Fósiles de provincia

Fósiles de provincia
Algunas islas son de interés científico para el estudio de la biología. Las Galápagos, Madagascar, Tasmania, por citar algunas, han dado origen a hipótesis referidas a, cómo el aislamiento del continente, hace que las especies animales evolucionen de manera distinta.
Algo parecido ocurre a los escritores que vegetan en provincia. Las actitudes ante el medio social evolucionan en toda sociedad, por supuesto. Solo que, en provincia, dichas actitudes lo hacen como las especies biológicas en las islas que citas arriba: de manera peculiar, dignas de estudio.
Algunos escritores de provincia son verdaderos fósiles vivientes, perfectamente conservados para un estudio sociocultural. Usted entra a su casa y le da la impresión de haber viajado veinte o treinta años en el tiempo. Máquina de escribir en lugar de computadora, mapamundi con la Unión Soviética y el campo socialista, así como revistas Sputniks y Novedades de Moscú como lo último que trajo el barco. Y los temas de conversación… verdaderas reliquias. Como si el tiempo se hubiese detenido en la perestroika o en la caída de la URSS no van más allá de la descongelación del quinquenio gris, de la reivindicación de Lezama y Piñera, de la segunda edición de Paradiso, y de la entronización de la teleología origenista de Cintio Vitier.
Estos escritores van a desconfiar de toda conducta que se salga del patrón de los ochenta, cuando en Cuba aún regía la escuela de la Stasi y la KGB. En provincia se asume el miedo prudente como única actitud legítima, creíble, ante la represión. En La Habana también, pero en provincia más. Y tú, por una cuestión de honestidad intelectual, a la formal pregunta-saludo de tus colegas ¿qué estás haciendo, qué estás escribiendo?, comienzas a responder con la verdad. Estoy colaborando con un semanario digital independiente, dices como lo más natural del mundo.
Porque en realidad no lo es. De que no lo es, no lo es. Un fósil viviente de los ochenta, no concibe que alguien venga y de rampampan se declare independiente. La palabra “independiente” –esta aclaración solo para extranjeros caso de que se desayunen con este lugar común-, decía que la palabra “independiente” empleada como adjetivo acompañante de los sustantivos periodista, bibliotecario, escritor, músico o sindicalista… es el equivalente cubano al sello “judío” en la Alemania fascista. Declararse “independiente” de las instituciones del gobierno en cualquier rama de la actividad social en la Cuba del siglo XXI, equivale a salir del armario en plena década del setenta, cuando los homosexuales declarados eran expulsados de la universidad por su condición bajo el eslogan: la universidad para los revolucionarios.
Como en el ejemplo del judío o del homosexual, la honestidad tiene un  precio. Se necesita algún valor para soportar, en primer lugar, el estigma, el rechazo social por miedo a la represión que trae consigo el hecho de declararse “independiente”. Consciente de todo esto, más que consciente preparado mentalmente para asumir el riesgo que te traerá el ser honesto en una sociedad donde impera la doble moral, asumes las consecuencias de tu decisión.
El primer estigma es el de chivato. Cuando alguien se te arrima y te empieza a hablar mal del gobierno fuera de los límites de la prudencia, en lo que primero que el interlocutor piensa es en un chivato tirando cascaritas, un agente encubierto mandado por la seguridad para poner a prueba a su interlocutor. Y, por supuesto, el rechazo es automático. El interlocutor se siente incómodo, piensa: una falta de respeto el tipo éste queriéndote hacer pasar por bobo, el tipo éste que ayer era un tipo como tú como cualquiera un animal prudente reservado temeroso del césar decrépito, de buenas a primeras diciéndote en tu cara que ha perdido el miedo, que se opone abiertamente al gobierno…
En un inicio piensas que los intelectuales del municipio, por el solo hecho de serlo o de creer serlo, sabrán discernir entre un agente encubierto y un hombre que está siendo honesto. Error. Te olvidas que, los “intelectuales” del municipio, casi nunca llegan a intelectuales en el sentido de que las ideas, las ganas de saber e indagar, no constituyen una prioridad en sus vidas. Tiran más bien para la farándula. La invitación a tal actividad aquí, el raquítico reconocimiento a su obra allá… Son funcionarios que se adaptan al medio, y que en la práctica no pierden el tiempo con escrúpulos de conciencia ante arbitrariedades tales como, por ejemplo, el acoso policial a las Damas de Blanco. Y por otro lado carecen de un código eficaz para discernir quién es chivato, y quién no.
Por ejemplo, F. y tú se saludan cada vez que se ven. ¡Eh, y qué! ¡Ahí… machacando en baja! ¿Qué estás haciendo…? Cuando le dices que publicando en un semanario independiente, la sonrisa desaparece de su rostro. ¿Independiente… independiente? Sí, le dices con naturalidad. Independiente, independiente. Mira alrededor como diciendo ah, qué volá con el tipo éste… ¿Y te pagan?, te suelta a boca de jarro. No, le dices. Escribes a consciencia. Es más, que eres tú quien paga por escribir, porque el pasaje a La Habana no es gratis. ¡Ah no-no-no! –dice escéptico, feliz de encontrar una salida digna con la que justificar su ausencia de valor intelectual para escribir lo que piensa. ¡Si no me pagan, no! ¿No ves que los americanos tienen fondos para eso? Que el bobo lo ponga otro.
