15.02.2016 10:25

Grandes obras de la literatura universal. El Maestro y Margarita



 

Es una calurosa tarde en el Moscú entreguerras de los años treinta. En un banco, a la sombra de unos tilos junto a los Estanques del Patriarca, Berlioz, jefe de un sindicato literario llamado Massolit así como director de una revista, encarga al joven poeta Iván (Desamparado), corregir un poema antirreligioso de la autoría de éste que, desafortunadamente, no cumple ciertos requisitos ideológicos. Lo importante –explica a Desamparado- no es decir que Jesús fue malo, sino dejar claro que no existió como persona, que no es más que un mito.

Un raro y distinguido personaje que escucha desde otro banco, se presenta e interviene en el debate: para mí, como extranjero, es extraordinariamente interesante eso que acaban de decir – arguye luego de afirmar que esa mañana, en el desayuno, discutió acerca del tema con el filósofo Emmanuel Kant, muerto hace más de cien años.

  • Pero algo ahí me preocupa –continúa el misterioso individuo-. Si efectivamente Dios no existe, ¿quién conduce la vida de la humanidad y todo el orden en la Tierra?

  • El mismo hombre la conduce –se apresura a decir el poeta ante una cuestión tan clara.

  • Disculpe –prosigue el desconocido- para conducir algo se necesita tener un plan exacto de un plazo más o menos razonable, digamos que mil años. ¿Cómo puede hacerlo el hombre, si ni tan siquiera está seguro de que mañana estará entre los vivos?...

Ni Berlioz ni Desamparado saldrán ilesos de este encuentro con un Satán recién llegado al Moscú de las purgas y los gulags. Berlioz morirá a las pocas horas decapitado bajo un tranvía, mientras que Desamparado irá directo a un manicomio a donde conocerá al Maestro, un autor amargado luego que, el rechazo de su novela histórica sobre Poncio Pilatos y Cristo, lo ha conducido a una desesperación tal que ha quemado su propio manuscrito y dado la espalda al mundo real, incluida a su amada Margarita.

La vida del autor, Mijaíl Bulgákov, es imposible deslindarla de la novela. Al igual que el personaje del Maestro, en 1930 Bulgákov quema la primera versión de ésta su obra cumbre, luego de enterarse que otra de ellas, Cábala de santurrones, ha quedado proscrita. Se le acusa de ser demasiado antisoviético, lo que le cuesta diez años de ostracismo de cuya rehabilitación se ocupa Stalin en persona, a través de una llamada telefónica luego de haberle escrito a éste pidiéndole abandonar la URSS. Rehabilitación a medias, porque en realidad el tiempo que pasó en el Teatro de arte de Moscú tuvo que soportar un constante acoso por parte del NKVD, que llegó a registrar su domicilio y a detenerle en más de una ocasión, boicoteando su verdadera inclusión social.

Son muchos los niveles de lectura que pueden hacerse de ésta obra que tiene para todos los gustos. Podría uno decantarse por la parodia que hace del ateísmo oficial. Bulgákov lo pone sobre el tapete desde el comienzo de la misma, con un Satán burlándose de la incredulidad del par de literatos. Sin embargo, en lo personal, el nivel de lectura que más disfruté fue la crítica a la sociedad de la época, presente de manera muy sutil a lo largo de toda la novela a modo de farsa.

Aflora la misma desde el primer capítulo cuando los literatos, antes de examinar el poema bajo la óptica del Realismo socialista, deciden merendar en la cafetería cercana en cuyo cartel se anuncian cervezas y refrescos. Agua mineral no hay –dice la dependiente molesta por alguna razón-, y cerveza no habrá hasta por la noche; solo tenemos refresco de albaricoque, y está caliente. La mala calidad de la bebida que mantendrá eructando a los literatos mientras polemizan con el extraño caballero, es el preámbulo de una denuncia a los pésimos servicios gastronómicos a la población, como se verá más adelante en comentarios que hacen los escritores en la sede de su sindicato: la casa Griboyédov

