06.12.2015 08:58

¿Vale la pena enfrentar al cártel de La Habana?

Parte IV

Se saludan Juan Manuel Santos y Timoleón Jimenez tras la firma de los acuerdos. Foto: Ladyrene Pérez

Estados Unidos y el Cártel de La Habana.

Que el Cártel de La Habana se erija como agencia empleadora para las futuras empresas extranjeras que inviertan en la Isla, confiscando a los trabajadores un 90% de su salario según las leyes actuales, garantiza una ciudadanía lo suficientemente vulnerable como para abstenerse de reclamar derechos ciudadanos. Vulnerable no solo desde el punto de vista económico, sino desde el punto de vista legal, pues será imposible no “dejarse sobornar” por los empleadores extranjeros, quienes compensarán el bajísimo salario nominal, pagando un salario real por la izquierda. Esto último matizará la alianza entre el Cártel y el ciudadano: me hago el de la vista gorda para que ganes tus cuatro pesos, a cambio de que me seas leal en el terreno político.

Y de la otra parte, las empresas extranjeras que inviertan en la Isla gozarán de garantías nominales al estilo del doblepensar orwelliano, pues, en la práctica, la única ley que no deberán transgredir será la ley de leyes: la lealtad incondicional al Cártel. O sea que, la falta de garantías legales reales, será compensada con el ejercicio de la lealtad al Cártel que, en compensación, se hará el de la vista gorda ante cualquier ilegalidad, siempre que le toque algo en el pastel.

Ahora bien, ésto podría funcionar con casi todo el mundo, pero casi que no tanto con los Estados Unidos. Dentro de los Estados Unidos el Cártel como es lógico tendrá su clientela, por ejemplo los políticos y empresarios de los Estados agricultores del centro del país. Pero… resulta que en el sur de la Florida están los cubanoamericanos, los de la vieja guardia, reclamando lo que el Cártel les arrebató a sus antepasados. Éste grupo de empresarios, políticos, profesionales, artistas e intelectuales que ha conseguido hacer lobby dentro de la política norteamericana en contra del Cártel, ha sido y seguirá siendo la piedra de toque. De ahí el mote con que se le descalifica en los medios de difusión castristas: Mafia cubanoamericana de Miami.

Desde la perspectiva de un cártel, el mote cobra sentido. Ex compañeros universitarios del Capo como Luis Posada Carriles, así como sobrinos políticos del Capo como los congresistas norteamericanos Lincoln y Mario Díaz-Balart, son algunos de los miembros del lobby que, dado el vínculo personal que alguna vez tuvieron con el Capo y dada la sicología de Capo de éste último, hace que el mismo no vea en el lobby un grupo de presión política prodemocrática para su país de origen, sino una banda rival.

El acatamiento de ésta perspectiva tiene varios factores en su favor. En Latinoamérica la favorece la demagogia populista a la que es proclive el latinoamericano medio, siempre dispuesto a culpar a los ricos de sus males. Y en el caso de las élites que ostentan el poder, muchos de ellos fueron o refugiados o clientes políticos del Cártel de La Habana durante los 60, los 70 y los 80; así que de nuevo aflora la lealtad sentimental, no obstante la misma estar apuntalada con el chantaje en el que podría incurrir el Cártel en caso de traición, que dichas élites deben tener abiertos sendos expedientes en los archivos de la policía política cubana, amén que vivieron en el monstruo y saben que la venganza es inherente a la sicología del mafioso; que no llevarla a cabo podría sentar precedentes.

Dado éste contexto, el otro gran enemigo del Cártel de La Habana sería el enemigo común de todos los cárteles: los servicios de inteligencia de los Estados Unidos. Si cárteles pequeños en comparación como los colombianos o los mexicanos causan problemas que cuestan millones al presupuesto norteamericano, imagine los que podría causar uno a solo 90 millas de sus costas, con el control absoluto de un territorio de 110 mil km/2, una población sometida de 11 millones de habitantes, y una posición geográfica semejante a una barrera natural frente a la América del Sur y central. Para un Cártel de La Habana legitimado por los Estados Unidos, sería solo cuestión de tiempo el crear su propio lobby dentro de la política norteamericana, y con una capacidad de cabildeo muy superior a la de su “banda rival”, o sea el lobby cubanoamericano, ya que éste último estaría obligado al cumplimiento de leyes objetivas y al control fiscal que ejercerían todo tipo de organismos nacionales e internacionales, mientras que el Cártel gozaría de libertad absoluta para violar las leyes de dichos organismos, en nombre de la sacrosanta relatividad de todos los puntos de vista.


 

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Lázaro Castell