EL CENTRO ONELIO


Cuba es La Habana, lo demás área verde. Convencido de que el primer paso para dejar de ser un escritor de provincia es meter cabeza en capital –el caballo blanco de Maceo-, luego de largos meses buscando una brecha, sale un anuncio en el periódico. Un anuncio para entrar en el Centro Onelio de formación para narradores, a donde a los guajiros aspirantes a escritores se les da la oportunidad de aplastar la nariz contra las vidrieras de la farándula literaria.
La posibilidad de asistir al evento se convierte en una meta. Seleccionas dos entre la media docena de raquíticos cuentecitos escritos a mano, y coordinas en el Joven Club para aprender a abrir un documento Word y pasarlos en limpio. Ya tú sabes. Crudo, crudo, crudo. Mucha lectura sí, y alguna información literaria. Pero tu aspecto, tus modales y tu destreza narrativa… dejan mucho que desear.
Y el Onelio no parece ser cualquier cosa. Ha inaugurado la Universidad para Todos en televisión nada menos que a petición del césar decrépito, lo que en su momento crea la ilusión de que, a pesar de todo, la literatura es una de las prioridades del régimen. Un grupo compuesto solo de habaneros, y un grupo solo de guajiros. Éstos últimos con derecho a albergue y a pasaje gratis a sus provincias. ¿Qué más se puede pedir? Y el elenco de profesores… de primera. Al menos el que ha dado el curso por televisión. La gran oportunidad de relacionarte con influyentes escritores-funcionarios de la talla de Heras León, López Sacha, y Amir Valle.  
A Heras León lo conocías por un ensayo literario de Salvador Redonet, no porque hubieses leído nada suyo. Era de esa generación del 68 –para ti, mítica- compuesta por Jesús Díaz, Norberto Fuentes, Manuel Cofiño y Julio Travieso entre otros, que trazaran el mapa narrativo dentro de Cuba los próximos veinte años. Luego del muro de Berlín y del caso Ochoa, unos, se exilian, y otros, acaban convertidos en importantes funcionarios de la Cultura.
Siendo escritor de provincias te toca enganchar con el grupo de la capital, por razones geográficas que te indefinen entre el campo y la ciudad. Demasiado lejos de la ciudad para ser de la ciudad, y demasiado cerca de la misma como para ser del grupo de provincia. Pero sucede que el ritmo, la idiosincrasia de aquellos aspirantes a escritores, nada tiene que ver contigo. Tú te sacrificas, te levantas de madrugada para llegar a Miramar. Te empastillas para la migraña, gastas medio salario en trenes camiones y máquinas de alquiler en fin, que llegas a las conferencias estresado mientras que ellos, los habaneros, se levantan al salir el sol. Se relajan aspirando el smog de la ciudad cosmopolita, y con un peso en el bolsillo hacen el viaje y llegan a mitad de la clase sin pizca de remordimiento ni de mugre colorada en la ropa, y se escurren entre los pupitres para no interrumpir la clase, con esa desenvoltura desenfado de chicos de ciudad que se sienten moradores del epicentro del mundo.
Tú acostumbras a decir una palabrota cuando te alebrestabas. Ellos dicen “genial, genial”; una palabrita extraída de los subtitulares de Harry Potter. Tú constantemente buscas huellas del quinquenio gris. Una y otra vez buscas alardear con tu background de lectura, tú buscas compromiso político, fervor literario. Ellos, no pocos, escapan hacia la religión-cultura celta. Como lo oye. El señor de los anillos y todo eso. Hablan de elfos, de druidas… y eso te irrita. Pronto comprendes que no encajarás, que no podrás socializar con ellos.
Las posibilidades del Onelio consisten en el derecho a competir en un concurso en el que se pagan trescientos dólares al primer premio, doscientos al segundo, y cien al tercero. Así como el derecho a competir por una beca de creación literaria por mil quinientos pesos cubanos en un plazo de seis meses, más la ventaja de contar con el aval del influyente Centro para una posible publicación.
Pero qué vas a ganar. Al principio piensas que, con tantos elfos y druidas revoloteando, no tendrás competencia., y entonces se te ocurre atravesar una etapa de intelectual orgánico.
