Un año sabático

El último comisario del mundo de las letras, ha dejado su impronta en el panorama literario oficial. En parte gracias a su labor de zapa, la literatura cubana actual escrita en Cuba ha dejado de ser una piedra en la sandalia del césar. Ahora la mayor parte de la ficción que se publica, agoniza de ilegibilidad para burlar la censura. En los municipios de provincia, los talleres literarios se han ido vaciando. A la provinciana burocracia literaria solo le interesa chupar a tiempo el presupuesto anual asignado para la provincia en concepto de derecho de autor, y, en complicidad con el sectorial de cultura, inunda la programación mensual de actividades fantasmas que se cobran y que nadie verifica.
En las ferias del libro no destaca obra literaria alguna. El libro ha dejado de ser un objeto con alma para medirse de forma estadística: “en la feria se vendieron tantos ejemplares de libros, así como tantas raciones de pollo frito”. Cada tres o cuatro años aparece alguna que otra novela que podría llegar a ser un “best seller” en el panorama nacional, pero, ¿cuál ha sido la política del último comisario del ICL? Hacer tabula rasa. No marcar diferencia alguna entre el potencial “best seller”, y la novela aburrida del influyente escritor-funcionario Fulano de Tal, cuya obra debe ser publicada íntegramente por haber sido designado, por la policía del pensamiento, figura estrella de la feria.
Desde que Padura novelara la vida de Heredia hace más de diez años, nadie ha vuelto a recomendarte libro alguno editado en Cuba. Los parámetros que se exigen para publicar nada tienen que ver ni con la buena literatura, ni con la también necesaria literatura chatarra.
En lo personal asumes de una vez que tu ego crédulo agoniza. La capacidad putrefactiva del césar decrépito, su poderosa maquinaria para dilapidar esperanzas, ha ganado esta batalla aunque no la guerra.
Ahora no socializas porque no encajas en el ambiente cultural provinciano, ni hayas el nuevo espacio que buscas dentro del ambiente demócrata. Para el ambiente provinciano, por un lado, eres sospechoso de ser un chivato que tira cascaritas para sacar del armario a disidentes reprimidos. Una provinciana y tercermundista versión del O Brien del 1984 de Orwell. Y si no fueses chivato, entonces serías un demócrata que habría que evitar para evitar el ser relacionado contigo, así que, de la forma en que lo pongas, eres un apestado. Por otro lado sientes que tampoco encajas en el ambiente demócrata, porque has metido el dedo en la llaga al abordar temas que son tabú como, por ejemplo, el tema del financiamiento. Y a estas alturas, ya no tienes el arresto y la ingenuidad de los veinte años para entusiasmarte cándidamente con nuevas propuestas.
Frente a la nueva encrucijada temes que te abandone la imparcialidad, el sentido de la perspectiva, y no puedas controlar el resentimiento que te provoca el futuro incierto dentro de la lucha. Temes que se esfume tu capacidad de ordenar ideas de forma coherente, que se esfume tu capacidad de discernir entre los géneros literarios para canalizar dichas ideas de forma adecuada, y en tu cabeza todo se haga un lío que afecte tu equilibrio mental y acabe haciéndote insoportable a la sencillez de la gente que te rodea. Por eso administras los santos óleos al hombre crédulo que fuiste, porque vas a prepararte para el hombre que nacerá.
Y como la confesión es parte del ritual pre mortuorio, confiesas que por honestidad, o, tal vez por imbecilidad, quemaste la etapa de escritor “políticamente correcto”, lo que, por lo que estás viendo, ha sido estratégicamente “incorrecto”. Ya que un backround de antiguos lazos con la cultura oficialista, haría las veces de pedigrí que abre puertas en la cultura alternativa. Haber sido un escritor orgánico funciona como marketing. Y tú quemaste esa etapa, y, por quemarla, fuiste recibido con escepticismo. Porque no te respaldaba ni tan siquiera una magra publicación provincial. Llegaste al bando demócrata sin una antigua militancia oficialista de la que decepcionarte. Y por si no bastara llegaste sin un look adecuado; sin un pelo desaliñado, sin una barba rala, sin un aire bohemio en fin, que llegaste con senda cara de guajiro deslumbrado, con cara, de todo, menos de escritor.
Antes de untar con aceite bendito a tu ego crédulo confiesas que, aunque te identificas como demócrata, siempre recelaste de la efectividad de ciertos métodos de lucha. Que el pacifismo a lo Gandhi no te dio la cuenta como el arma adecuada para combatir al gánster que tiraniza tu patria. Y confiesas considerar que el pacifismo de los demócratas cubanos, más que sustentarse en una filosofía hindú, se sustenta en el pragmatismo del exilio cubano. Consideras que ha sido el pragmatismo del exilio cubano, su indiscutible capacidad para influir en la democracia más pragmática del mundo, quien sustenta el idealismo de los poquísimos que, en Cuba, pueden darse el lujo de, tener ideas, y vivir y actuar conforme a las mismas.
Ahora sí permite que descanse en paz el escritor crédulo. Ciérrale los ojos, entiérralo, y alista para el bautizo al que acabas de nacer: el escéptico.
