13.12.2015 10:02

¿Vale la pena enfrentar al cártel de La Habana?

Parte V

A la derecha, la guerrillera Tanja Nijmeijer baila en un campamento de las FARC.

 

Depende de para quién valga la pena. Para el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, lo mismo debe dar. Para la mayoría de los gobiernos latinoamericanos, lo mismo debe dar. Para el resto del mundo, lo mismo debe dar. Todos o casi todos, desde el punto de vista moral y subjetivo, es cierto que apoyan el cambio político, el fin del reinado del Cártel dentro de la Isla. Sin embargo hacen lo mismo que hace el Cártel con el tema de los derechos humanos: firman el pacto, pero no lo ratifican garantizándolo con leyes. Todo no pasa de ser una cuestión moral, una táctica que no va más allá de una formalidad, de un reclamo de la conciencia para oponerse al mal, donde la realidad objetiva parece indicar que se opte por dicho mal que, a fin de cuentas, no parece ser más que un mal menor, sin posibilidades de erradicarse, al menos, a corto y mediano plazo.

No deben opinar lo mismo los servicios de Inteligencia de los Estados Unidos, quienes saben de sobra que el Cártel sería, dentro de su territorio, una cabeza de playa para las potencias que dan un ojo de la cara por ver ciego al status quo norteamericano. Y ni hablar del santuario y/o corredor para el narcotráfico que de manera “legal” empezaría a operar en Cuba. Para dichos servicios de inteligencia la derrota del Cártel antes de que se haga más fuerte es lo que se constituye en el mal menor, no al revés.

Tampoco sucede lo mismo con el lobby cubano, el exilio histórico, así como un sector de las últimas generaciones de expatriados; únicos grupos en donde el deseo de justicia, la añoranza, el desarraigo y un sinnúmero de sentimientos encontrados, prevalecen a la hora de elegir entre el luchar o el borrón y cuenta nueva.

Por último estamos los cubanos de adentro. No la masa de nuevas generaciones que abrió los ojos al mundo el último cuarto de siglo, en medio de la miseria material pero sobre todo moral a que nos condenara el Cártel en 1989, cuando se desentendió de su pueblo para ocuparse única y exclusivamente de su propia supervivencia. No esta masa, sino la levadura: los que nunca nos adaptamos. Los que por habérsenos ido el tren de la vida, ya no tenemos nada que perder. Los que a una muerte anónima por deshidratación huyendo del Cártel en medio del mar, preferimos una muerte por deshidratación en una de sus mazmorras, una muerte útil, una que trascienda.

El Cártel se lo juega todo al factor Tiempo, a la Circunstancia del enmarañarse en una lucha cuyo fin no se avizora, subestimando que, justamente, es dicho factor Tiempo y Circunstancia el que empuja, a las excepciones de la regla, a darlo todo en una lucha en su contra. No por aquello que dijera Martí de que “cuando hay muchos hombres sin decoro, hay hombres que llevan en sí el decoro de muchos hombres”, no. Son otros códigos los que rigen el siglo XXI. O tal vez los mismos, pero enfocados de otra manera.

Se trata del proyecto de vida que no se llegó a realizar por culpa . El viajecito a Venezuela, la plaza de administrador con acceso a recursos, la película que te financiaré o el libro que te publicaré a cambio de lealtad, son prebendas que no funcionan para todos. Por lo tanto no se trata de si luchar contra el Cártel vale o no la pena. Se trata, para el que lucha, de una mezcla de altruismo y de venganza personal. No predomina la búsqueda del éxito, si éste se compara con el alcance de la gloria. Se trata de arar con los bueyes que se tienen; con los bueyes que obtuvo quien logró colarse en las grietas del presupuesto, o con los cáncamos que adquirió con el sudor de su frente quien no se coló.

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Lázaro Castell