julio 2012

EL CAMPO PA LOS PAJAROS 6/7/2012 De la siega a la siembra / Se vive en la taberna

Pueblo blanco, J. M. Serrat

Me pareció exagerado el tópico de una entrevista de Radio Nederland, a la miembro del proyecto español Abrazar la Tierra. Como dijo ella, se pueden dar casos de personas de la ciudad, que se aventuren a los pueblos en busca de trabajo agrícola como alternativa a la crisis. Pero de ahí a especular sobre un éxodo…

Soy de la opinión que es más sencillo fabricar profesionales, que fabricar campesinos. A la universidad se va con lo que se lleva puesto, que el talento y la voluntad hace el resto. Y claro, la infraestructura que la financia, ya sea el Estado, una institución religiosa o laica, y/o el bolsillo de la familia. Pero en resumidas cuentas, la plaza universitaria y las posibilidades futuras que brinda, ofrecen un atractivo de comodidad, movilidad civilidad y protagonismo, al que ni remotamente podría aspirar el aspirante a campesino, si es que la lógica admite hablar en dichos términos.

Para comenzar, un pedazo de tierra no se crea como se crea una plaza universitaria. La universidad, como espacio, es obra humana, mientras que la tierra, como espacio, es creación anterior al hombre, estática como espacio físico, imposible de fomentar multiplicar con políticas afines. Ello sin contar con que los siglos de expansión agrícola a cuestas de los bosques caducaron, se llegó al límite en la primera mitad del XX con el fenómeno medioambiental. Por lo tanto, el utópico aspirante a campesino tropezará con un escollo definitivo: no tendrá dónde ejercer una vez graduado.

La portavoz del proyecto español dejó en claro el asunto, pues Abrazar la tierra tiene más de idealismo que de objetividad. Si bien el campo necesita de jornaleros, dicha demanda se resuelve o, con inmigrantes de tránsito, o con jóvenes que buscan solventar sus estudios o sus vacaciones y se sacrifican una temporada. Una cosecha se siembra o se recoge en tres días. La lluvia, el sol y la fotosíntesis, hacen el resto. Entonces el problema a resolver sería el del arraigo, el de la alternativa rural a la urbana como empleo fijo, por lo que el jornal no pasa de ser un dedo en la llaga.

Cuba es el mejor ejemplo. Mucha cooperativa agropecuaria mucho invento, y al final son los inmigrantes de la región oriental los que cultivan las llanuras occidentales. Ya no se ven naturales de la zona rural trabajar la tierra como jornaleros, a no ser que sean propietarios de la misma, y a no ser que la ganancia contante y sonante vaya a su bolsillo. Y ahí está el punto.

El campo solo para emprendedores, aclara la portavoz, que el campo no admite obreros en el sentido contemporáneo de la acepción: jornada de ocho horas, sindicatos, etc. Ni a peón, ni mucho menos a un campesino, pueden medírseles con la vara de derechos sindicales con que se mide al obrero. El campesino solo necesita de un derecho: el respeto a su propiedad, que incluye la libre asociación para protegerse, la libre competencia para progresar, y la libertad para disponer del fruto de su trabajo así como de los medios de producción. El resto de los derechos tienen sus lógicas solo en la industria. La jornada laboral de ocho horas las vacaciones etc., son lógicas ajenas al trabajo de la tierra.

Por lo tanto, el éxodo al campo es tan virtual como el transporte por tracción animal. Un viaje en la máquina del tiempo. Puede que unos cuantos españoles sin trabajo anden explorando un abrazo a la tierra, pero a ver qué tierra. Porque abrazar tierra ajena es como abrazar mujer ajena. La tierra crea lazos de amor con el dueño, sea campesino o terrateniente.

Y en cuanto al usufructo ese que inventó el gobierno de acá, será cuestión de tiempo. A quien único puede ser que le de negocio, es al campesino asentado de antaño que ensancha su finca con tierras ociosas colindantes, pero con expectativas futuras de quedárselas cuando se reparta el pastel.