Has desertado del camino en busca de otro más cierto, y, en lo que aparece la nueva brecha en la que meter cabeza, el entusiasmo cede al hastío. La fe, al sarcasmo apóstata. El futuro ancho y luminoso se encoge al próximo fin de semana, con cerveza a la luz opaca de una mosqueada bombilla fluorescente, entre hombres grises que, como tú, ya no esperan nada salvo, acaso, un milagro. Hombres que, como tú, han hecho lo que han podido, y a estas alturas están cansados.
En el ataúd pones tu herramienta más preciada: la de fabricar sueños. No más sueños por ahora. Soñar, ahora mismo, estorba. Hay un tiempo en que soñar funciona. Hay una etapa en la que soñar vigoriza el cuerpo y la mente, los templa para senderos escabrosos. Hay una etapa en que soñar hace hermoso al hombre. Pero acaba la etapa, se va la juventud sin haber hecho nada, y entonces soñar hace estúpido al hombre que, de golpe y porrazo, pone los pies en la tierra.
Entonces deben bajarse los humos de la cabeza, y, para sobrevivir, deben reducirse al mínimo las expectativas. Porque a mayor expectativa, más peligroso el dolor de la decepción. Cuando la ilusión ha sido grande y muere, el espacio vacío se llena de ideas lóbregas que amenazan la vida misma. Entonces el sistema inmunológico se activa, y como resultado la respiración se hace lenta. Tan lenta que apenas llega oxígeno a la sangre. El cuerpo se amodorra, la mirada se enturbia, el cerebro tarda en responder, el pecho aprieta, y mejor no intentar nada, mejor no enfrentar el letargo, porque es peor. El letargo no es la enfermedad, sino el calmante. Es la respuesta de la capacidad de conservación de la especie humana. Entonces para no dar lástima se busca el aislamiento, el perderse entre la multitud, el trato de barra con el desconocido.
Pero sucede que no hay multitud en un pueblo de provincia, por eso la agonía es mayor. No tienes derecho al romanticismo aquel de orear fracasos en infinitas calles desiertas, de confundirte entre la gente de los bulevares, de aislarte frente al mar sentado en el muro del malecón o de emborracharte en un cochambroso bar en el extremo opuesto de la ciudad a donde nadie te conozca. Porque en un pueblo de provincia ni las calles son infinitas, ni hay bulevares, ni muros de malecón, ni bares con desconocidos. En provincia nada es privado, y eso chotea la bella escena, ese lugar común de video clip de hombre que desanda perdido entre la gente.
Por eso el escepticismo. La opción única de miles, de millones de cubanos víctimas de la megalomanía de un césar decrépito frustrado en su afán imperial, eterno envidioso del otro imperio-imperialista, el realmente grande y sólido: el imperio de la libertad.
Ningún movimiento pacifista hubiese detenido a Hitler, advirtió Obama a ciertos pacifistas ilusos, en su discurso de aceptación del nobel por la paz. Lo mismo crees tú. El pacifismo a lo hindú es antídoto que surte efecto solo contra la dominación de las grandes culturas, o contra la dominación de los grandes hombres, en la acepción majestuosa del término. Solo la grandeza cede ante el peso de la evidencia histórica de manera pacífica; no así un pequeño y cruel tirano, un megalomaníaco resentido en su fracasado proyecto de expandir su retorcida idea de revolución social sin libertad.
Por eso el escepticismo. Por eso celebras el pragmatismo de esos otros miles de cubanos que se exiliaron para mantener viva la semilla del emprendimiento. Y como los israelitas hicieron florecer el desierto, esos miles de cubanos fertilizaron los pantanos salitrosos del sur de la Florida, y la simiente germinó. Celebras el pragmatismo de esos cubanos que el megalómano césar no logró fanatizar con su carisma y sus delirios de grandeza en los decisivos años sesenta y setenta. Celebras el pragmatismo de esos cubanos que el césar no logró arengar en aras de un patéticamente revolucionario imperio tercermundista. Ese majestuoso escepticismo de a Dios rezando pero con el mazo dando que sigue vivo, pujante, acogiendo a los hermanos que abren los ojos y sacuden la falacia de la pobreza irradiante.
Mientras buscas el nuevo camino, lo soportarás todo con parsimonia. Practicarás el arte de la espera, y aprovecharás cada destello de fe en la creación para seguir aportando lo único que puedes aportar: comprensión. Que la novela, además de servir para el entretenimiento, sirve para la comprensión. Esa fotografía de letras que capta la geografía, que capta la sociedad de la época, la historia, el pasado y el futuro de la gente. Esa fotografía que como un rayo equis permea el alma de los retratados para desnudar sueños, esperanzas y frustraciones. Ese arte de la fotografía de letras que, a diferencia del ególatra ensayo, capta la multitud de puntos de vista y los hace interactuar para dar una visión imparcial de la realidad, lo practicarás mientras puedas. Aprovecharás los destellos de fe que no faltarán en medio del escéptico letargo provinciano, porque sabes que los mismos se irán extinguiendo hasta desaparecer, si no son salvados a tiempo.
Tú, escritor de provincia, Lucien de Rubempré sin el romanticismo de un París decimonónico, encomienda tu alma, y ruega a Dios que te de voluntad para seguir adelante con el fango al pecho.

Agosto de 2013