10.04.2016 10:07

Capitulo cubano de la leyenda negra espanola

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"Si los españoles van al cielo, yo no quiero ir" Con éste cliché anticatólico fuera de contexto arranca la enseñanza de la historia de Cuba en las escuelas primarias.
 

En la jerga criolla, se alude al envenenamiento. Suele decirse que los cubanos estamos envenenados tras cincuenta años de… propaganda antiamericanista, anticapitalista, tercermundista, indigenista… A mí, por ejemplo, me costó trabajo hacer justicia a las guerrillas que operaron en el Escambray en la década del sesenta. Mi primera reacción fue la de calificar de reaccionario, y valga la redundancia, aquel ejemplar de la revista Encuentro que, echaba por tierra, la oficialistamente constituida teoría del bandidaje, achacada a dichos grupos guerrilleros. Me llevó tiempo desarraigar de mi psiquis profunda la huella dejada por películas, seriales de televisión, telenovelas, aventuras y literatura, que pertinazmente demonizaron la acción y los verdaderos objetivos de dichos grupos armados.

El envenenamiento por demagogia, tiene en el español Julián Juderías un teórico clave. En su La leyenda negra, aparecida en 1914, Juderías llama la atención sobre el conjunto de opiniones negativas vertidas sobre España en función de la labor de la misma en América, por parte de sus más acérrimos enemigos, especialmente Inglaterra, con el objetivo de atacar los intereses y mermar la influencia de la que entonces era la mayor potencia de la tierra.

En el capítulo de la Inquisición, tema medular en la leyenda… Juderías subraya que la misma no representa nada extraordinario dentro de la época, ni más ni menos cruel que otras instituciones de Alemania, Inglaterra, Francia o Suiza. No obstante dejar claro en el libro que no la defiende por considerarla un tribunal cruel, la sitúa en el contexto de la época al subrayar que fue un instrumento en manos de los Reyes para mantener en la Península la cohesión espiritual que faltó por completo en los demás países, lo cual impidió que España fuese teatro de guerras de religión que hubieran causado un número de víctimas infinitamente superior al que se atribuye a la represión inquisitorial más exagerada de sus detractores. Por éstas opiniones se le llegó a considerar reaccionario, aunque más tarde su biógrafo demostrara que, en realidad, Juderías fuera un destacado regeneracionista.

Se plantea que Inglaterra fue pionera en el fomento de la leyenda… a través de los incipientes medios masivos de comunicación, en este caso la imprenta, con la edición del anticatólico Libro de los mártires, de Jonh Fox. Tres siglos más tarde los descendientes de estos pueblos, asentados al norte del nuevo mundo, heredarán las tácticas demagógicas de sus antecesores para emplearlas en sus fines expansionistas sobre el antiguo imperio español. En el capítulo cubano de la leyenda…, la política norteamericana incursiona en una versión actualizada de la misma para justificar su intervención en lo que su historiografía llama la Guerra de Cuba. Un edicto oficial en la Inglaterra de 1570, dispone que toda catedral y hogar de cualquier miembro del clero disponga de un ejemplar de la segunda edición del Libro de los mártires de Fox, entre otras razones, para incentivar el nacionalismo a través del odio al “enemigo”. Tres siglos después en América cambian las formas, pero no los objetivos. Los magnates de la prensa neoyorkina, William Randolph Hearsy y Joseph Pulitzer, mantienen una tenaz lucha por obtener una mayor circulación de sus respectivos periódicos en Nueva York. A ambos se les atribuye la creación de un nuevo estilo de periodismo difamatorio, que habría de ser conocido como prensa amarilla. La guerra hispano-estadounidense se considera un punto de inflexión tanto en la historia de la propaganda, como en el uso de dicho tipo de periodismo. Hearsy y Pulitzer enviaron corresponsales a Cuba para cubrir el conflicto, los que, al no ser capaces de obtener informes fiables, acabaron por inventarse la mayor parte de las historias publicando artículos sensacionalistas, aludiendo a informantes de dudosa procedencia.

Archivo:Entrada triunfal de los navios estadounidenses tras la victoria en Santiago de Cuba.jpgentrada triunfal de la armada norteamericana en Santiago de Cuba

En el capítulo cubano, en su etapa del castrismo, la leyenda negra española ha sido llevada y traída según la conveniencia del momento. Así un inusual Elpidio Valdés irrumpe en 1995 en coproducción con España, en la época del gobierno socialista de Felipe González y el apogeo de las inversiones españolas en la isla. El tema central del mismo, sin éxito, alude a una descontextualizada frase atribuida a Maceo, de preferir unirse a los españoles en caso de intervención norteamericana. Cuatro años después, ya en el gobierno del derechista Aznar y gracias a Hugo Chávez, Castro puede darse el lujo de poner fin a la luna de miel con España abriendo un inciso de la leyenda… El mismo reclama para Cuba el estatus de primera víctima de lo que luego sería el fascismo, equiparando la reconcentración de Weyler a los futuros campos de exterminio nazi.