Aquí todo está inventado, como dicen por ahí. Los que pensaron Cuba como nación en el siglo XIX, estuvieron claros al promover una política de inmigración europea por familias. Asentar familias campesinas en los campos profundos creaba una clase media emprendedora, con sentido de pertenencia, lo que favorecía el arraigo en detrimento de los latifundios con mano de obra esclava que arruinaron no pocas colonias. Cómo fue que se arruinó el campo cubano en la segunda mitad del XX, sino con la irrupción de aquel fanático voraz latifundista, que acabó esclavizando la mano de obra rural a una ideología absurda. Fenómeno que provocó la despoblación no fruto de la industrialización urbana o el turismo, como en España, sino fruto de un despojo calculado de la propiedad, un mal de muy difícil reversión. Porque la propiedad es negociable, pero no la cultura campesina, no el amor a la tierra.

Como dice la portavoz de Abrazar…, el éxodo al campo en España no pasa de ser una utopía que choca con la realidad. Allá también hay tierras ociosas, solo que los propietarios no están en disposición de arrendarlas por si las moscas con la crisis. Y acá… no sé lo que diga. Difícil que, quien haya probado el asfalto, se aventure a empezar de cero en la zona rural. Difícil que quien conozca la libertad urbana, la cambie por esa esclavitud voluntaria que significa ser campesino responsable de una propiedad. Dudo que quiera aventurarse a dar ese abrazo que redundaría en el abrazo del oso, en el caso improbable que al oso se le pueda abrazar.

 

 

EL CUBANO INNOBLE 22 de julio de 2012

Yo desearía que mis compatriotas tuviesen siempre por norma que en la isla solo deben distinguirse dos clases: los amigos de su prosperidad, con preferencia a todos los pueblos de la tierra, y los egoístas, que solo tratan de hacer su negocio aunque se arruine la isla. En dos palabras: patriotas y especuladores.

Tomado de El habanero, de Félix Varela

Así, con membrete decimonónico, podría considerarse un proyecto que pusiera en jaque la sombra abstracta que reflejan los demócratas hacia el cubano de a pie. “Ese tipo es de los derechos humanos - aquella mujer dama de blanco…”, son las etiquetas más comunes. Siempre como algo distante. Como una realidad ajena paralela, como el paso definitivo extremo que podría darse si se decidiera poner la dignidad por encima de todo, o simplemente si se secara la teta que se ha estado mamando, y se chocase de pronto con la realidad avasallante.

Una página web para la denuncia. Esta vez no para la raíz el tronco del problema la cabeza del pulpo, sino para el tentáculo en concreto el que se palpa a diario, el que te pisa el cayo. Que una cosa es el funcionario o el policía que se limita a cumplir leyes arbitrarias sí, pero leyes a fin de cuentas, y otra el funcionario o el policía que se encarniza, que valiéndose de su cargo su posición, arma toda una mafia para coaccionar extorsionar al ciudadano de a pie, contando con la vista gorda apoyo tácito de las autoridades.

¿Qué tal una página web que saque a la luz dicha complicidad? ¿Qué tal una página web que sirva como arma objetiva, por ejemplo, al cuentapropista chantajeado por un inspector de comercio, chantajeado al estilo mafia italiana? ¿Duda alguien que eso ocurra?

Tengo un amigo que invirtió miles en una pipa, la reparó, la pintó, y ahora la engancha a su tractor y vende refresco gaseado por todo el municipio, tanto por las zonas urbanas como por las rurales, a un precio asequible. Incluso los paladares le compran para la reventa al por menor. Un contrato con la Empresa de Comercio municipal le da estatus legal, le garantiza el sirope y el CO2, y a cambio solo tiene que depositar una mensualidad. Más o menos eso es lo que quiere hacer el gobierno con las cafeterías estatales.

Pero ese es el lado A, que la cosa tiene un lado B. Por detrás del telón, a un funcionario intermedio le parece que está ganando mucho dinero, y le ha dejado caer la cascarita a nombre de su camorra. La cascarita que podría estrellarlo contra el suelo y partirle las patas al negocio. El individuo quiere su parte. Su parte, y la parte de la flamante jefa de los inspectores, por ejemplo. Y lo más lindo, que exige una cifra de tres ceros para cada capo del pan con croqueta quiero decir, cada alto funcionario de la Empresa de Comercio municipal.