Y he ahí otro fósil. Éste, de más para acá, éste de 2003. De la época del capitán Manteca y su proyecto Decoro.
Te explicas. A inicios de los 2000 cuando el apogeo del Proyecto Varela, un escritor de novelas raras, apadrinado por la SINA, se dedica a aglomerar artistas y escritores entorno a él y su indecoroso Decoro, que incluye promoción y remuneración a la obra de dichos artistas a través de la embajada americana, lo que, por desgracia, ayuda de lo lindo a propagar la idea de que la SINA paga por escribir, pintar o cantar. Lógica que acaba pervirtiendo las buenas intenciones de aquellos proyectos demócratas.
¿Pero y el gobierno cubano, durante la guerra fría, no hace lo mismo en el continente americano a través de la Casa de las Américas y del Instituto cubano de amistad con los pueblos? ¿Es decir, no promueve la obra de artistas y escritores con fondos soviéticos para ganarlos a la causa revolucionaria, aún en países con cuyos gobiernos no mantiene relaciones? Sí, pero nadie saca esa cuenta. Te recuerdo que, en el siglo que corre, el antiamericanismo es un prejuicio aceptado. Si Cuba hace política, recluta adeptos y les paga o los promueve a través de sus embajadas, es tomado como natural. Si lo hacen los Estados Unidos, la hipocresía, la amnesia institucional internacional, pone el grito en el cielo. Este tipo de lógica –legítima, dicho sea de paso- de promover artistas y escritores a través de la embajada americana, con el tiempo fracasa. Porque los artistas y escritores cubanos lo van a utilizar como escalera: sin comprometerse con la causa de la democracia. Ésta falsa idea de que solo por dinero el artista o escritor cubano disiente, con el indecoroso Decoro como insignia, empieza en los noventa a promoverse a través de la seguridad del estado, como política madre de los agentes infiltrados.
Porque el objetivo de infiltrar agentes entre los demócratas no es precisamente el de espiar, ya que no se puede espiar a quien actúa a cara descubierta. El objetivo de infiltrar agentes es desprestigiar la causa de la democracia, promoviendo ellos mismos la idea de que actúan por interés. La idea empieza en los noventa y tiene su apogeo en la etapa del Proyecto Varela. Después de la Primavera Negra empieza un lento declive, para luego despertar en 2008 con el fenómeno del dissenter pop, que alcanza su clímax con la muerte de Zapata Tamayo, primer mártir de la oposición pacífica. Después de eso el indecoroso Decoro pierde funcionalidad, y entonces sale del armario.
Resumes que hay dos actitudes ante los proyectos independientes. Una, la de los ochenta, la de encerrarse en la concha. La otra la de los 2000, la del tipo que, si no le pagan, no se expresa con honestidad en su obra.
Y tú acabas de tomar una decisión importante como escritor de provincia, y como ser humano. No lo sabes aún pero, la imagen de niño bueno que proyectas en tu pueblo, ha empezado a hacer agua.
En primer lugar, no has podido mantener en secreto tu colaboración con el semanario independiente. Pensaste que sí, y de hecho se te antojó fácil fingir que eres como el resto de los escritores de provincia: obediente, temeroso del césar decrépito. Pero más pronto de lo que crees te sientes incómodo al ocultar la verdad.
Sonrisas heladas, miradas esquivas… son las reacciones más comunes al voto de confianza que les das a tus paisanos escritores-talleristas de provincia. Pronto empezarán a evitarte, y, más temprano que tarde, dejarás definitivamente de ser uno de ellos. Recapitulas, te preguntas qué hubiese pasado si hubieses ocultado, mantenido en el más absoluto secreto tu paso, y concluyes que de todas formas hubiese sido imposible. Porque has empezado a evolucionar. La probabilidad de convertirte en fósil social, acaba de quedar atrás. Empezaron a hastiarte las obsoletas posturas provincianas ante la evolución intelectual, y las ganas de abrir una ventana al mundo a tus colegas, el entusiasmo el hambre por la creación, acaban desbordándote, salpicándolos a ellos. Lo que viene ahora es una guerra por imponerte, por imponer la especie en la que te has convertido, por sobrevivir en el medio que, progresivamente, se irá haciendo cada vez más hostil.
Habiendo concluido que para mantenerte vivo como especie debes socializar con especies afines, empiezas a viajar a La Habana. Ya te queda estrecho el articulito clandestino que escribes bajo seudónimo, porque los de tu nueva especie no solo firman con su nombre, sino que ponen su fotografía junto al artículo.