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campesinos cubanos desnutridos, víctimas de la reconcentración de Weyler

Si bien los primeros Elpidio Valdés logran identificar a mi generación con el personaje y su cerril expresión del patriotismo, el resto de los intentos de fomentar la leyenda…, a través de dibujos animados, fracasa. Los hacendados españoles de la serie animada El negrito cimarrón, ni remotamente alcanzan la frescura matizada de los soldados peninsulares de Elpidio… Las ocurrencias de los panchos de este último, brillan por su ausencia entre los aristócratas y el prelado de un negrito… demasiado cliché para la inteligencia del público al que es destinado. A diferencia del simpático aunque negativo general Resoplez, Don Cacafuco resulta un engendro difuso y nada creíble del peor guión estalinista. Un esperpento condenado al fracaso, con el que la demagogia castrista pretende demonizar la cultura europea, y de paso granjearse la simpatía de la africana.

 

El Negrito Cimarron cuba

el negrito cimarrón, animado cubano que intenta sublimar la cultura africana y burlarse de la europea

A partir de los años noventa, con el regreso de la política nacional a un laicismo controlado, la manipulación de las religiones de origen africano se constituye en una táctica clave para mantener en el brasero el capítulo cubano de la leyenda negra española. En el boom de la salsa que señorea la música de los noventa, abundan las referencias a las deidades de origen africano. Lo mismo que en los policíacos de factura nacional que hacen historia en ese período, con personajes que encarnan a sacerdotes yorubas y a practicantes de la llamada santería, casi todos con el perfil de “revolucionarios incomprendidos” en sus tradiciones.

El sacerdote, el feligrés católico, brilla por su ausencia durante esa década y las siguientes. De hecho, en medio siglo de castrismo, acaso un solo personaje televisivo haya encarnado a uno: el Padre Miguel, de la telenovela Sol de Batey. No es de extrañar que a fines de los noventa o inicios de los 2000, no recuerdo exactamente, una publicación católica, en uno de sus artículos, se queje de la velada intención del gobierno de “vender”, como religión nacional a las de origen africano. No es de extrañar la observación si nos fijamos en los dramatizados que nos llegan de Brasil, país con el que guardamos no pocas similitudes, donde no hay objeción alguna en poner ambas tradiciones nacionales en la balanza.

El motivo es elemental al adoctrinamiento estalinista. Las religiones de origen africano carecen de un sentido civilista que se proyecte más allá del yo y el tú, más allá de la lógica consultor-consultado. Consultado que “pide” salud, dinero o prosperidad para él y su familia, y consultor que “ilumina” lo que debe hacer y ofrendar para obtenerlo. O sea, que, de las religiones, es la que menos hace peligrar el adoctrinamiento. Mientras que la religión traída por los conquistadores, por el contrario, hunde sus raíces en encíclicas que condenan explícitamente al comunismo, y que lo enfrentan y lo cuestionan fuertemente en el terreno social.

En el ámbito académico, la leyenda… campea a sus anchas. En su capítulo cubano da inicio con la rebelión de Hatuey, que se instala en nuestra cultura popular con el “no quiero ir al cielo si para allá van los españoles”. Así lo recoge la historia, en el sentido demagógico y poco objetivo del contexto. Cuando el niño termina de escuchar el relato de boca del maestro, queda con la sensación, ya para toda la vida, de que fue la iglesia quien quemó al indio rebelde. Es más; queda la iglesia española como aplastadora del primer conato de cubanía. En ningún momento se le explica que la hoguera fue uno de los castigos más comunes de la época hacia los rebeldes, ni que la conquista fue llevada a cabo por hombres analfabetos, aventureros, ex presidiarios y toda clase de elementos con apetitos y ambiciones, que nada tuvieron que ver con el espíritus excelso del padre Las Casas, de Juan de la Cruz, Ignacio de Loyola o Teresa de Jesús.

