GIRA POR PROVINCIAS

fotograma de la película On the Road, ícono de la Generación Beat.


A fines de los 90 e inicios de los 2000, en la narrativa cubana, se pone de moda una corriente temática aún no clasificada por la crítica. Y si lo ha sido, no ha llegado la noticia a tu perdido rincón. Medio autobiográfica, el narrador siempre va a procurar vender una imagen de escritor-tipo-duro que aprende a convivir, que se adapta, de lo lindo, a la mediocridad. Una imagen grotesca que, bien aprovechada, puede llegar a ser divertida.
Desde El muro de las lamentaciones de Alberto Garrido, pasando por el Animal Tropical de Pedro Juan Gutiérrez, el Adiós a las almas de Jorgito Aguiar hasta el Diario de un poeta recién cazado de Curbelo, los escritores cubanos, residentes en Cuba, van a mostrarnos una peculiar manera de vacilar el comunismo. La crítica al gobierno estará en la obra, sí; pero implícita y bien implícita. Lo bastante implícita como para mantener en alto la moral de escritor, y para mantener el cargo de funcionario de Cultura (al que lo tenga), así como el viaje al extranjero con regreso garantizado (al que lo pueda). “La censura es la madre de la metáfora”, dijo no sé quién.
Los protagonistas de estos cuentos girarán por las provincias, algunos en condición de escritores, otros en condición de escritores-funcionarios. Dicha condición de escritores, o de escritores-funcionarios, les abrirán las puertas de la aventura a cuenta del Ministerio de Cultura y sus fondos. Transporte gratis, comida gratis, hospedaje gratis… y poetisas de provincias. Ah, poetisas de provincias… hartas de ser poetisas de provincias… pululando entorno a los visitantes de la capital que podrían sacarlas del anonimato, que podrían publicarle un librito, llevárselas de gira, insertarlas en la farándula… Y el personaje escritor-funcionario con la metralleta rastrillada, con el dedo en el gatillo acechando el clímax, a la caza de la palabra precisa, la metáfora incisiva que derribe al oponente por nocaut y no por puntos, como en los buenos cuentos.
Otros protagonistas-escritores sin dinero, viajarán a provincias no en viajes oficiales sino personales en trenes lecheros atestados, y flirtearán con guantanameras desgreñadas. O viajarán al dedo a lo On the road como la generación beat, y pernoctarán se emborracharán en el parque de algún perdido pueblito del interior, tal vez en el cálido cuartito de alguna mujer araña que a media noche los cazará-enredará en su tela, que luego les remunerará debidamente el derecho de autor según el uso que le den a la metáfora. Otros viajarán a los ideológicamente anquilosados pre-universitarios en el campo, con un mensaje de librepensamiento a lo Dead Poets Society, y acabarán la noche con la menos poetisa de las poetisas del taller literario, tumbados bocarriba sobre la hierba del campo de pelota, mostrándoles el cielo estrellado en el que brillan-pululan azules los astros a lo lejos. Y otros menos viriles pero tan osados como el que más, partirán a las prisiones con un beso y una flor en una aventura sociocultural, e intentarán suavizar-humanizar, con la delicadeza de su poesía, el rudo mundo de esos hombres sin mujer del que saldrán más inspirados que Truman Capote luego de su affaire In cold blood.
Te cuentan que, en un pueblo ahí, un muchachito escribía poemas. Resulta que un buen día, cierto funcionario de dicho pueblo, invita a un grupo de escritores-funcionarios de no sé cuál instituto importante de la capital a dar una actividad. El calcinado ambiente de provincia tiene su encanto, su gancho para estos escritores-funcionarios que, sine qua non, no viajan gratis. En los sectoriales municipales de Cultura, se destinan fondos por la ley 35 para atraer y pagarle a, lo que en la jerga cultural, se le denomina “personalidad”. Que puede ser efectivamente una personalidad, o puede tratarse de un funcionario importante que se ha valido de su astucia para ascender en la burocracia cultural. O sea un vacilador del comunismo. Esas personas se toman la molestia de viajar a provincias, en primer lugar, por los cuatro pesos que les van a pagar. Y en segundo lugar viajan para, como el tuerto entre los ciegos, sentirse rey.
La actividad consiste, por lo general, en dar la conferencia. Los más talentosos, de forma oral. Los menos, leen cinco o seis cuartillas escritas previamente. Casi siempre dichas conferencias se limitan a historiar ambientes literarios, datos, currículum o anécdotas, de escritores de tal provincia, de tal época, de tal raza, de tal ideología.
