junio 2010

 

POLONIA: SE ACABO ELPAN DE PIQUITO

A partir de ahora imágenes como las de la hoz y el martillo, Lenin o el Che Guevara, contravendrán en Polonia como ideologías criminales. Imagino que no pocos soñadores del occidente democrático estén alarmados por lo que de seguro calificarán de exageración. Cosa de neofascistas, o de fanáticos de derecha que no aceptan la necesidad de un nuevo orden mundial.

Muy pocos repararán en el hecho de que, cuando se dice fascismo, la condena no se hace esperar. Sin embargo, cuando se dice estalinismo, una mitad de la gente no sabe de lo que se está hablando, y la otra mitad piensa que se trata de propaganda imperialista.

Las oportunidades se brindan calvas. Lo que sucede es que el fascismo, como perdedor de la segunda guerra mundial, recibió la condena unánime de la humanidad. El escenario le sería hostil de por vida. El estalinismo, en cambio, corrió mejor suerte. Porque mientras que el fascismo operaba en el limitado campo geográfico del nacionalismo, el estalinismo lo hizo en uno ilimitado al apropiarse de una condición global: la pobreza.

Erigirse como bandera de los pobres de la Tierra le concedió un estatus universal, solo comparable al del cristianismo. La membresía, de hecho, estaría garantizada, porque pobres hay, y habrá, hasta debajo de las piedras. Pero a diferencia del cristianismo, que promovía la convivencia pacífica entre ricos y pobres, la doctrina con se legitimaría el estalinismo, es decir el Comunismo Científico, promovió la eliminación de la clase adinerada como única vía de alcanzar la justicia social. Y de paso, hacerse con el poder y dejar sin recursos a todo posible rival.

Se echó entonces a andar el motor de la violencia revolucionaria con una energía tan potente como destructora: la natural envidia que pudieran sentir los pobres hacia los ricos. O la que siente el hombre masa que, siendo mayoría, solo aspira a gozar lo más posible trabajando lo menos, hacia el vecino emprendedor que se ha enriquecido en sus narices después de haber sido tan criticado por él por su devoción al trabajo. La misma envidia que el cristianismo instaba a reprimir por alejar al hombre de su condición humana, es decir por alejarlo del progreso, fue transformada por los comunistas en energía para hacerse del poder absoluto. El estalinismo creó suficiencia en el insignificante hombre masa, transformó su mediocridad en un insano orgullo de ser pobre, y la empleó como arma contra los hombres que se atrevieran a reclamar el libre derecho a probar fortuna.

Sonrían, que por ahí vienen los amigos de la revolución con sus camaritas. Mientras que junto a la envidia a los países ricos, el terror impuesto por la seguridad del estado a la población es lo que sostiene al estalinismo dentro de sus fronteras, la piedra angular que garantiza el apoyo y la simpatía del exterior es la apariencia. Tan importante como la fidelidad incondicional, es sonreír ante las cámaras del occidente democrático; un punto que descuidaron los fascistas y en el que los estalinistas son expertos, al extremo de que la sonrisa feliz del pueblo combatiente es la esencia de la invulnerabilidad ideológica. En privado di lo que te dé la gana, pero delante de los extranjeros, amarra la lengua.

Esta sonrisa aprendida minimizaría, y aún minimiza, la gran tragedia que estaba en camino. En lo adelante los estalinistas llamarían error a la colectivización en Ucrania que tuvo lugar entre 1932 y 1933, cuya hambruna produjo siete millones de víctimas. Error la matanza de Katyn, que tuvo lugar en Polonia, donde fueron asesinados 15 mil oficiales con un tiro en la nuca. Error la purga en el Ejército Rojo víspera de la guerra con Alemania, que costó millones de vidas rusas adicionales. Error silenciar la explosión en la planta de Chernóbil, con cientos de miles de víctimas, para no caer en boca de la prensa enemiga.

Ni qué decir de los millones que cobró el fanatismo estalinista en la China de Mao y en la Kampuchea de Pol Pot. Y de la táctica de subversión conocida como Guerra Fría, que debutó en España enfrentando españoles contra españoles, cobró un millón de víctimas, y desembocó en un nacionalismo de corte fascista que arrasó. Y los millones de víctimas que cobró en Vietnam. Y en Angola y Afganistán, cuyos pueblos nunca comprendieron bien el motivo por el cual fueron ocupados y ensangrentados por tropas extranjeras. Y los muertos que puso Centroamérica total para seguir en las mismas. Y los jóvenes que empujaron a inmolarse contra los ejércitos de Chile o Argentina.

Aquellas aguas trajeron estos lodos. Después de la segunda guerra mundial, la libertad para condenar al estalinismo como era debido, tropezó con la necesidad de la convivencia pacífica. En un mundo con bombas atómicas, el occidente democrático, se vio obligado a entenderse, y hasta cierto punto legitimar, al oriente estalinista.

Olvidar o minimizar el alcance de los crímenes cometidos por el estalinismo, puede conducir al resurgimiento del mismo. El mejor ejemplo lo tenemos en América Latina, cuyas constituciones carecen de la fuerza necesaria para impedir que se elimine la alternancia de poderes, pilar fundamental de la democracia. Y ahí está Honduras. La reacción de la comunidad internacional al show que allí montaron los neo-estalinistas, es la mejor prueba de que los totalitarismos de izquierda, a diferencia de los de derecha, cuentan con una segunda oportunidad.

Si quienes conocemos por experiencia de la pata que cojean estos regímenes no nos movilizamos, nadie lo hará por nosotros. Debemos aprender del occidente democrático para hacer con el estalinismo lo mismo que hicieron ellos con el fascismo; evocar, evocar y evocar en el cine, la literatura, la pintura, la prensa y en cuanto medio se tenga al alcance, para concientizar a los soñadores que quedan de los millones de vidas que puede costar, mañana, la realización de los sueños de justicia que tienen hoy.