De esta clase de asuntos podría nutrirse El cubano innoble. Un espada que esgrimir ante el funcionario o el policía corrupto. Una solución concreta para quienes se acercan a la oposición pacífica no para engrosar sus filas, sino para desahogarse, con la esperanza de hallar una puerta abierta frente a tantas puertas cerradas.

Como estatuto fundamental, El cubano innoble podría exigir el nombre del afectado en cuestión, junto al nombre del miembro o simpatizante de la oposición que recoge la denuncia. De esta forma, se evitaría el anonimato. El afectado, la víctima, deberá estar dispuesta a responsabilizarse abiertamente de lo que ha dicho, y un comité con un mínimo de nivel cultural encargarse de la depuración del texto, para evitar así las descalificaciones personales o la venganza irracional.

Se distribuirían panfletos promocionales entre los grupos vulnerables, propagándose el comienzo del fin de la impunidad por la carestía de libertad de prensa. El cubano innoble como advertencia permanente, como desenmascarador de antipatriotas según la definición del padre Varela, especuladores base de la pirámide totalitaria.

El paso final sería la información al acusado. El mismo debería saber que su nombre, de ser posible su foto, y su acto denigrante, están en la página web, y que tiene derecho a réplica en caso de que lo considere una calumnia.

El carácter pragmático de El cubano innoble, uniría a la oposición en un proyecto funcional que ningún grupo específico se atribuiría, con el cubano de a pie que necesita con urgencia de armas concretas con las que defenderse. Por otro lado, El cubano innoble obligaría tanto a funcionarios locales como a policías a obrar recto, pues si bien la población no tiene acceso a Internet, las oficinas municipales del PCC y las del Poder Popular sí, así que el funcionario corrupto sería desenmascarado, además, ante la gente honesta que, nadie dude, también milita en dichos órganos de base.

 

 

PAYÁ Y VARELA. ENTRE SILENCIOS Y BULLAS

Recorriendo a través de los siglos los anales de los pueblos, el orbe nos presenta un inmenso campo de horror y de exterminio, donde el tiempo ha dejado algunos monumentos para testimonio eterno de su poder asolador y humillación de los soberbios mortales. Más, entre tantas ruinas espantosas, se descubre varios puntos brillantísimos que jamás oscurecieron las sombras de la muerte: vense, querido Elpidio, los sepulcros de los justos, que encierran las reliquias de aquellos templos de sus almas puras que volaron al centro de la verdad, cuyo amor fue su norma y por cuyo influjo vivieron siempre unidos y tranquilos.

Tomado de las Cartas a Elpidio

No entendí el gesto de mi madre. Sobre el retrato de Varela aparecido en una Bohemia a inicios de los noventa, había escrito “padre” junto al nombre y con bolígrafo, como una recordación a que Varela, más allá de un pensador, había sido un cura. Lo hizo como un gesto de íntima rebeldía, ante un gobierno que durante décadas hizo cuanto pudo por opacar la catolicidad del patriota reducido a una única frase descontextualizada: el primero que nos enseñó a pensar.

Demasiado joven yo para entender aquel gesto que se me antojó un pataleo de ahorcado. Aquel gesto que, según el canon en que me formé, restaba prestancia a la figura histórica que inútilmente pretendían venderme como relevante. Así que el primero que nos enseñó a pensar, repetía yo aburrido. Esa frase que había aprendido yo de memoria a pesar que aprender de memoria fuese el mayor de los absurdos, según reza la otra frase que cerraba una obra que, recalco, se me antojaba magra, reducida a ese par de algoritmos que sonaban a metáfora piadosa para un menguado sacerdote, cuya obra era lugar común entre tantos próceres decimonónicos mucho más relevantes, con todo y eso, opacados en su mayoría por el legado martiano.

