Torre de babel

Un evento hace historia solo cuando nos saca del camino trillado, cuando nos obliga a “abrir monte” para seguir avanzando, como se diría en provincia. Faltan seis meses para que las nuevas tecnologías hagan estallar el volcán del Magreb y acá, el césar decrépito, previene el fin de su imperio. No se le dará pista al “potro a domar” de las redes sociales. El potro a domar permanecerá bien amarrado en el establo, pateando, asfixiándose en su adrenalina no canalizada: adiós a la Internet para todos.
Sin embargo no es solo el dissenter pop la piedra en la sandalia del césar. Hay ahora mismo una crisis política, contante y sonante, frente a la que se debe hacer algo. Y la descalificación, la calumnia, no están funcionando como deberían. El césar es experto en desunir, en dividir, y allá va la otra movida: “dar a Dios lo que es de Dios”
Aquella reacción desmesurada del bando demócrata ante dos palabritas, dichas al calor de una circunstancia bien compleja, son la clave de la solución. El prelado de la Iglesia Católica, la más grande y estructurada institución de la sociedad civil cubana que cuestiona al césar, no está en condiciones literales de cerrar filas con el resto de las instituciones demócratas, por asuntos concernientes a su propia naturaleza que no caben en el  marco de este mamotreto. Y ocurre que los demócratas, cuyos paradigmas orbitan entorno al relativismo de moda, no consiguen hacerse a una idea milenaria y coherente. Quizás debido a que dichos demócratas han recibido desde su niñez o juventud una formación estalinista, y esa perspectiva adquirida a tan temprana y decisiva edad es la que prevalece a la hora de asumir posturas justas y racionales. ¿Y qué hará el césar? Pues potenciar esos procesos mnémicos que subsisten en la mente de unos demócratas en cuya infancia, acorde al sistema educacional ateo que recibieron, fueron parte involuntaria del sistema gubernamental de ridiculización estructurada hacia las religiones. ¿Qué hará el césar? Pues estimular el actual resentimiento oculto en la psiquis de los demócratas –quienes  han ganado la batalla por la liberación de los presos políticos- ignorándolos arbitrariamente mientras da protagonismo a la Iglesia.
Al comienzo, el bando demócrata es cauteloso. Lo más importante es la liberación de las víctimas de la Primavera Negra, dicen. Les basta con saberse los ganadores de la batalla por dicha liberación, dan a entender. Pero pronto, muy pronto, afloran las pasiones. Porque contrario a la Iglesia que cuenta con una verdad consensuada, y contrario al césar que cuenta con una seudo verdad impuesta, cada demócrata es la medida de su propia verdad. La libertad de expresión, alma de las sociedades libres y pujantes, se vuelve fusil que revienta en manos del cazador. La voz del cubano libre, los sitios de internet y el dissenter pop, así como la prensa del mundo libre, se hacen eco de ésta diversidad e incluso la celebran como un síntoma de salud de la emergente sociedad civil que prolifera en la isla mientras tú, escritor de provincia, te sumerges en claves que dan por resultado un efecto contrario.
Tú en tu sano egoísmo, en tu deseo de parecer listo, de que hablen de ti, de que te recuerden después de la muerte. Tú en tu deseo de ver las cosas como son para hallar las esencias verdaderas y almacenarlas para la posteridad, en tu deseo de empujar al mundo en cierta dirección, de alterar la idea que tienen los demás sobre la clase de sociedad que deberían esforzarse en conseguir, no estás dispuesto a cruzarte de brazos. El grupo demócrata que Dios puso en tu camino no ha comprendido aún la naturaleza del catolicismo y ésta circunstancia, éste falso papel de mediador que le ha dado el césar a la Iglesia para echarla a fajar con los remanentes mnémicos que subsisten en la sicología profunda del bando demócrata, potencia dicha incomprensión, hasta ahora relegada al fondo del baúl.
Entonces llega la hora de asumir posturas. Eres partidario de una libertad de expresión responsable. Sabes que la libertad tiende a confundirse con caprichos circunstanciales que no pocas veces infectan la esencia de la libertad misma. Sabes que los dogmas no deben someterse a dichos caprichos, sino al revés. Y en consecuencia, en aras de la organicidad imprescindible que se necesita para destronar al césar, has cerrado filas con dicho grupo. Solo que ahora el barco está a punto de irse a pique. El césar está consiguiendo lo que se ha propuesto: la dispersión del bando demócrata y nada menos que con el arma insigne de los mismos: la libertad de expresión.
Y pasan los meses, y estalla el volcán en el Magreb. La bandera de la libertad de expresión sale de los hogares conectados y ocupa calles y plazas en todo el mundo árabe, lo que no toma por sorpresa al césar, que ha mantenido atajada las conexiones.
