Editorial de provincia

 

Hacia el año 2000, como solución emergente a la crisis editorial de los noventa, se inaugura en cada provincia una casa editora, conocida en la jerga con el nombre del tipo de imprenta: las Rizo o Riso; no estoy seguro si va con s o con z. A partir de entonces, la literatura producida fuera de La Habana deja de ser asunto nacional para convertirse en asunto provincial. El gentilicio “cubano” aplicado como adjetivo se dividirá entre quince: el número de provincias, más Isla de Pinos. El público lector, es evidente que también. Mientras en el resto del mundo la tecnología comienza a borrar fronteras de todo tipo, la isla de Cuba empieza a convertirse en un archipiélago regido por quince burocracias literarias.

A raíz de ésta falsa facilidad para publicar hay especie de un “boom” en el interior del país, sobre todo en cuento y poesía. En la película Perfecto amor equivocado el protagonista, un escritor profesional que interpreta Luis Alberto García, se queja de la situación, de manera peyorativa, por la frecuencia con que es convocado a provincia como jurado de concursos.

Cada funcionario-escritor de provincia, y en menor medida cada tallerista municipal, se apresura a compendiar lo mejor que se le da hacer ya sean poemas, cuentos, o, incluso, estudios socioculturales centrados en el recate de leyendas locales. O proyectos centrados en rescatar tradiciones desaparecidas con la llegada del castrismo y la consecuente colectivización y despoblación del campo.

En las librerías municipales y provinciales, sobre los estantes, comienzan a amontonarse raquíticos libritos (el tipo de imprenta admite un máximo de ochenta páginas) de cuentos, décimas y poemas infantiles o para adultos, que por lo general no se distribuyen más allá de los marabuzales que delimitan la provincia: no hay agencias de publicidad interesadas en la distribución; solo importa cumplir un plan y a nadie hay que rendirle si el libro se vendió o no se vendió, todo da igual. Los gustos y necesidades del público lector es lo que menos pesa a la hora de crear. Porque la gente, simplemente, no se ve reflejada en las obras publicadas. La tristeza del campesino que envejece labrando una tierra que a hijos y nietos no interesa heredar, no pasa la censura que impone el Instituto del Libro desde el nivel central, por lo que no aparece representada en los poemas o décimas publicadas. La humillación del oriental deportado desde la capital, tampoco aparece reflejada en toda su crudeza. El lector tampoco se ve reflejado en el realismo sucio en boga, porque se trata más bien de un realismo abstracto, un escapismo de la imaginación hacia el sexo y la cochambre que, llegado a un punto, no funciona. No satisface la expectativa. Llega un momento en que la realidad, las verdaderas causas de la infelicidad, se imponen y exigen ser expresadas, pero…

demasiado tarde. El césar decrépito acaba de legalizar la compra-venta de computadoras, y la provincia empieza a conectarse con el mundo a través de memorias flash que sí traen lo último que trajo el barco. Bibliotecas enteras empiezan a circular en pocos kilo bites, y muchos se las arreglan para instalar el Kiwix, o sea la Wikipedia de los desconectados. Los escritores de provincia como tú que no se resignan, que han vivido en perpetua rebelión contra el provincianismo, que no han logrado meter cabeza en la farándula de La Habana, ven otro destello a lo lejos.

Pero mientras… caduca el semanario independiente en el que colaboras. Los corresponsales se van alejando, agotados los temas, y agotada la voluntad de seguir. La colaboración desinteresada tiene eso. Los primeros artículos fluyen con facilidad. Pero si no se es escritor, si no se es (o se fue) ratón de biblioteca, la fuente de la que manan los temas acaba agotándose. Por otro lado, terminando el artículo de ésta semana, debes conectarte de inmediato con el de la semana próxima, para lo que necesitas tener la mente libre. Y nunca está libre la mente en un hombre que tiene que inventar, trabajar en lo que sea, para comer.