Según avanzó la década, aumentó la batahola entorno al legado de Varela. De un lado, la revista Palabra Nueva promoviéndolo, junto a la Virgen del Cobre, como alternativo ícono patrio. Del otro, el gobierno reeditando su obra escrita para darle un rinconcito en sus altares impíos. Motivo: el proceso de canonización. Entonces el gobierno todavía se ocupaba de su imagen. No querría, pienso yo, que lo acusaran de haber condenado al ostracismo a un futuro santo.

Es el contexto que aprovecha Oswaldo Payá. Si bien la labor pedagógica e independentista de Varela ubica a este último en un lugar relevante en el siglo XIX, su obra cumbre, las Cartas a Elpidio, le dan una connotación de indiscutible de actualidad en la Cuba de fines del XX. Seis cartas contra la impiedad que, en el momento de su reedición dentro de Cuba, 1997, lega a los demócratas del patio una legitimidad histórica de incalculable valor. Como distinguir una estrella en la noche tormentosa fue descubrir que, anterior al antiimperialismo martiano que durante décadas nos vendieron como esencia de una cubanía ya desactualizada, brillaba un anticomunismo vareliano de aplastante vigencia.

Sin embargo y como en 1836, año de la primera edición del documento, la universalidad de Varela le queda grande a Cuba. No es el momento histórico. Por aquel entonces, la ley del Patronato Regio ahuyenta al catolicismo de la fundación de la nación cubana, lo que explica el silencio de los fundadores de la nación entorno a las desaprovechadas Cartas…

Siglo y medio después, a cien años de suprimida esa ignominiosa ley dictada por la corona española, el ateísmo militante condiciona la circunstancia de un pueblo adoctrinado en el anticlericalismo, así como condiciona la circunstancia de una iglesia arrasada por la impiedad y el fanatismo de un tirano que se apoya en una ideología criminal, lo que explica el controvertido respaldo del clero al proyecto de Payá.

En su momento, Varela apela a sus amigos laicos, ex alumnos del seminario, para dar a conocer su obra. En ningún caso se dirige a la iglesia. Varela sabe distinguir entre compromiso con la patria y compromiso con la religión. Una iglesia decimonónica signada por el Patronato Regio, ya tenía su propia guerra de subsistencia como cuerpo tangible. Definitivamente, no está en condiciones de echarse otra cruz en la espalda.

En el caso de la obra imperecedera de Payá, o sea su proyecto político, los roces con la iglesia, que no el silencio de sus compatriotas respecto a su obra como sí ocurre a la obra de Varela, es lo más visible. Payá tiene que lidiar con una iglesia acorralada no solo por un patronato mucho más regio que el del siglo XIX, sino condicionada por una feligresía con gran poder mediático, y fuertemente adoctrinada en su contra.

Pero la muerte es nula cuando se ha cumplido la obra de la vida. Y Oswaldo Payá la cumplió, y además reivindicó un legado vareliano que sacudió a la patria siglo y medio después de redactado. El nombre de ambos próceres, uno de la independencia y el otro de la democracia, pasará a la historia definitivamente ligado en el amor por Cuba. Y los roces con la iglesia quedarán sepultados bajo las siete varas de tierra que sepultan las discrepancias entre hermanos que, a la hora de la verdad, superan las diferencias y reafirman con mucha más fuerza los lazos que los unen.

 

OTRA VEZ CUBA POR INVENTAR

Podría afirmarse que La novela de mi vida, de Padura, causó revuelo en su momento. Recuerdo las consecuencias de promover el libro en la universidad agraria de La Habana. “Este grupo me va a corromper no puedo con ustedes…”, alegó jocosa profesora de literatura. “Yo comentando la novela de Padura en la cátedra, promoviéndola sugiriéndola a mis colegas…”

El clímax de la anécdota tiene lugar por esos días, con una visita al centro de la Doctora Ortiz de Escriba y Lea. Resulta que los miembros de la cátedra, expectantes, le piden su punto de vista. “Yo no conozco a ese señor –responde ella con elegancia refiriéndose a Padura. No obstante, les prometo leerlo para hablar del tema la próxima vez”.