La noticia del repentino accidente de Berlioz no llega de inmediato al Massolit en cuya sede con restaurant –la casa Griboyédov- aguarda una docena de literatos para una reunión. Aburridos de esperar al ya decapitado presidente, los literatos bajan al salón a bailar y a pellizcar las ofertas a las que tienen derecho gracias al carné de escritores que poseen. De pronto llega la terrible noticia y surge la idea de redactar un telegrama colectivo y enviarlo de inmediato. Pero, ¿a quién, para qué y a dónde, si a estas horas los forenses deben estar cosiendo al cuello la cabeza del director antes de echarlo en la caja? Es todo, no sobrecarguemos el telégrafo –murmuran. Él murió, pero nosotros estamos vivos.

 

Se alzó la ola de dolor, se sostuvo, se sostuvo, y comenzó a retroceder cuando alguien volvió a su mesita y, primero a escondidas y luego abiertamente, bebió su vodka y mordisqueó algo. En verdad, ¿para qué perder las croquetas de pollo? ¿En qué ayudamos a Berlioz al quedarnos con hambre, cuando en verdad estamos vivos?

 

Más adelante Voland –nombre que adopta Satán en la novela- y su banda de pillos, incursionarán en el teatro de Variedades en lo que es considerado, literariamente hablando, una obra maestra de la sátira a la doble moral en que degeneran las masas populares cuando son adoctrinadas a golpe de terror.

Resulta que el espectáculo de magia negra en el que Voland y su séquito hacen llover billetes de a diez rublos sobre los más dos mil espectadores, se ve constantemente interrumpido por un conocido animador que, ejerciendo también función de comisario cultural, se inclina porque el mago dé al público una explicación racional de sus trucos.

 

  • Bien ciudadanos, ahora acabamos de ver un caso de la llamada hipnosis masiva. La experiencia científica nos demuestra, mejor que nada, que ningún milagro ni la magia existen. (…) Ahora, ciudadanos, verán cómo esos billetes desaparecen con la misma rapidez con que aparecieron.

Aplaudió sin que nadie lo imitara. Sus palabras no gustaron al público. Se hizo un completo silencio que fue roto por Fagot.

  • Esto es, nuevamente, un caso de lo que se llama mentira –anunció con gruesa voz de tenor- los billetes, ciudadanos, son verdaderos.

  • ¡Bravo! –gritó alguien desde lo alto.

Los actores, hartos del impertinente comisario cultural que es quien único teme a las consecuencias que tendrá para él una apología pública de los milagros, deciden arrancarle la cabeza con el beneplácito de los miles de espectadores, para luego colocársela pero dejándolo ya enloquecido.

Ya sin este personaje y sin nadie que vigile, cuando el público está en libertad de dar riendas sueltas a las -por años reprimidas- pasiones por los gustos y la vida burguesas, Voland y su séquito, en el escenario, montan una boutique que cambia gratis ropa vieja por el último grito en París.

 

Los espectadores se intranquilizaron, pero nadie se decidía. Finalmente, una morena de la décima fila de las lunetas, que sonreía como diciendo a mí qué me importa, se levantó y subió al escenario.

  • ¡Bravo! Gritó Fagot-. Saludo a la primera visitante. Hipopótamo, una butaca. Comencemos por los zapatos, madame.

(…) Minutos más tarde, la morena regresó con un vestido tan maravilloso que por las lunetas corrió un gran suspiro. (…) Entonces la sala se alborotó y de todas partes las mujeres fueron al escenario. (…) Desaparecían tras la cortina, dejaban allí sus vestidos viejos y regresaban con nuevos. Sobre taburetes de patas doradas estaba sentado todo un grupo de damas que enérgicamente taconeaba en la alfombra persa con sus nuevos vestidos.

 

 

Sin esperarlo nadie Voland decide cerrar la tienda que ya es hora, queda solo un minuto, y el caos se arma cuando las mujeres que aguardan se abalanzan a por lo suyo y entonces sí tiene que intervenir la milicia. Al día siguiente el Variedades es la comidilla en todo Moscú, no se habla de otra cosa que no sea la cantidad de mujeres que salió del teatro a la calle en ropa interior.

