junio 2011

CHÁVEZ, EL MAESTRO Y MARGARITA. VERSIÓN LIBRE.

  • Pero algo ahí me preocupa –afirmó el diablo y los ojos le brillaron-. Si, efectivamente, Dios no existe, entonces surge la pregunta. ¿Quién conduce la vida de la humanidad y todo el orden de la Tierra?

  • El mismo hombre la conduce –se apresuró a contestar Chávez ante una cuestión no muy clara.

  • Disculpe –dijo con suavidad el diablo-, para conducir algo se necesita, de alguna manera, tener un plan exacto de un plazo más o menos razonable. Permítame preguntarle ¿cómo puede el ser humano dirigir si está privado de la capacidad de formular cualquier plan, incluso de breve duración, digamos mil años, él, que ni siquiera puede estar seguro de su propio día de mañana? En realidad –aquí el diablo se volvió para el anciano barbudo que escuchaba atento a su izquierda- imagínese usted, por ejemplo, que empieza a dirigir y a disponer de los demás y de sí mismo. En general, por así decir, le toma el gusto y de repente… bueno… se le presenta un sarcoma pulmonar –el diablo sonrió dulcemente, como si la idea del sarcoma pulmonar le produjera satisfacción-. Sí, un sarcoma –repitió la sonora palabra y entornó los ojos igual que un gato-, y he aquí que vuestra dirección terminó. Ningún otro destino, con la excepción del suyo propio, le interesará. Sus seres queridos comienzan a mentirle. Usted, comprendiendo que algo no anda claro, se arroja a los brazos de los sabios médicos, luego de los santeros e incluso de los charlatanes. Tanto lo primero, como lo segundo y lo tercero no tiene sentido, y usted mismo lo sabe. Y todo termina trágicamente. Aquél que, poco tiempo atrás, pensaba que dirigía, de repente yace inmóvil en una caja de madera y los que le rodean, comprendiendo que ya no es nadie, le incineran en un horno. A veces es peor (….) No me dirá usted que él mismo decidió esto. ¿No es más correcto pensar que fue otro el que decidió sobre él?

Con gran atención escucharon Chávez y el anciano barbudo el desagradable relato del sarcoma, y ciertos pensamientos intranquilizantes empezaron a molestarlos.

  • Sí, el hombre es mortal –continuó el diablo-. Pero eso es solo la mitad de la tragedia. Lo malo es que, a veces, de repente, es mortal. He ahí el truco. En general, no se puede decir qué hará él hoy por la tarde.

 

LA ENFERMEDAD MAS CARA DEL MUNDO

Me extrañó la citación del Comité Militar. ¿Otra vez? En 2007 no tanto, porque entonces confluyó un par de factores que hizo comprensible la maniobra. Uno, la enfermedad de Fidel Castro. El otro, la relativa bonanza económica derivada de los altos precios del petróleo. El dinero que por tubería nos llegaba desde Venezuela, permitió al segundo Castro darse el lujo de movilizar por municipio, durante un mes, a centenares de hombres activos.

Supongo que los primeros treinta años de comunismo, no se echara a ver en las economías familiares porque se vivía de una cuota. Pero del noventa para acá, que el salario solo cubre el diez por ciento de las necesidades básicas, privar a las familias del hombre de la casa durante semanas presume una soberbia desconsideración.

El coronel que estuvo al frente de la maniobra trató de no parecer intransigente. “Si tienen algún problema y no pueden venir, me hablan claro”. Claro, imagino que nos equiparó a reclutas de dieciocho años. La cosa fue al empatarse con la verdad. La inmensa mayoría de los movilizados, para comer y vestir, dependía de un armazón de pequeños oficios que no tenía en quién delegar.

El que no tenía caballos, tenía vacas. El que no, una cría de puercos o un rebaño de carneros que atender. Un día uno puede hablar con el amigo o con el vecino para que haga el sacrificio, y salga a cortar la hierba, a pastorear, o a forrajear el sancocho. Pero un día o dos cuando más, no una semana, y menos cuatro. Porque atender animales no es cosa de un par de horas, sino de jornadas enteras.

