Congreso de la UNEAC

Al interior del país llegan los ecos de la magna cita. De los temas discutidos, el concerniente al pago por derecho de autor es el de mayor resonancia.
Los funcionarios culturales se afilan los dientes con las buenas nuevas. En tu provincia se hace pública una cifra de seis ceros a gastar en eventos culturales antes que acabe el año. Como escritor del municipio, eres invitado a jurado de un concurso de literatura infantil en una escuela primaria. Por estar una hora escuchando a niños de diez años recitar loas a los cinco espías encarcelados en los Estados Unidos, recibes un cheque por 120 pesos. Tú, y un par de jubilados profesores de literatura.
Pero resulta ser que la funcionaria que atiende economía en el sectorial de cultura, insiste en dar el cheque personalmente. El pudor hace que seas el último en recogerlo, y como la funcionaria insiste en verte la cara, no le entrega tu cheque al profesor jubilado que pidió se lo dieran junto con el suyo para ahorrarte el viaje. La cuestión es que la funcionaria insiste en ver la cara a los escritores del municipio… para ver si tienen cara de escritores. Y te lo dice a boca de jarro, con sarcasmo, y el sarcasmo causa efecto. Porque en parte ella tiene razón en parte. Se trata de un dinero obtenido al descaro, y en tal sentido tienes ganas de aplaudirla. Más por otro lado es un atrevimiento, porque el majá no debe decirle arrastrado al jubo.
Respiras hondo para serenarte. Echas un vistazo a la oficina desconchada, al buró de tablero de bagazo roído por el comején, al chismorreo del resto de las funcionarias del sectorial junto a la única ventana no clausurada del destartalado liceo municipal, y te entran ganas de responderle con otro sarcasmo. Empezarías indagando, desafiante, a qué conclusión llegó. Si por fin tienes o no tienes cara de escritor. Si luego de captar el sentido de tu pregunta la funcionaria no se disculpa, podrías sonreír acopiando paciencia y de inmediato haciendo añicos el cheque. Usted tiene razón, dirías lanzando al aire una lluvia de papelitos. Es un descaro ganar dinero así. No obstante, voy a demostrarle que soy escritor aunque no tenga cara de escritor. Voy a escribir una carta abierta al Partido, quejándome de la incultura de los funcionarios de cultura del municipio, y después me dice qué tal la sintaxis. Pero no, para qué. Qué sentido tiene complicar la existencia a esta pobre madre de familia, concluyes, y doblas el cheque y te diriges feliz, al banco, a cobrar tus cinco dólares.
Las oportunidades de buscarse cuatro pesos aquí, cuatro pesos allá, empiezan a llover. A raíz del congreso y de la cuestión del pago por derecho de autor, los escritores-funcionarios han comenzado a duplicar y triplicar el salario programando una o dos veces al mes lecturas de poemas en un intrincado caserío, o en la sede universitaria municipal. La mitad de dichas actividades no tienen lugar. La mitad de dichas actividades consiste en telefonear a algún tallerista, pedirle el nombre y el número de carnet para el cheque y en decirle que, para todas las instancias, en la cuartería al doblar de su esquina se efectuó la noche del viernes una lectura de poemas ante los vecinos allí reunidos. A eso se le denomina “actividad comunitaria”.
Con el tiempo estos globos se van inflando peligrosamente. Porque fulano termina sabiéndole a mengano, y mengano sabiéndole a esperancejo. Y a fin de cuentas, lo que se busca un funcionario escritor estafando en materia de derecho de autor, es una bicoca en comparación con lo que se buscan los funcionarios jefes del sectorial de cultura en “la puerta”.
En el argot de la burocracia cultural, “coger la puerta” significa cobrar la entrada al concierto de algún músico profesional invitado al municipio. Por lo general, de reggaetón. Éste tipo de música, ícono de la decadencia cultural, es tal vez la mayor fuente de ingresos con que cuenta la cultura provinciana. Por lo regular, el espacio público lo administra la empresa de comercio. Comercio se encarga de las bebidas y los comestibles, mientras, el sectorial de cultura, de la promoción y la contratación del espectáculo.