Otras dos escenas para recordar conforman el capítulo 28, la primera de las cuales se desarrolla en un Torgsin –versión rusa de nuestras shopping-, donde Koróviev y el diabólico gato negro Hipopótamo, transformado en un no menos diabólico gordito bigotudo, causan estragos.

 

  • Aquí solo se admiten divisas –dijo el portero con voz ronca e irritada y los miró por debajo de sus cejas grises, despeluzadas, como si estuviesen comidas por polillas.

  • Querido –dijo el Koróviev y un ojo le brilló bajo los impertinentes rotos- ¿de dónde sabe que no tengo? ¿Juzga por mi traje? Nunca haga eso, queridísimo guardia. Puede equivocarse y muy gravemente.

Después causar estupor tragando mandarinas con todo y cáscaras así como pescados crudos, nuestros comensales suben al techo y explotan como globos antes ser capturados por la milicia e incendiar este bochornoso lugar a donde no puede acceder el pueblo trabajador.

No se ha apagado el incendio aun cuando aparecen en la casa Griboyédov, protagonizando una escena en la que el autor se da gusto satirizando la sede de la UNEAC soviética.

 

  • Sí, sí, es la casa de los escritores. Sabes, Hipopótamo, muchas cosas buenas y halagadoras se ha dicho de esta casa. Pon atención a ella. Es agradable pensar que bajo ese techo se ocultan y maduran infinidad de talentos. (…) Y qué emoción tan dulce envuelve el corazón cuando se piensa que aquí madura el futuro autor de Don Quijote, Fausto o el Diablo sabrá, de Almas muertas.

Los pillos deciden merendar en éste, uno de los pocos lugares de Moscú a donde se come bueno y barato, cuando chocan con la portera

 

  • Sus carnés –asombrada, la mujer los miró.

  • Le ofrezco mil disculpas pero, ¿qué carnés? –dijo Koróviev sorprendido.

  • ¿Ustedes son escritores?

  • Sin duda –dijo Koróviev con dignidad.

  • Sus carnés –repitió la ciudadana.

  • Encanto mío –respondió Koróviev con dulzura.

  • Yo no soy ningún encanto –interrumpió la ciudadana.

  • Oh, qué lástima. Bien, si usted no quiere ser un encanto, lo cual es muy desagradable, no lo sea. Bien, para convencerse que Dostoievski era escritor, ¿acaso era necesario pedirle un carné? Lea cinco páginas de cualquiera de sus novelas y se convencerá, sin necesidad de ningún carné, que se trata de un escritor. Además, supongo que él no poseía ningún carné. ¿Qué piensas, Hipopótamo?

  • Apuesto a que no tenía.

  • Usted no es Dostoievski –dijo la ciudadana.

  • ¿Quién sabe?

  • Dostoievski murió –agregó no muy segura de lo que decía.

  • Protesto –dijo Hipopótamo con ardor- Dostoievski es inmortal.

La escena termina con el administrador invitándolos a pasar y sirviendo la mejor mesa, pero es una trampa. Al poco rato aparece la milicia, dispara a la cabeza de los pillos, y éstos explotan como pompas de jabón haciendo que del horno salga una lengua de fuego que incendia el toldo de la terraza y por extensión arde la casa entera; toda una metáfora que por sí sola bastaría para que la burocracia cultural censurara ésta obra que solo vio la luz 26 años después de escrita y muerto el autor, y ello en una versión que censuraba el 12% del texto.

Las partes omitidas, con indicaciones relativas a su ubicación, fueron publicadas como samizdat. Un año después vio la luz la versión completa en una editorial de Fráncfort, Alemania occidental, pero no fue hasta 1989 cuando se editó la versión definitiva.

En fechas recientes, con motivo de la feria del libro de La Habana dedicada a Rusia, fue editada la novela en Cuba, así como transmitida por televisión una serie basada en la obra.

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Lázaro Castell