Te explicas. Todos, o casi todos los escritores cubanos de dentro de Cuba, han transado con aquella malévola voz que susurra al oído “esto conviene decirlo, esto no”, antes de romper las cadenas y volcarse a la libertad de creación. Tú te resignarás a eso. Pedro Juan, la Zoé, Jesús Díaz, Padura, Raúl Rivero. Todos alguna vez fueron confiables escritores del régimen, todos alguna vez entraron en caja. ¿Por qué tú no? Así cuando te viras con fichas ya tienes un nombre, amén que, ese estatus de escritor orgánico que rompe las cadenas, funciona como marketing. Ahora, de lo que sí es verdad que no tienes noticias, es de escritores que, dentro de Cuba, empiecen a escribir con absoluta libertad, y que tal osadía les lleve a parte alguna. ¿Que por qué no lo crees posible? Porque es muy difícil escribir no estando socializado. Y una vez que te declaras escritor independiente dentro de Cuba y empiezas a burlarte de la censura de la autocensura y de la madre de los tomates, solo te queda la opción de integrarte al bando de los demócratas si es que quieres socializar, ser parte de algún grupo, y soportar el estigma oficial de traidor-mercenario-contrarrevolucionario de la propaganda del césar, así como el saludo huidizo del resto de las personas.
Es lo que intentas hacer luego. Pero en ese entonces y para escalar la escalerita del Onelio, decides incursionar en una novela políticamente correcta. Solo que… tú escribes a lápiz ya en plena era de la informática. Tendrán que pasar años para que la novela que está en tu cabeza se torne legible, tome forma en el papel. Que no basta la semilla de la creación; hace falta mucho entrenamiento, meses, años de entrenamiento para adquirir alguna destreza narrativa, y tú apenas comienzas.
No obstante aunque así no fuera, aunque el entrenamiento estuviera de tu lado, terminas concluyendo que nunca serás de los mentados por Heras León debido, sobre todo, a tu falta de prudencia en las clases. Tú tiras cascaritas en las conferencias que da, y eso es fula sabiendo que algunas lo ponen en tres y dos, como cuando habla del Proceso de Kafka y tú citas el primer Nicanor de Eduardo del Llano, con los segurosos tomándole el café al protagonista mientras le dicen que está fichado-condenado; te vamos a instalar dos micrófonos para vigilarte.
Desde que llegan, desde el primer día, el Chino lee la cartilla: en el Onelio solo se comentará la técnica narrativa; jamás el contenido. Eso previendo que algún alumno se aparezca con algún cuentecito subido de tono contra el gobierno. El Chino les dice más o menos “solo se discutirá de técnicas narrativas, jamás se discutirá el contenido. No queremos que luego digan en el extranjero que en el Centro Onelio se prohíben los contenidos políticos.” Eso demás estaba decirlo. Eso más claro ni el agua. Su secretaria y esposa, la carismática Ivonne Galeano, tiene una forma muy peculiar de lidiar con la censura.
Resulta que no sé qué institución europea dona al Centro una imprenta para que el mismo publique su propia revista literaria de cuentos, la futuro “El cuentero”, caro sueño de Heras León. Resulta que el G2 debe haber retenido la imprenta en el puerto, infieren todos con la mayor cautela. Entonces cada sábado Ivonne llega con un chiste: “nos llegó un telegrama informándonos que el barco que trae la imprenta anda por los mares de China”. Al otro sábado nos dice que el telegrama dice que el barco con la imprenta se ha roto por el Pacífico, y todo el mundo ríe porque, ¿qué más se puede hacer?...
Y de nuevo y cambiando el tema, poco a poco te has ido familiarizando con la novedosa exitosa promovidísima técnica del dissenter pop. Que no es otra cosa que la irrupción del arte posmoderno en el ámbito del periodismo independiente. Todo un ejemplo de disidencia creativa. Es el hacer política al margen de los meta discursos patrióticos, al mismo tiempo que se jura que no hay interés por la política, que solo se aspira a una vida simple y tranquila, lejos de los grandes proyectos. Es el texto de la crónica social insistiendo en la percepción individual, unido a sugerentes fotografías del autor, que no duda en llamar la atención, cada vez que puede, con uno que otro performance.
Pero tú concluyes que no podrás promoverte como apolítico tal y como hace la estrella virtual, porque no serías honesto. Porque a ti sí que te interesa escribir de política. E incluso, estás seguro que a la estrella virtual también le interesa, pero que de momento no lo reconoce por una cuestión táctica, cosa que respetas. No obstante confirmas que dicha “manera apolítica de hacer política” está a tu alcance. Que alrededor tuyo sobra tela por donde cortar. No tienes acceso a Internet, ni a la inmediatez de la información ni a la farándula literaria oficial ni a la opositora, pero en cambio eres dueño de un territorio, de una aldea de provincia, de una idiosincrasia que nadie podrá describir relatar como tú, que habitas una isla que no se ve desde las torres de concreto de la ciudad.
Conjeturas con que podrías dar tu imagen alternativa fotografiándote enfundado de un overol lleno de grasa, una careta de soldar en la cabeza, y de fondo un cochambroso taller de mecánica. ¿Bastaría como marketing? O con un lápiz de carpintero en la oreja, y una lienza poniendo un punto en la sierra. Todo lo que eluda la imagen de escritor de trencitas rastafari, pomo de agua mineral, sunca de estambre.