Resulta que una tarde convocan a los miembros del taller literario municipal para las tres, que viene no se sabe qué gente importante de La Habana. Llegan los funcionarios-escritores del importante instituto al que pertenecen, y se sientan a la sombra de un almendro que crece en un extremo del cochambroso patio del liceo, entre ruidos de camiones y tractores, y entre bulla de bebedores de ron barato en la tarima del extremo opuesto del patio. Y los funcionarios-escritores allí, palpando los logros-avances de la literatura del municipio. No se les brinda pomitos de agua mineral porque, no sé… tal vez no son tan importantes como para hacer ese gasto en la shopping. Y empiezan a leer los talleristas. Lee uno, lee el otro, lee el otro, y los funcionarios en shorts y chancletas de cuero en sus pies blanquísimos abanicando la buena vida, el aburrimiento, mirando el reloj con cara de trágame tierra, cara de hasta cuando es esto Dios mío, hasta que se levanta un jovencito que marca la diferencia. El jovencito empieza a leer un poema abstracto de alto vuelo, y su etérea voz surca el aire como una mariposa al refinado oído del no menos refinado funcionario que, terminando de escuchar, pregunta en voz alta que quién es ese poeta que él no conoce; que cuántos libros ha publicado.
Las mejillas imberbes se le ponen rosadas, y muerto de felicidad no sabe a dónde posar la vista, como diciendo al fin, al fin alguien importante reconoce mi talento. Y el funcionario escandalizado cuando se entera que el jovencito no ha publicado nada ¡¿pero cómo es eso?! dice con artistaje, y entre líneas ataca al provincianismo de provincia que tantos talentos malogra, dando a entender que no es justo, que no le gustan las injusticias. En fin, que el jovencito se gana el derecho de participar en la segunda parte de la actividad.
Porque –y aclaro-  la actividad consta de dos partes. La primera es la oficial. El funcionario municipal que invita a la personalidad convoca a los talleristas, así como a algunos funcionarios de cultura como parte de su contenido de trabajo, para que hagan bulto. Esa es la actividad oficial como tal. Después viene una segunda parte. Es la parte en que el funcionario municipal brinda una recepción más privada a la personalidad invitada, algo personal, más libre. Ahí suele invitarse a gente de confianza por lo general del medio cultural.
Y al muchachito… por supuesto que lo invitan. Que el funcionario municipal enseguida se da cuenta que, si quiere congraciarse con el funcionario nacional, tiene que invitar al joven poeta. A fin de cuentas, a provincia se va de gira no a la caza de talentos, sino a la caza de aventuras que hagan llevadera la desmotivada vida de funcionario-escritor. Y la aventura se da, pero de libro publicado nada. Que el muchacho no era poeta, sino que hacía poemas para exorcizar sus fantasmas, como mucha gente escribe diarios para expresar al menos en el papel lo que no puede expresarle a nadie, para lo que no tiene por qué ser considerado escritor.
Mientras tanto tú, escritor de provincia aspirante a escritor normal, sabes que del dicho al hecho hay un gran trecho. La voz del cubano libre pinta fácil lo del dissenter pop, y tú te embullas. Sin embargo a medida que avanza el programa radial, te percatas que ni idea tienes de la mayoría de los términos afines. Eres, literalmente, un analfabeto informático. Te diriges a los intelectuales del municipio, a los funcionarios de cultura, y éstos saben menos que tú. Al menos tú estás al tanto del impacto de la blogósfera. Ellos, ni idea de qué cosa es un blog.
Al fin consigues un folleto digital, en el que se explica, detalle a detalle, cómo abrir uno. Le echas un vistazo, y peor el remedio que la enfermedad. Está en español, y como si estuviera en chino: el espejismo se desvanece.
En el desierto ocurre así. Un escritor de provincia es como un hombre perdido en el desierto. Es tal la sed de socializar, que una y otra vez afloran espejismos y te llenas de esperanzas y avanzas y avanzas, hasta que al final se desvanecen. Pero no guindas los guantes porque, “si estás condenado, entonces no solo estás condenado a muerte, sino también condenado a defenderte hasta la muerte”.
Y decidido a no morir, a no renunciar a fajarte por un canal por el cual expresarte, cada día sintonizas la voz del cubano libre y te actualizas con la información, te retro alimentas con los comentarios, y luego vas te pones los guantes y a golpear el teclado hasta que se entumecen los dedos. Escribir… como siempre has escrito: para engavetar. ¿Qué remedio?
Hasta que se da el milagro, y una fisura de luz en la noche provinciana te indica una ruta a seguir. Hace años que guardas el número de teléfono de un intelectual demócrata. Cuando te lo dan estás ciego, mediatizado. Cuando te lo dan solo tienes acceso a Granma y a Mesa Redonda, sin más alternativa que una u otra revista Encuentro que luego de la Primavera Negra dejas de recibir. Pero gracias a la interferida voz del cubano libre que vuelves a sintonizar quince años después, te percatas que el número de teléfono no es una falacia, no, que, el semanario independiente en el que una vez se te propuso colaborar, existe.