Fuera de juego

Heberto Padilla. Fotograma del documental Conducta Impropia

Siempre has tenido claro que en aras de integrar una institución, de fortalecer una institución para dotarla de un peso capaz de influir en la escena social, el individuo debe, inexorablemente, sacrificar parte de su individualidad. El fracaso de la visita del Papa ha puesto al desnudo la eventual incapacidad de los demócratas para este tipo de sacrificio, así como ha puesto en entredicho la capacidad tuya para cerrar filas con personas que, por mero desconocimiento el abc del catolicismo, lo somete a paradigmas relativistas a la hora de evaluarlo.
Ahora te sientes fuera de juego. Pasan tres, cuatro meses… En el contexto nacional, el césar profano saca de escena a Oswaldo Payá. En lo personal tú, escritor de provincia, te aprestas a redactar el último post de tu etapa crédula; un homenaje a la obra del emblemático demócrata. Que este “oportuno” accidente, según tu apreciación, confirma el cierre de otra etapa de lucha. Si fuese un serial de televisión, éste sería el final de la segunda temporada. Sería el final de la temporada que eufemísticamente has estado llamando la del dissenter pop; o sea, el final del sueño de una revolucionaria primavera informática que habría comenzado en 2008, y se habría frustrado cuatro años después, una vez reacomodada la represiva a la nueva circunstancia.
En éste último post trazas una línea consecutiva entre dos proyectos patrios, ambos distantes en la historia. Trazas, una línea consecutiva, entre dos semillas de fe que no germinaron en el sustrato anticlerical de la arrasada Cuba. Las antológicas Cartas a Elpidio, que aparecen en el siglo XIX en medio de la reacción iluminista anticlerical hacia el patronato regio español, y el Proyecto Varela, que, siglo y medio después, muere de inanición en un pueblo signado por los procesos mnémicos del adoctrinamiento estalinista.
Sin embargo, la sangre del nuevo mártir irriga de fe en la victoria el sustrato anticlerical del suelo patrio. En el mes de marzo, con la ocupación de un templo de Centro Habana, se produce la ruptura, la “excomunión” de la Iglesia, decretada por el resto de los demócratas, por “no aplicar su propia doctrina social”. Solo cuatro meses después en otro templo, en la barriada del Cerro, renace la esperanza de la integración anti totalitaria en las misas que ofrece el “excomulgado” prelado en el velatorio del mártir, frente a los mismos excomulgadores. A la sombra de la casa de Dios, el vilipendiado cardenal lee un mensaje de esperanza del mismísimo Papa. Un mensaje destinado al rebaño demócrata disgregado, ahora allí reunido tras el sabotaje del césar profano a la babeliana sociedad civil. Un laico de mucho prestigio que se ha mantenido al margen de la reciente crisis en el seno demócrata, ve llegada su hora y, en las ondas de la voz del cubano libre, anuncia la clave de la próxima temporada de lucha: “para los que pensaron que la Iglesia no estaba al lado del pueblo, ahí está la respuesta”.
Tú, escritor de provincia, te apartas para evaluar desde fuera la nueva circunstancia. La puerta está abierta luego de esta nueva bandera, pero las heridas también lo están. Cuándo sanarán, dependerá de muchos factores. Dependerá de cuánto sean capaz de crecerse las fuerzas demócratas. Dependerá de la capacidad que tengan para aprender de los errores, para identificar y someter la soberbia individual en aras de un objetivo trascendente: la democracia. Pero sobre todo dependerá de ti, de tu capacidad para someter tu propia soberbia. Porque si bien la mayoría de los demócratas no ha comprendido el abc del catolicismo, ese pilar de nuestra cultura, tú no acabas de comprender el abc de la lucha y, no obstante, reaccionas indignado haciendo un balance que te marginará aún más.