Te creces ante la dificultad. La vida del escritor de provincia es un perpetuo obstáculo, un constante y paciente golpe de ola contra la roca del provincianismo, en el intento de hoyarla para traspasarla. Has decidido editar tú mismo el semanario, y circulas la propuesta que es aceptada de inmediato. Tiene poquísimas posibilidades de que funcione el proyecto, pero te aferras a la idea de que pronto aparecerá un escritor de ciudad que se ocupe del mismo. Sabes que, si muere, morirá el único medio de expresión que tienes, y volverán a calcinarse tus circuitos.

El objetivo es mantenerlo vivo, hasta que un habanero se haga cargo de la edición. Un habanero que tenga acceso inmediato a personalidades, bien consagradas, bien potenciales. Un habanero que tenga criterios propios y ganas de fundar. Un habanero, que es quien único tiene los cibercafés a la vuelta de la esquina, quien único divisa desde su ventana las embajadas que brindan gratuito el servicio de conexión.

Pero la tecnología y los eventos históricos avanzan a pasos agigantados, y una idea que nace hoy, caduca de la noche a la mañana. La voluntad de mantener vivo un proyecto cuyo medio natural es la ciudad, a decenas de kilómetros de la misma, perece vencida por el peso de la realidad. Por la patética circunstancia del marabuzal por todas partes.

Mientras esto ocurre, un periodista extranjero conjetura con el protagonismo cada vez mayor de la blogósfera en general y del dissenter pop en particular dentro de la isla. Llega al extremo de plantear la hipótesis de que el mismo ha tomado el relevo de la oposición histórica. El carisma, la imagen fresca, lo hace atractivo a los medios. El ya multipremiado dissenter pop combina su labor creativa con el performance, y el éxito es arrollador. Su estrella es arrestada y golpeada en una inédita marcha performance por la no violencia. Participa en una tribuna performance instalada en la bienal de La Habana y acapara titulares. Se disfraza para acceder a un debate de intelectuales orgánicos. Increpa a una altísima funcionaria en una conferencia sobre diversidad sexual. Pero la aureola, el impacto del primer premio, comienza a chotearse ante la avalancha de lauros que, si bien la van haciendo invulnerable, cada vez más visible, crean una expectativa muchísimo más allá de sus posibilidades reales.

Los voceros del aparato represor se atascan, desorientados con la avalancha de reconocimientos que baja de las encumbradas instituciones internacionales. Pierden la orientación encandilados con el brillo mediático. Cada paso que dan los hunde más y más. El vídeo de una conferencia secreta se filtra, y la disfuncionalidad de las acciones represivas en el campo de las redes sociales se hace pública. El conferencista se refiere a la internet y a dichas redes no como a un gran salto de la humanidad, sino como a un potro a domar a como dé lugar. Comete el error de calificar de látigo del dissenter pop a un ciber-lacayo que se oculta bajo un seudónimo de bailarina de los años treinta. El teléfono satelital, lo último que trajo el barco en materia de comunicación, lo presenta al auditorio como un arma enemiga…

En contraparte, la vilipendiada voz del cubano libre continúa promoviendo las nuevas tecnologías. Irrumpe el fenómeno twitter, y la acogida es fulminante. A diferencia del dissenter pop, para el twitter no hace falta talento para escribir. Basta con estar en el lugar del arresto, la golpiza, o el acto de repudio. La voz del cubano libre abre un espacio en sus noticieros, así como programas dedicados a la promoción del fenómeno. El dissenter pop populariza un eslogan: si inventamos el picadillo sin carne, cómo no vamos a acceder al internet sin internet.

Para ti, escritor de provincia, la prioridad sigue siendo la de salir del fango para cruzar las alambradas. No ya las de la censura o las del miedo, sino otra menos emocionante. La de kilómetros y kilómetros que te separan del asfalto, del respaldo emocional que supone el trato regular, no el esporádico, con gente con ideales y con ganas de fundar. Como en la época del Onelio madrugas, te empastillas, gastas una “fortuna” en transporte, para que al final tu presencia ni se note en la sala de la reunión. Llegas a sentirte como un anónimo tallerista de provincia que, en el cochambroso patio del liceo municipal, lee poemas ante un grupo de funcionarios de La Habana que abanica el aburrimiento.