31-1-2009

 

A TRANCAR LAS GALLINAS

 

Hará un par de meses Armando Hart, desde las páginas de Granma y vaticinando el resultado de las elecciones en los Estados Unidos, planteó alarmado la urgencia de un rediseño de la retórica antiimperialista. Su declaración fue más allá del acto nada estratégico de revelar las coordenadas al enemigo, pues dejó al desnudo la incapacidad suya y de su generación para lidiar con un imperialismo posmoderno.

De momento, quietos en base. Para empezar ya han sido proclamadas las reglas del juego: se acabó la época de los gestos unilaterales; diálogo sin zanahoria y sin garrote, dice el presidente de acá. Raúl confía en la inexactitud de la masa de cubanos, –y aquí cito a Varela- propensa a afirmar o negar cualquier cosa sin examinarla, y solo porque el argumento lo da lleno de nomenclaturas vagas. Eso de gesto unilateral debe ser lo de siempre: “te quito el bloqueo a cambio de aperturas democráticas”. Por eso lo del gesto bilateral que propone, que imagino yo que sea “te retiro el sambenito de enemigo histórico, si reconoces mi derecho a hacer lo que me de la gana y a meter preso a todo el que me critique”. Lo otro será pan comido pues Obama, supondrá, si no da el pretexto para la imprescindible enemistad a la entrada, lo dará a la salida. Mientras tanto, para que nadie se haga ilusiones, han ido poniendo en la televisión el videíto del Che diciendo que no se puede confiar en el imperialismo.

Si algo interesante reveló la convocatoria 25 plus 25 pensando la nación, lanzada por la revista Consenso, fue la renuencia de los participantes a catalogar de negativas y agónicas las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos. “No es cuestión de gustos –afirmó Jorge Luis Arcos, que para referirse a la Cuba del futuro la metaforizó como una provincia bárbara del imperio. Si tenemos que ser bárbaros, seamos bárbaros inteligentes”. ¿Será el maniatado tema del antiimperialismo de los cubanos, pregunto yo, una realidad? ¿Lo fue alguna vez?

Si se mira desde ángulos no convencionales, dicho antiimperialismo yankee, término posible solo a partir de avanzado el siglo XIX, bien podría hundir sus raíces en las rivalidades de los nacionalismos europeos. Después de todo los norteamericanos de entonces no eran más que anglosajones o hijos de anglosajones, y los nacionalistas cubanos no eran más que españoles o hijos de españoles; la tradición reformista contra la católica genéticamente heredada, quien sabe si ésta última resentida aún por la pérdida de una Armada Invencible que, más que la pérdida de una simple batalla, marcó el fin de la hegemonía de la cultura latina.

Tendremos que volver sobre los conceptos para insertarnos en el cambio de época, y preguntarnos con honestidad quién realmente nos desprecia, si el Norte revuelto y brutal, que nos ha recibido con los brazos abiertos durante cincuenta años, o Nuestra América, que, eterna amante del caudillismo, nos suelta como papa caliente cada vez que le pedimos apoyo para la causa de nuestra libertad.

Para un latinoamericanismo caudillista que ha operado más sobre la base de argumentos simbólicos que reales, el arribo de un afrodescendiente al trono del malvado imperio blanco implica una actualización urgente de su base teórica. Poco interesa el bajo coeficiente intelectual de Evo Morales y su restringido conocimiento del idioma castellano: que Bolivia tenga un presidente indígena simboliza como nada un acto de “justicia histórica” y una derrota al Imperio del Mal –antónimo populista del Eje del Mal de George Bush. Imperio del Mal que, dicho sea de paso, antes de 1989 tenía solo connotación ideológica y económica, pero que en la actualización llevada a cabo después de la caída del Muro de Berlín se le agregaron dos factores inaprensibles: la religión cristiana y la raza blanca. Por eso la elección de Obama, desde ya y sin mover un dedo, ha puesto a correr a los interesados en el Choque de Civilizaciones, los que a su vez han puesto a correr a sus teóricos porque temen que el rebaño de gallinas tome conciencia de sus alas, le pierda el miedo a los peligros del campo libre, y remonte vuelo.