12-7-2008

 

El Ciudadano parásito

Enviar cartas a los periódicos de circulación nacional se ha puesto de moda. Más de una persona, sin saber que “por la izquierda” también ejerzo el periodismo de opinión, se me ha acercado y, luego de preguntarme lo que opino a respecto, me ha comunicado la intención que tiene de quejarse a los mismos, debido a que los canales existentes para resolver problemas simplemente, o están saturados, o no funcionan.

Este tipo de ciudadano, antes solía escribir al Comité Central del PCC o a los más altos dirigentes y sentarse a esperar el milagro. Solo que dicha alternativa se les ha extinguido. Hoy recuerdo las cinco cuartillas dirigidas a Fidel Castro que les teclée a un amigo excombatiente porque la casa se le está cayendo, justo la misma tarde de la noche en que se anunció la enfermedad de aquél. O la que una señora me pidió que le redactara, a dictado suyo, una carta a Vilma Espín de la que al fin me libré.

La ingenuidad es un mal que padecemos todos. Hace un tiempo a mí mismo, que saludé en un artículo la iniciativa del Granma, al cabo de una semana ya me estaba asaltando la duda: ¿todas las misivas serían auténticas?

No veo motivo para que solo publiquen los apellidos de los remitentes, a excepción de algún que otro funcionario gubernamental que escriba para responder. ¿Por qué no publican el nombre y dirección del que, por ejemplo, arremetió contra los ancianos que venden periódicos? ¿Acaso esta especie de puritanos exige el anonimato? Creo que si están convencidos de que son justos en lo que plantean, deberían tener valor para defender su criterio a la luz pública, máxime que están publicando en un periódico oficialista, no en uno de la oposición que podría traerles problemas en el centro de trabajo o en la comunidad. ¿O es que Granma, simple y llanamente, ordena a sus periodistas escribir ciertas cartas para dar la impresión de que es el pueblo quien exige se arremeta contra los mismos ilícitos que lo sustentan? De ser así, menuda tomadura de pelo.

En un lúcido ensayo, Carlos Alberto Montaner se refería al ciudadano parásito, como el fruto del pecado comunista de someter a la obediencia al pueblo mediante la coacción y de cortarles las alas para que no pudieran pensar, organizarse, ni crear riquezas por cuenta propia. Mucha de nuestra gente se ha convertido en sujetos que esperan del Estado los bienes y servicios que en la práctica éste no puede otorgarles, precisamente por las limitaciones que él mismo ha impuesto a la sociedad. Este ciudadano indefenso, convertido entonces en consumidor permanente insatisfecho, constantemente viola las injustas reglas a que es sometido, mediante el robo y el mercado negro.

¡Ni se le ocurra pedirme teclear algo para el Granma! Como usted, acá la mitad de las familias tiene problemas serios con la vivienda. Digamos que hay 200 casos críticos; una cifra conservadora. ¿Pero cuántas comunidades como esta hay en el país? Quizás miles. ¿Y qué me dice de las grandes ciudades? Prefiero ayudarle el viernes en la noche a extraer la arena de la playa y el domingo en la mañana a fundir la zapata, a servirle de instrumento para mendigar derechos a los que tiene. En sus manos está la decisión de esperar o no la comida en el nido con el piquito abierto. Si al final optó por ello, recuerde que la gorriona es una sola y que los hambrientos se cuentan por millones. En lo que a mí respecta, solo está a un alcance prevenirlo, no sea que mientras tenga la boca abierta se le cuelen las moscas.