abril 2011

GLORIA NO DEJO QUE LE REQUISARAN EL BOLSO

Fue en el punto de control de la autopista Habana-Melena. Los sumisos pasajeros del camión la miraron azorados. “¿Tiene orden de registro?”, preguntó ella a la agente. “No”, dijo la inexperta joven, quien, desorientada por el imprevisto, la bajó del camión imputándole desobediencia.

Antes, la policía se limitaba a pasar con dificultad entre la compacta masa de viajeros. Ya por último, con el mayor descaro, pide cínicamente de favor que se bajen los que no van sentados para requisar con comodidad, si es que quieren llegar pronto a la capital.

La gente, con tal que el viaje de dos horas no se prolongue a tres, se las pone fácil y se apea borregamente del transporte. Mientras un oficial le pide los papeles al conductor, otros dos se encargan de abrir los bolsos y mochilas de los viajeros en busca de pescado, langosta, queso, yogurt o puré de tomate, que son los productos “ilícitos” que más se trafican en dicha ruta.

El conductor paga diariamente al policía su derecho a no volver a ser molestado por los autos con sirenas azules, que como aves de rapiña patrullan la autopista. Éste avisa al resto de sus congéneres para informar si ya pagó o no el impuesto. Y lo mismo ocurre con los camiones particulares que abastecen los agros de La Habana. Solo que éstos pagan mucho más –mil pesos cada vez- para ahorrarse los controles.

Y en cuanto a los pasajeros, siempre hay alguno que coge miedo y deja la mercancía bajo el asiento. Los policías preguntan “¿de quién es esto?”, y como no sale nadie, decomisa el paquete y luego se lo reparte.

Pero aquella tarde dieron con Gloria, que se plantó en tres y medio, y cargaron con ella para la estación de Managua. Por supuesto que en el bolso no llevaba nada comprometedor. Allí averiguó por el inciso del código penal que la obligaba a abrir el bolso en plena calle sin orden de registro, y no supieron qué responder.

Multada con veinte pesos por desobediencia, hizo una reclamación que fue denegada. No pagó en el tiempo establecido, y le duplicaron la multa. Una noche se apareció en su casa la patrulla. Visiblemente molestos, le entregaron el alegato que habían redactado para que ella lo firmara. Habían recorrido treinta kilómetros fuera de su horario laboral, y no se explicaban por qué tanta consideración. De haber tenido la oportunidad le hubiesen dado un escarmiento. Ella, por su parte, les firmó el papel con un rotundo “no estoy de acuerdo”.

Días después, en el tribunal, le aconsejaron pagar la multa y hacer la reclamación. Gloria recalcó que no, que por dignidad no la pagaría. Un par de meses después un emisario tocó a su puerta con un recibo. Que le echara tierra al asunto, que ellos mismos se la habían pagado.

Desde entonces la policía se ha aguantado un poco. Ya no revisan con el descaro con que lo hacían hace apenas unos meses. Los luchadores que trafican langosta o yogurt están de plácemes. A mi me gustaría decirles que le agradezcan a Gloria, mas no lo hago porque sospecho que ese no es el motivo de fondo.

Nuestros gobernantes se están mirando en el espejo del mundo árabe, y han puesto sus barbas en remojo. Más de cinco férreas dictaduras desestabilizadas, y todas por un verdulero que se negó a ser chantajeado por la policía. La seguridad del estado sabe que en esos camiones el pueblo sudado, estresado y apretujado, arde de rabia contra el gobierno cada vez que es sometido a semejante de humillación.