Había que ver cómo se sulfuraba aquel militar, a caballo entre las necesidades reales de centenares de civiles llanos, y la pedantería del grupito de generales que, apendejados con la enfermedad del comandante, habían ordenado aquel disparate.

Un desastre. La gente iba, pasaba lista, y al mediodía se fugaba. Una mañana sacó de la formación a decenas de fugados de la tarde anterior, hizo una hilera, y uno por uno los abochornó frente al colectivo. A veces trataba de incentivarnos citando al León Tolstoi de la Guerra y la Paz, y como si hablara en ruso. Otra vez se emocionó tanto concientizándonos, que hasta se le escapó un puchero grueso, teatral, de militar de honor que trata de cumplir pero que ya no puede más.

Pues me sorprendió el emisario sentado en la sala, pidiéndome la talla de ropa y el número de calzado para el uniforme. “Tú sabes para lo que es. ¿Ah no lo sabes? Es porque en septiembre habrá otro Caguairán”.

Me limité a encogerme de hombros. Había apostado que la kafkiana experiencia no se repetiría. Pelotones de hombres aburridos bajo el marabuzal días enteros, simulando clases de táctica. Proyectiles que la mitad no percutían. El descontento generalizado, el gasto inmenso, y total por gusto y para nada.

Así hasta que até cabos, y llegué a la probable razón con un somero análisis. El primer Caguairán había sido por la enfermedad del primer Castro. Ahora, de pronto, enferma Hugo Chávez. ¿Será ese el motivo? ¿Miedo al vacío de liderazgo? De ocurrirle algo a Chávez, peligraría la entrada de petróleo. Sin petróleo, sobrevendría una crisis económica peor que la del 93. Esta vez el pueblo no iría bovinamente a campamentos agrícolas, porque la generación es otra. La crisis económica se convertiría de inmediato en crisis política e ipso facto en crisis militar, porque los generales no renunciarían al poder. Nada, que las enfermedades de los líderes del ALBA, deberían figurar en los récords Guinnes como las más caras del mundo.

 

SURGIDERO CONDENADO A MUERTE

El juicio fue sumario. Quienes se abrogan el derecho a pensar por nosotros, dictaron sentencia en agosto del 2004, a raíz del paso del huracán Charley.

Por cuanto… los gases de efecto invernadero. Por cuanto… el imperialismo no ratificó lo de Kioto. Por cuanto… las temperaturas aumentarán y los huracanes serán más fuertes. Se condena, a la pena capital, a todas las poblaciones a lo largo de la línea costera sur de la isla de Cuba, exceptuando las enclavadas en terrenos altos. La sentencia se llevará a cabo con la mayor discreción, para no herir la susceptibilidad de los pobladores.” Así más o menos debió haber sido.

El tema viene a colación siempre que amenaza ciclón. Un documental transmitido a inicios del mes, puso de ejemplo a Santa Cruz del Sur. Los vecinos más humildes, es decir los “positivos”, agradecieron a la revolución por las biplantas construidas a tres kilómetros de la costa. Los negativos, renuentes a abandonar la playa, dieron la espalda a las cámaras.

Es probable que el antecedente más emblemático de esta rebeldía se haya dado en Playa del Cajío, al sur de Güira de Melena. Cajío fue literalmente arrasada por el Charley en 2004. Las autoridades comunistas vieron los cielos abiertos para quitarse el problema de arriba. Cajío, tradicional emporio del contrabando del marisco hacia la capital, resurgiría decenas de kilómetros tierra adentro, según planes del gobierno. Los pobladores se negaron rotundamente a perder sus raíces, y las autoridades tuvieron que ceder.

Pero el caso que me ocupa es el del Surgidero de Batabanó. Con más vera porque Surgidero ni es una aldea como el Cajío, ni otro pueblo más del interior del país como Santa Cruz del Sur. Surgidero fue durante siglos el puerto madre que comunicó, la costa sur de Cuba, con la capital situada en la costa norte. En la actualidad realiza la mayor parte de las operaciones de cabotaje y pasaje hacia Isla de Pinos, y aloja una potente industria con decenas de embarcaciones dedicadas a la pesca de plataforma y la captura de la langosta, aportando millones de dólares a la economía del país.