El primer punto del balance es definitorio. ¿Estás o no estás fuera de juego por situarte del lado de la prudencia eclesiástica en la reciente crisis, por deplorar enfáticamente el relativismo anticlerical? Y por otro lado, ¿realmente has pertenecido al grupo demócrata al que sentías pertenecer?
En un comienzo crees en la maleabilidad de la actitud política de dicho grupo en aras del pragmatismo necesario para lidiar con la proyección mafiosa del césar, cuyos métodos sobrepasan el “pacifismo a lo Gandhi” con que se pretende destronarlo. Y pasa el tiempo dos, tres, cuatro años, y sigues creyéndolo, hasta que se encienden las pasiones y tú, escritor de provincia, no escapas a la pérdida de la inteligencia emocional que tanto criticas en los demás.
Cuatro años es tiempo más que suficiente para que el escritor crédulo, para que el activista crédulo incapaz de cuestionar a sus mayores en la militancia demócrata, acumule una serie de preguntas que, por no hallar un aliviadero que las canalice a tiempo, acaban desbordando la copa. Porque, y vaya paradoja del tablero demócrata, no encuentras tribuna. Durante cuatro años has arremetido-cuestionado la tiranía del césar, y han sobrado los espacios afines. Pero ahora, a la hora de la autocrítica necesaria, del autoanálisis imprescindible para evolucionar a una tercera temporada de la lucha pacífica, dicho espacio no aparece.
Te pones a la caza del momento oportuno para encender la chispa que desate la polémica, y nada. Y tu actitud empieza a crear roces incómodos, hasta que una tarde notas que el estrechón de manos antes cálido, espontáneo, se torna frío.
Y entonces se abre la caja de Pandora. Las razones, las preguntas que durante cuatro años mantuviste en el ánfora en aras de integrar una institución, de fortalecer una institución para dotarla de un peso capaz de influir en la escena social, salen robustecidas. Salen soberbias del letargo, y empiezan a cavar el confinamiento de tu entredicho “yo social”. Porque, o hablas y, al magro espacio social que te has ganado lo sacudes de hastío para romper la inercia y retomar el avance, o te hundes en la apatía y mueres de prudencia.
Pero ocurre que, los males que según tu opinión aquejan a los demócratas y a tu relación con los mismos, están fundamentados con muchos detalles, muchos más de los que podrías expresar hablando tú, escritorzuelo que se perdió la universidad y al hacerlo perdió el hábito de la palabra entre carpinteros navales y constructores de provincia. Así que, como un Kafka desbordado por miles de detalles imposibles de sostener en una conversación tú a tú con su padre, en parte por el respeto que tienes a tus mayores, en parte por el temor que te causa otra exclusión social, monologas por escrito.
En esencia planteas que, más que un indeterminado número de partidos políticos de oposición, más que decenas de instituciones civiles así como de agencias de prensa libre, los demócratas se dividen en dos grandes grupos: demócratas “oficiales” y demócratas “independientes”. Los “oficiales”, son los inmunes a la asfixia económica. Son líderes de partidos de oposición, o líderes de instituciones civiles. Los mismos cuentan con conexión, respaldo y financiamiento exterior, en los que incluyes periodistas y escritores adscritos a publicaciones que remuneran sus trabajos. Mientras que los opositores “independientes”, son los que solo cuentan con ellos mismos para ganarse el pan. Son los que andan sobre la cuerda floja, siempre en precario equilibrio entre sus necesidades fisiológicas y sus necesidades espirituales. Son los vulnerables a la asfixia económica.
Y tú, claro que perteneces al segundo grupo. Los que no pueden darse el lujo del conflicto espiritual por tener que luchar el pan de cada día. Que los dramas de conciencia requieren, para que resulten bonitos, tener la pitanza asegurada, como decía el novelista gallego Gonzalo Torrente Ballester. Tú, escritor de provincia, has de trabajar muchas horas diarias para comer, y los dramas de conciencia son incompatibles con el trabajo. Son absorbentes, monopolizan el ser entero del hombre.