No obstante, falta el tiro de gracia a los capullos de ésta nuestra primavera, para que los mismos no florezcan. Cuatro años es tiempo más que suficiente para un evento pop, y ya viene en camino el petardo que reventará el fusil en manos de los demócratas. Se llama Benedicto XVI. La sociedad civil ha llegado demasiado lejos con su desafiante torre de Babel, y va siendo hora de confundir sus lenguas para que se dispersen por milésima vez. El césar necesita ganar cinco o diez años más, los que le quedan de vida, pues años tardarán los demócratas y la Iglesia en volver a cerrar filas.
Y viene el Papa y tú, anónimo escritor de provincia, te sumerges en el entusiasmo de la probable y precaria combinación de tus dos vertientes: la política, y la religiosa. Una combinación que podría ser explosiva de lograrse, y desde tu rinconcito en las gradas del inmenso coliseo informático, harás tu contribución para que dicha explosión se realice.
Y agarras tu tirapiedras y a disparar dissenter pop en medio de la lluvia que cae desde las trincheras de la sociedad civil. Todo el mundo tiene una opinión distinta y qué bueno, dicen algunas voces. Qué bueno que haya esta diversidad de opiniones; pero qué malo que el fuego no se concentre en el objetivo: el césar. Qué malo que predomine la vanidad de las ya indiscutibles personalidades demócratas, cuyo brillo mediático tal vez perciban opacado por el Papa.
Y qué bueno para el césar. Qué bueno para el césar que las personalidades demócratas insistan en brillar junto al Papa como condición para cerrar filas con él, y qué bueno para el césar éste en definitiva sano egoísmo que impulsa, desde lo más recóndito de las naturalezas humanas, las acciones de las personalidades demócratas. Qué bueno para el césar que la soberbia confundida con la justicia muestre sus fauces, y qué bueno para el césar que la Iglesia sepa identificarla se meta donde se meta, se vista de lo que se vista.
Y el volcán del Magreb que ilumina la razón del mundo árabe, que ha traído luz y calor primaveral, arroja sus efectos secundarios en Occidente en forma de una nube de cenizas que opaca la razón. Una oscurantista nube antisistema se forma en la Plaza del Sol, se esparce por Europa y llega a Wall Street pidiendo milagros. “Si el clima fuera un banco ya lo hubieran salvado”, dice un tercermundista en el clímax de la estupidez tercermundista. Quién quita entonces que esa misma estupidez mediática no acabe contagiando a los demócratas del patio. El antisistemismo bien que podría funcionar, sobre todo luego de que el cardenal dijera aquellas dichosas palabritas. Que desde entonces los demócratas han “excomulgado” a la Iglesia de la sociedad civil y la han “integrado” al “sistema” que los ignora, al sistema que ellos mismos combaten.
De nada te vale, escritor de provincia, expresar tu absoluto rechazo a la ocupación del templo efectuada por cierto grupo demócrata. No se ocupa un templo –afirmas exasperado. Un templo no es lo mismo que una plaza. Si todo el que padece injusticias va a ocupar templos, habría que construir tantos que cobijasen a la humanidad entera. Tus compañeros son de otra opinión. La Iglesia tiene que estar inexorablemente del lado de la democracia. Y claro que lo está, alegas. Solo que hay varios modos de estar del lado de la democracia. Pero la Iglesia entregó a los ocupantes a la policía, te reprochan. Porque no eran perseguidos necesitados de asilo, respondes, sino demócratas no tan conocidos, en busca de un paletazo mediático para darse a conocer.
Si bien has sido consecuente y has actuado con la mejor intención, sabes que acaba de abrirse una grieta. Tú, como católico, te pones al servicio de Dios. Un anticlerical lo es porque pretende, sin conseguirlo, poner a Dios a su servicio.
Y cae por fin la torre de Babel con que la sociedad civil ha pretendido desafiar al césar. El césar ha confundido las lenguas de sus rivales, se ha ajustado a las circunstancias, y ya no habrá primavera árabe en Cuba. La sociedad civil se dispersa, se vuelve lugar común y tu ego crédulo, escritor de provincia, entra en una especie de crisis de paradigmas. Si el bando demócrata hubiese cerrado filas en torno a la Iglesia, si no hubiese pretendido calzar a Dios a sus designios y en su lugar se hubiese calzado a los designios de Dios, hoy tal vez el panorama fuera otro.
Pero la soberbia ha hecho su parte, y ahora todo es lugar común. Y tú, escritor de provincia, debes evitar el lugar común. De nuevo tendrás que esperar. Solo que nosotros, los de entonces, ya no seremos los mismos.