cuenta que el marxismo-leninismo era una doctrina atea. En un momento del ensayo, en el que tocante al tema de la cultura cita a Lenin para afirmar que “en toda cultura nacional habían dos tradiciones; una reaccionaria y una progresista”, Carbonell, de cara al castrismo sesentista, “yerra” al identificar, lo progresista de la cultura cubana, con los ritos de origen africano. Políticamente incorrecto antes de 1991, por haber sido Cuba hasta ese año un Estado ateo, y políticamente incorrecto después, cuando el populismo nacionalista latinoamericano se apropió de sus culturas y religiones autóctonas para revitalizar las cuestionadas utopías europeas o mejor: el “eurocentrismo”

Desde fines de los noventa el chavismo y el indigenismo radical de Evo Morales, al igual que el “afromarxismo” de Carbonell, equipara religiones a culturas. Solo que Carbonell lo hace con una rebelde candidez, mientras que el populismo y el indigenismo lo hace con astucia fría. Carbonell, marxista declarado, acude a una supuesta pureza de los africanos, en cuanto los mismos no estuvieron “contaminados” porque jamás formaron parte de la burguesía reaccionaria durante la gestación de la cultura nacional, lo que le hace suponer que idealmente estuvieron por encima de los que, “hipócritamente”, según palabras suyas en alusión a los Aldana y a los Del Monte, planearon la nación dentro de palacios construidos sobre la base del trabajo esclavo.

El populismo y el indigenismo, por otra parte, sabe que el radicalismo de Carbonell no va a ningún lado; o sea que es poco práctico. Necesita, eso sí, de las culturas-religiones autóctonas para echarlas a pelear contra Occidente en su conjunto, en específico contra el “imperialismo yankee”, y de esta forma consolidarse en el poder absoluto. Sin embargo, y como paradoja, justifica dicho antiimperialismo con un denominador común: la latinidad hispana, por lo que se mide un poco más a la hora de increpar a Europa. Entre otras cosas, porque sabe que es absurdo competir con un país asentado únicamente sobre una cultura-religión que, ni tan siquiera, llegó a evolucionar lo suficiente para rebasar un estado mitológico parecido al que tenían los europeos en la edad de piedra, e inventarse un sistema filosófico sólido con el que presentarse como civilizada ante el concierto de las naciones modernas.

Ambas tendencias, el populismo y el “afromarxismo”, se distinguen de la ortodoxia del tronco que las engendra y del que en lo adelante tomarán distancia, por una peculiaridad: el hecho de hacerle estratégicos ajustes a la teoría marxista de la religión, que ésta cataloga como “opio del pueblo”. Los populistas, al considerar como positivas dichas religiones -es decir, ya no son opio porque no conviene que lo sean para poder fusionarlas a la idea de cultura nacional- elaboran sus enfoques teóricos desde perspectivas ateas. Y como dichas tendencias nunca se han esforzado en comprender la religión desde dentro, sino desde las corrientes socialistas, terminan confundiéndola con la superstición. Y aquí llegamos al punto.

Félix Varela sintetizó la superstición como la religión en el entendimiento humano; como cada cual ve las cosas o se figure verlas. Según él, la religión era una en sí misma, más la religión en el entendimiento humano era varia, incluso infinita. No hay dogma ni culto nuevo si el mismo no es universal o conforme a los principios de lo universal, escribió, y esta afirmación la dio como clave para aprender a discernir la una de la otra. Con la idea de lo universal hacía referencia a la naturaleza humana tal cual era, no tal y como queríamos que fuera. Universal era el amor, así como universal era el derecho a la libertad para elegir entre el bien y el mal: libre albedrío. Con su prosa decimonónica llamó monstruo a la superstición, y a la misma dedicó una serie de cartas de contenido teológico y filosófico.

¿Qué tiene que ver esto con el tema que nos ocupa: el enfoque de Walterio Carbonell?

Que la superstición en los últimos tiempos va a la ofensiva, reclamando el derecho individual de cada hombre a inventarse su propia religión. ¿Merece la pena tanto alboroto? La respuesta es… quizás. Porque superstición es no comer carne de cerdo basándose en la interpretación literal de la Biblia, un hecho inofensivo. Pero lo es también inspirarse en la yihad islámica para inmolarse en un avión lleno de pasajeros contra un rascacielos, un hecho terrorista. Superstición es ir al espacio y de regreso a la Tierra declarar bajo una ovación “estuve en el cielo y no vi a Dios”, basándose en el ateísmo marxista, un hecho inofensivo. Pero también lo es sacrificar doncellas al dios sol, un hecho criminal. Superstición es arrodillarse ante la imagen de un santo, un ícono de la Virgen o un ídolo africano para pedirle una Gracia, sin tener idea del simbolismo del acto, un hecho inofensivo. Pero lo es también echar una brujería en la puerta de la casa de la familia del rival, un acto de terror psicológico.

Coincido con él cuando afirma que del catolicismo hispánico se sirvieron las clases dominantes en la Cuba prerrevolucionaria y colonial. De hecho de la superstición, como hija legítima en primer lugar de la ignorancia y por ende vulnerable al oportunismo, no escapó la inmensa mayoría de los cubanos, ricos o pobres, curas o legos, que profesaron la religión católica. El analfabetismo en masa fue una lacra en todos los continentes incluido el europeo hasta casi el siglo XX, en que la situación empezó a revertirse. Pero es que resulta cuestionable el enfoque sobre el que se asienta, cuando afirma que el catolicismo a través de su milenio largo de existencia no fue otra cosa sino un instrumento de los ricos para someter a los pobres porque el mismo predicaba la sumisión, sin tener en cuenta el aporte decisivo que hizo dicha institución al cultivo de la inteligencia humana desde la ciencia, la fe y la razón, y con la ayuda de la red de institutos, colegios y seminarios que diseminó por todo el mundo, llegando a haber países que solo contaron con dichos centros de enseñanza durante la mayor parte de su historia.

No termino de hallarle lógica a una contradicción clave del enfoque afromarxista de los seguidores de Carbonell: aceptan a la democracia como el sistema universal de gobierno que es, llegándolo a reconocer como el más justo que han sido capaces de crear los hombres, sin reparar que los primeros pasos de la misma tuvieron lugar en el seno de la cultura europea. A la democracia sí se le acepta como universal. En cambio al resto de los intentos e incluso logros de dicha cultura por arrojar luz sobre la idea de lo humano-universal, se le descalifica como extranjerizante, discriminador, o “eurocentrista”.

Si en los dos siglos anteriores los nacionalismos y las ideologías causaron choques de dimensiones catastróficas, en el siglo XXI las mayores catástrofes han tenido otro origen: la cuestión religiosa y cultural. Por ende, el enfoque histórico “afromarxista” de Carbonell, en mi opinión, debería ser revisado a fondo. Antes de desenmascarar razas o culturas culpables, deberíamos prestarle más atención al cáncer de la superstición como una de las raíces de la que parten hoy la inmensa mayoría de los males del Tercer Mundo, que sumerge a los pueblos en la ignorancia y los deja indefensos al discurso oportunista y mesiánico de toda clase de caudillos.


 

i Éste ensayo lo escribí en 2009 para la ya desaparecida revista Islas; de ahí que hable del chavismo y del indigenismo con la desactualizada actualidad con que lo hace. Por razones ajenas a mi voluntad nunca lo envié.

ii Revista especializada en temas afrocubanos editada en Miami, órgano oficial de Afro-cuban Alliance INC, entre 2006 y 2013.

 

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Lázaro Castell