Los músicos pactan una suma a cobrar. Cada grupo musical es una microempresa que debe abonar ingresos al Estado. El resto de la ganancia, los funcionarios que cobran en la puerta se la reparten entre ellos, el sectorial de cultura y la empresa de comercio. Y el que reparte y reparte...
Uno de los eufemismos más pintorescos, es la llamada “noche de los libros” que promueve la UJC. Dicha actividad consiste en habilitar puntos de venta de libros en un área de la capital, casi siempre la calle 23. Ahí se invitan escritores orgánicos para que vayan a leer sus obras. Y por supuesto: se les paga. Pues ocurre que, en provincia, a cada municipio se le exige una réplica de dicha actividad.
En La Habana más o menos funciona. Si el tipo es un escritor reconocido o un escritor-funcionario influyente, siempre va a tener su público. Irán algunos colegas, algunos amigos, algunos admiradores en el caso de los escritores. En el caso de los funcionarios-escritores, hay que agregar que irán algunos arribistas. ¿Pero en provincia? En provincia los organizadores tienen que conformarse con invitar talleristas, porque en el difícil caso que en el municipio haya un escritor reconocido, éste, o vive en La Habana a estas alturas, o jala para la invitación de La Habana.
Pues la actividad estaba orientada por la dirección provincial y había que darla, que para eso se les paga a los funcionarios de cultura. Y como había que darla y como iba a pagarse, esa noche la librería saca al medio de la calle, frente al parque, una mesa con un puñado de libros que nadie compra. Y el asesor literario planta otra mesa con un micrófono instalado a un equipo de audio.
Y a las ocho comienza la noche de los libros, y ocurre que el parque y las calles aledañas están desiertas porque nadie está para eso. Pero como la actividad está orientada por la UJC y como se va a pagar derecho de autor, hay que darla. Y ahí mismo un escritor-tallerista empieza a leer poemas raros, sin importarle que los vecinos en sus casas no puedan escuchar la telenovela. El asesor literario incluso modera el vanguardista evento como si de verdad estuviese frente a un público, como si los árboles y los bancos del parque entendieran sus poemas raros.
Y cambiando el tema, en el momento de su invención, la imprenta pone fin a la hegemonía teológica de la Iglesia Católica. La facilidad para acceder a ejemplares de la Biblia en lengua vulgar, multiplica hasta el paroxismo la cantidad de interpretadores que va, desde fundadores de nuevas religiones, hasta cristianos que deciden asirse a la suya propia: el popular “yo creo a mi manera”.
Al mundo de las letras han llegado, ya de manera tangible, los primeros efectos del volcán reformista. Las redes sociales destronan la hegemonía intelectual de la revista Encuentro. Diciembre de 2009. Ya no hace falta ser un escritor de la talla de Iván de la Nuez, Rafael Rojas, Emilio Hichicawa o Cuesta Morúa, para publicar un artículo. La catedral del pensamiento cubano se vacía de un día para otro. El prelado editorial, estupefacto, contempla a los fieles que desertan en masa para hacerles la competencia en la plaza virtual. El ensayo cargado, exhaustivo, elaborado y profundo que tarda semanas en concebirse, de la noche a la mañana es sustituido por la crónica sencilla redactada en un día, por la frase ocurrente, por el testimonio novelado en lenguaje coloquial, en una, o en dos cuartillas: el dissenter pop.
Todavía no incursionas en el último grito de la moda, y el traslado a provincia de la “redacción” del semanario independiente, cuyas riendas decidiste tomar, acaba dejándolo con un solo colaborador: tú. Tal como habías previsto. Como escritor de provincia sabías que lo infectarías de provincianismo, y ahora está a punto de fenecer. Y te va quedando claro que si no te sumas pronto a la “contrarreforma intelectual”, o sea a la blogósfera, acabarás alcoholizado, besando en la boca a la locura como algunos que te rodean.