GIRA POR PROVINCIAS
A fines de los 90 e inicios de los 2000, en la narrativa cubana, se pone de moda una corriente temática aún no clasificada por la crítica. Y si lo ha sido, no ha llegado la noticia a tu perdido rincón. Medio autobiográfica, el narrador siempre va a procurar vender una imagen de escritor-tipo-duro que aprende a convivir, que se adapta, de lo lindo, a la mediocridad. Una imagen grotesca que, bien aprovechada, puede llegar a ser divertida.
Desde El muro de las lamentaciones de Alberto Garrido, pasando por el Animal Tropical de Pedro Juan Gutiérrez, el Adiós a las almas de Jorgito Aguiar hasta el Diario de un poeta recién cazado de Curbelo, los escritores cubanos, residentes en Cuba, van a mostrarnos una peculiar manera de vacilar el comunismo. La crítica al gobierno estará en la obra, sí; pero implícita y bien implícita. Lo bastante implícita como para mantener en alto la moral de escritor, y para mantener el cargo de funcionario de Cultura (al que lo tenga), así como el viaje al extranjero con regreso garantizado (al que lo pueda). “La censura es la madre de la metáfora”, dijo no sé quién.
Los protagonistas de estos cuentos girarán por las provincias, algunos en condición de escritores, otros en condición de escritores-funcionarios. Dicha condición de escritores, o de escritores-funcionarios, les abrirán las puertas de la aventura a cuenta del Ministerio de Cultura y sus fondos. Transporte gratis, comida gratis, hospedaje gratis… y poetisas de provincias. Ah, poetisas de provincias… hartas de ser poetisas de provincias… pululando entorno a los visitantes de la capital que podrían sacarlas del anonimato, que podrían publicarle un librito, llevárselas de gira, insertarlas en la farándula… Y el personaje escritor-funcionario con la metralleta rastrillada, con el dedo en el gatillo acechando el clímax, a la caza de la palabra precisa, la metáfora incisiva que derribe al oponente por nocaut y no por puntos, como en los buenos cuentos.
Otros protagonistas-escritores sin dinero, viajarán a provincias no en viajes oficiales sino personales en trenes lecheros atestados, y flirtearán con guantanameras desgreñadas. O viajarán al dedo a lo On the road como la generación beat, y pernoctarán se emborracharán en el parque de algún perdido pueblito del interior, tal vez en el cálido cuartito de alguna mujer araña que a media noche los cazará-enredará en su tela, que luego les remunerará debidamente el derecho de autor según el uso que le den a la metáfora. Otros viajarán a los ideológicamente anquilosados pre-universitarios en el campo, con un mensaje de librepensamiento a lo Dead Poets Society, y acabarán la noche con la menos poetisa de las poetisas del taller literario, tumbados bocarriba sobre la hierba del campo de pelota, mostrándoles el cielo estrellado en el que brillan-pululan azules los astros a lo lejos. Y otros menos viriles pero tan osados como el que más, partirán a las prisiones con un beso y una flor en una aventura sociocultural, e intentarán suavizar-humanizar, con la delicadeza de su poesía, el rudo mundo de esos hombres sin mujer del que saldrán más inspirados que Truman Capote luego de su affaire In cold blood.
Te cuentan que, en un pueblo ahí, un muchachito escribía poemas. Resulta que un buen día, cierto funcionario de dicho pueblo, invita a un grupo de escritores-funcionarios de no sé cuál instituto importante de la capital a dar una actividad. El calcinado ambiente de provincia tiene su encanto, su gancho para estos escritores-funcionarios que, sine qua non, no viajan gratis. En los sectoriales municipales de Cultura, se destinan fondos por la ley 35 para atraer y pagarle a, lo que en la jerga cultural, se le denomina “personalidad”. Que puede ser efectivamente una personalidad, o puede tratarse de un funcionario importante que se ha valido de su astucia para ascender en la burocracia cultural. O sea un vacilador del comunismo. Esas personas se toman la molestia de viajar a provincias, en primer lugar, por los cuatro pesos que les van a pagar. Y en segundo lugar viajan para, como el tuerto entre los ciegos, sentirse rey.
La actividad consiste, por lo general, en dar la conferencia. Los más talentosos, de forma oral. Los menos, leen cinco o seis cuartillas escritas previamente. Casi siempre dichas conferencias se limitan a historiar ambientes literarios, datos, currículum o anécdotas, de escritores de tal provincia, de tal época, de tal raza, de tal ideología.
