Acerca de un provinciano escritor de provincia, y valga la redundancia

 

Para tener un look adecuado, te harías los dreadlocks como Zurbano, y usarías espejuelos como los de JAAD. Y en una feria de artesanía, comprarías una sunca como la de Ahmed. Y chancletas de cuero, y hasta una gorrita bolchevique como la de Retamar. Y cada vez que fueras a La Habana, con ese estalaje, te pasearías por la Plaza de Armas para husmear en las tarimas de libros viejos. Y a los vendedores les hablarías de cada edición conocida, de cada autor. Harías un comentario haciéndote el que sabe mucho, y agarrarías un ejemplar al azar y dirías ¡oh, de dónde tú sacaste esto, cuánto pides por esta joya! Y ellos se embullarían: ¡tanto, pero tanto por ser a ti! Y entonces para trajinarlo saltarías para otro libro, despistado, retraído, como lo haría un escritor de los consagrados. Y luego saltarías para otro más y les harías creer que buscas uno en específico, que pagas lo que sea, pero lo que sea, por la novela X del autor Y.

Y después entrarías al Instituto del libro en el Palacio del Segundo Cabo y mirarías alrededor con una ligera indiferencia, como uno de esos escritores proscritos en los setenta, rescatados y multipremiados en los noventa, que pavonea su condición de ex reprimido-desagraviado que va, desde la más oscura muerte civil, a la cúspide del estrellato. Mirarías alrededor con aire aburrido, y atravesarías el patio colonial como ensimismado en grandes ideas. Y entrarías a las dos librerías, y ojearías los libros con los falsos espejuelos en la punta de la nariz, y alejarías de la cara la página como si tuvieras la vista gastada de tanto leer, y luego comprarías algunas revistas en la de dinero cubano, y dejarías que una trencita cayera sobre la cara mientras saldrías del Palacio del Segundo Cabo arrastrando las chancletas de cuero, fingiendo estar concentrado en el último ensayo del intelectual orgánico F., en el último poema raro del poeta reivindicado G. Y así irías viviendo, alimentándote de esas migajas, de esos pedacitos a ver qué pasa, a ver si, algún día, dejas de ser lo que eres: un patético escritor de provincia.