Más para acá, en el tablero cronológico, la historiografía castrista se da a la tarea de simplificar el fenómeno del sincretismo religioso criollo arrojando otro leño a la leyenda... Acá se saca de contexto la idea de la evangelización como un atenuante –casi nada efectivo, vale reconocer, pero atenuante al fin- a la barbarie y codicia de los hacendados ya sean criollos o peninsulares, así como de políticos y funcionarios corruptos en el tiempo España…

No obstante al saldo positivo que arroja el sincretismo criollo como uno de los pilares de la cubanía, tal vez el que más contribuye a fusionar las dos principales culturas que hoy hacen lo cubano, la historiografía castrista mata dos pájaros de un tiro al distorsionar, el complejísimo fenómeno, en dos o tres oraciones fáciles de digerir: los esclavos, para evitar la represión religiosa, el “fuerte” adoctrinamiento católico, disfrazan sus orishas con los nombres de los santos traídos desde España. Así, de paso, el castrismo se agencia un argumento más a la teoría de la religión-opio-del-pueblo, y suma otro en favor del mito de liberador de la población de color.

Sin embargo en mi imaginación no cabe la idea de un hacendado o un mayoral, católico fanático, adoctrinando con fervor a los esclavos. Cabrá en la de un Tomás Gutiérrez Alea en sus intentos de hacer del cine un arma de la lucha de clases, pero no en la mía. En la mía cabe el aristócrata o burgués explotador, el asesino, el violador, el sádico indiferente a los asuntos religiosos, y cabe, es justo reconocer, el hacendado piadoso que hace todo lo que está a su alcance para reducir al mínimo el sufrimiento del otro en una circunstancia que heredó. Pero no cabe el católico fanático.

Entre los esclavistas norteamericanos, tal vez alguno haya mandado a azotar esclavos en el nombre de Cristo. Pero en países de ascendencia católica, como Cuba y Brasil, el adjetivo fuerte no ensambla con la idea del adoctrinamiento religioso.

Basta con un simple discurrir: cada feligrés protestante es también un ministro religioso, independiente a la capacidad intelectual que tenga o no para interpretar las Escrituras a su albedrío. Contrario al feligrés católico, al que no se le exige, porque no es deseable, un esfuerzo intelectual más allá de sus posibilidades, precisamente para evitar su caída en el fanatismo. La libre interpretación de las Escrituras se enmarca en los fundamentos protestantes (fundamentalismo), no en la doctrina católica, que se decanta por interpretar las Escrituras a la luz de la Tradición. Por otro lado, el celibato de los curas siempre ha sido objeto de resquemor por parte del machismo hispano, que por lo general relega los asuntos religiosos –la asistencia a la misa dominical- a las mujeres de la familia.

Una de las razones de Juderías para justificar su teoría de la leyenda negra…, es que el arranque de la misma coincide con el Siglo de Oro español. La literatura y el arte clásico, por naturaleza, además de requerir de un clima de libertad, no admiten manipulaciones. Así que no es de extrañar que el arte serio de la época no de fe de su existencia. No es de extrañar que la leyenda…, para universalizarse, haya tenido que esperar la distorsión centenaria que supone un par de siglos de tardanza para hacerlo en el XIX de manos de dos grandes: Goya y Dostoievski, según Edward Peters en su libro Inquisition, de 1989.

Algo parecido ocurre en el capítulo cubano. El mismo tiene que esperar a la segunda mitad del siglo XX para tomar forma en la academia castrista con su fuerte aparato de propaganda antiamericana, antiespañola y anticatólica. No obstante, aún la literatura de ficción no se ha hecho eco de la teoría del sincretismo no ya como dialéctica espontánea, fecunda y evolutiva, sino como imposición degenerativa calculada por la clase dominante. Acaso el ensayo, con mayor o menor acierto, ha sido quien más ha coqueteado con la leyenda… Porque ni siquiera los dramatizados televisivos, de la peor factura, han logrado llevar a la ficción el fenómeno de marras.

Tiene que esperar a la segunda mitad del XX, porque en la primera mitad no hubiese tenido efecto. Esto debido a la fuerte inmigración peninsular que evita la idealización de supuestas malvadas costumbres y creencias de los españoles. Pero ya en el castrismo, el proceso de envenenamiento por demagogia arranca en las escuelas y universidades instalando procesos mnémicos que la mayoría de los estudiantes que, independiente al nivel de inteligencia, arrastrarán de por vida. Así que el cliché de la revolución que “hace persona” al cubano de la etnia africana, que no solo lo libera del racismo sino que “desenmascara” el oscurantismo de la religión “impuesta” por la clase dominante en el pasado, bebe directamente de la leyenda negra española en su capítulo cubano.

 

i Publicado originalmente en la revista Identidades, de la Afro Cuban Alliance

 

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Lázaro Castell