Con estos truenos se hace impensable, desde el punto de vista económico, su desaparición como enclave poblacional. Ello sin contar con que al igual que en Cajío, al margen de la economía estatal florece el contrabando del marisco, lo que desnaturalizaría los ingresos de centenares de familias playeras, que se negarían a ser trasladadas a emporios agrícolas.

Así que a corto y mediano plazo, se antoja borrosa la aplicación del fallo sumario. El abandono sutil y paulatino, por parte de las autoridades, puede que devenga como el plan más acertado. Un funcionario del gobierno municipal lo resume así: “La gente se dará cuenta que debe abandonar el pueblo y mudarse a tierra firme”. A un despersonalizado suburbio –agregaría yo- del no menos despersonalizado pueblo campesino de Batabanó, tres kilómetros al norte. No jodas.

Más que el hecho de que la gente se de cuenta, se apuesta por el “haremos que se de cuenta”, una vez que se abandonen paulatinamente los servicios públicos tales como por ejemplo el transporte, de los más modernos ómnibus y ferrocarriles en la década del cincuenta, a coches tirados por caballo en la actualidad.

El Surgidero de mis abuelos y de los que partieron hacia el sur de la Florida, tal y como lo conocieron, a punto está de abandonar su espacio real para insertarse definitivamente en el surrealismo de los cuadros del pintor Vicente Hernández. El que perdurará, pésele a quien le pese, florece inhóspito. Apestando a fango y marisco, al margen de cualquier sentencia a muerte.

 

DONDE LA TIERRA TIEMBLA Y LOS HOMBRES NO SE MUEVEN

Hace más de trece años, Santiago retumbó con frases como ésta: “Le presento, Santo Padre, a un número creciente de cubanos que han confundido la patria con un partido, la nación con el proceso histórico que hemos vivido en las últimas décadas, y la cultura con una ideología. (…)” Fue el canto de cisne de monseñor Meurice, que inflamó los corazones de los cubanos dignos que lo siguieron, tanto en vivo, como a través de las ondas de radio y televisión de Cuba y el mundo.

Entonces no lo escuché. Porque me agarró trabajando en el astillero, y porque a los 23 años de edad no se tiene una noción clara de los momentos históricos. De todas maneras, al día siguiente iría a la plaza de la revolución. No por la misa del Papa como tal, sino para tener la satisfacción de ver en persona a Juan Pablo II, a decir de Gorbachov, la autoridad moral más importante del mundo.

Un par de semanas después, mi madre se apareció en casa con una copia mecanografiada. Se la había deslizado un compañero de trabajo, militante del Partido, y compinche en críticas clandestinas al gobierno. El documento había sido analizado en su núcleo del PCC como se analiza un documento subversivo. Lo leí de un tirón, lo doblé, y lo guardé como una reliquia histórica.

Influenciado por la reciente lectura de las Cartas a Elpidio, empecé a ver en este santiaguero digno al Félix Varela de nuestros tiempos. A esa mezcla rara de compromiso con Dios y con la patria, que ilumina y a la vez templa el alma del oprimido para que levante la cabeza.

Nuestro obispo ha pasado a mejor vida en momentos en que su querido Santiago, según palabras suyas, “se encuentra al final de una de esas etapas de lucha por la justicia social, buscando otra vez cómo superar las desigualdades y la falta de participación”

Ha pasado a mejor vida justo cuando un grupo de mujeres, encabezadas por una Dama de Blanco, ha decidido llevar a Santiago un mensaje pacífico de amor, libertad, y democracia. Y si el reposo definitivo de sus restos mortales se lleva a cabo en el rincón montañoso al que se entregó, tal y como está previsto, no dudo que la cuna de la rebeldía nacional haga honor a su nombre el día señalado.

Con la condena explícita del actual obispo a la brutal represión sufrida por las Damas primero en El Cobre, es fácil augurar que la ceremonia será tensa. Lo más probable es que Santiago retumbe con el velatorio de su hijo ilustre, como retumbó con su discurso aquella mañana de enero de 1998.