Resulta que una tarde convocan a los miembros del taller literario municipal para las tres, que viene no se sabe qué gente importante de La Habana. Llegan los funcionarios-escritores del importante instituto al que pertenecen, y se sientan a la sombra de un almendro que crece en un extremo del cochambroso patio del liceo, entre ruidos de camiones y tractores, y entre bulla de bebedores de ron barato en la tarima del extremo opuesto del patio. Y los funcionarios-escritores allí, palpando los logros-avances de la literatura del municipio. No se les brinda pomitos de agua mineral porque, no sé… tal vez no son tan importantes como para hacer ese gasto en la shopping. Y empiezan a leer los talleristas. Lee uno, lee el otro, lee el otro, y los funcionarios en shorts y chancletas de cuero en sus pies blanquísimos abanicando la buena vida, el aburrimiento, mirando el reloj con cara de trágame tierra, cara de hasta cuando es esto Dios mío, hasta que se levanta un jovencito que marca la diferencia. El jovencito empieza a leer un poema abstracto de alto vuelo, y su etérea voz surca el aire como una mariposa al refinado oído del no menos refinado funcionario que, terminando de escuchar, pregunta en voz alta que quién es ese poeta que él no conoce; que cuántos libros ha publicado.
Las mejillas imberbes se le ponen rosadas, y muerto de felicidad no sabe a dónde posar la vista, como diciendo al fin, al fin alguien importante reconoce mi talento. Y el funcionario escandalizado cuando se entera que el jovencito no ha publicado nada ¡¿pero cómo es eso?! dice con artistaje, y entre líneas ataca al provincianismo de provincia que tantos talentos malogra, dando a entender que no es justo, que no le gustan las injusticias. En fin, que el jovencito se gana el derecho de participar en la segunda parte de la actividad.
Porque –y aclaro-  la actividad consta de dos partes. La primera es la oficial. El funcionario municipal que invita a la personalidad convoca a los talleristas, así como a algunos funcionarios de cultura como parte de su contenido de trabajo, para que hagan bulto. Esa es la actividad oficial como tal. Después viene una segunda parte. Es la parte en que el funcionario municipal brinda una recepción más privada a la personalidad invitada, algo personal, más libre. Ahí suele invitarse a gente de confianza por lo general del medio cultural.
Y al muchachito… por supuesto que lo invitan. Que el funcionario municipal enseguida se da cuenta que, si quiere congraciarse con el funcionario nacional, tiene que invitar al joven poeta. A fin de cuentas, a provincia se va de gira no a la caza de talentos, sino a la caza de aventuras que hagan llevadera la desmotivada vida de funcionario-escritor. Y la aventura se da, pero de libro publicado nada. Que el muchacho no era poeta, sino que hacía poemas para exorcizar sus fantasmas, como mucha gente escribe diarios para expresar al menos en el papel lo que no puede expresarle a nadie, para lo que no tiene por qué ser considerado escritor.
Mientras tanto tú, escritor de provincia aspirante a escritor normal, sabes que del dicho al hecho hay un gran trecho. La voz del cubano libre pinta fácil lo del dissenter pop, y tú te embullas. Sin embargo a medida que avanza el programa radial, te percatas que ni idea tienes de la mayoría de los términos afines. Eres, literalmente, un analfabeto informático. Te diriges a los intelectuales del municipio, a los funcionarios de cultura, y éstos saben menos que tú. Al menos tú estás al tanto del impacto de la blogósfera. Ellos, ni idea de qué cosa es un blog.
Al fin consigues un folleto digital, en el que se explica, detalle a detalle, cómo abrir uno. Le echas un vistazo, y peor el remedio que la enfermedad. Está en español, y como si estuviera en chino: el espejismo se desvanece.
En el desierto ocurre así. Un escritor de provincia es como un hombre perdido en el desierto. Es tal la sed de socializar, que una y otra vez afloran espejismos y te llenas de esperanzas y avanzas y avanzas, hasta que al final se desvanecen. Pero no guindas los guantes porque, “si estás condenado, entonces no solo estás condenado a muerte, sino también condenado a defenderte hasta la muerte”.
Y decidido a no morir, a no renunciar a fajarte por un canal por el cual expresarte, cada día sintonizas la voz del cubano libre y te actualizas con la información, te retro alimentas con los comentarios, y luego vas te pones los guantes y a golpear el teclado hasta que se entumecen los dedos. Escribir… como siempre has escrito: para engavetar. ¿Qué remedio?
Hasta que se da el milagro, y una fisura de luz en la noche provinciana te indica una ruta a seguir. Hace años que guardas el número de teléfono de un intelectual demócrata. Cuando te lo dan estás ciego, mediatizado. Cuando te lo dan solo tienes acceso a Granma y a Mesa Redonda, sin más alternativa que una u otra revista Encuentro que luego de la Primavera Negra dejas de recibir. Pero gracias a la interferida voz del cubano libre que vuelves a sintonizar quince años después, te percatas que el número de teléfono no es una falacia, no, que, el semanario independiente en el que una vez se te propuso colaborar, existe.