Esto viene a confirmar su desacuerdo con la teoría revisionista del escritor. Si bien el plato fuerte de la trama del libro es el desencuentro de José María Heredia con el dictador, no menos trascendente es el cuestionamiento que hace el autor al canon fundacional de la nación cubana. ¿Fue el poema Espejo de Paciencia el arranque de la literatura cubana –sugiere Padura- o fue un trucaje inventado en el siglo XIX por la oligarquía criolla, para dar contenido a la teoría de la existencia de una nación culturalmente distinta a España?

En una lectura más profunda de la obra, Padura cuestiona la actualidad cubana equiparando el gesto de los oligarcas criollos, ficticio o no, a la política cultural castrista y sus pogromos para desacreditar descalificar a intelectuales desafectos al gobierno, tildándolos de anticubanos.

Y es que ya, desde esa época, resultaba difícil enmarcar a Cuba en un entorno cultural e histórico-geográfico, teniendo en cuenta su condición de última colonia. Cuba es una oveja descarriada en la historia. Mientras el resto del hemisferio forja su identidad nacional durante el siglo XIX, Cuba empieza a forjarla en el XX. Y como si no bastara, seis décadas después se desvincula de su entorno geopolítico en la guerra fría, para empezar a girar en una órbita ajena a los valores democráticos occidentales: el mundo eslavo-comunista.

Según Padura, a inicios del XIX la oligarquía criolla inventa una Cuba anterior y/o alternativa a España. Según Rafael Rojas, Martí vuelve a inventarla a fines de dicho siglo, idealizando al criollo a partir de las nostalgias desde un exilio distante. En los sesenta del siglo XX, Fidel Castro la reinventa alegando que todas las figuras destacadas de la historia, sin excepción, hubiesen sido marxistas de haber vivido en nuestro tiempo: “entonces nosotros hubiésemos hecho como ellos, y ellos hoy hubiesen hecho como nosotros”, concluye en un convulso 1968, en un debate de si la revolución comenzada un siglo antes fue burguesa o no.

Y así llegamos al XXI con otra Cuba por inventar. Se especula mucho hacia dónde vamos quienes somos, qué seremos en el futuro inmediato. No sabemos si nos pintaremos de amarillo con un sociocapitalismo salvaje a lo chino. No sabemos si un G-2 camuflado gobernará a lo KGB ruso, o si la Florida se expandirá con esa fuerza más de cubanía exiliada sobre nuestro pueblo antillano.

Avizoro, eso sí, una renuncia a la ciudadanía latinoamericana. Los jefes de Estados de la india bonita con tristeza en la carita, llevan décadas jugando la carta del tirano a diferencia del norte revuelto y brutal, que nos acoge con los brazos abiertos. De no ser por las políticas “anticubanas” de los gobiernos norteamericanos y europeos, hoy tal vez le pisaríamos los cayos a los norcoreanos.

Avizoro también el fin del nacionalismo. Un patriotismo de rumba, carne de puerco y diecisiete de diciembre, emerge ya como nuestro único referente identitario, tras décadas de expolio colectivista. Cuba aspira al progreso, a ser parte del mundo libre y desarrollado. No serán políticos o intelectuales los próximos inventores. La Cuba pos Castro dependerá mayormente de los colonos foráneos que entren con capital, con capital para reconstruir la infraestructura que devolverá a los cubanos las ganas de quedarse en Cuba, de luchar por Cuba. Dependerá de los nuevos Diegos Velázquez que refunden las ciudades arrasadas, de las transnacionales que entren con tecnología, mercado, empleo y turismo.

El intelectual el político que capte la esencia y logre integrar Cuba al mundo, será a quien se amerite la próxima invención. El próximo Espejo de paciencia ya ha sido escrito por los oligarcas criollos del sur de la Florida con su paciente espera. Ya ha sido escrito con la paciente espera de cientos de miles de cubanos exiliados en las antiguas metrópolis, y por la paciente espera millones que sueñan con exiliarse de la Cuba-basurero que habitan, tan distinta a la otrora más rica de las colonias.