15-4-2008

 

TALLERES Y CAFES LITERARIOS

 

Cuando hace tres años el premio Nobel de Literatura José Saramago estuvo en La Habana, tal vez como desagravio por haber publicado en el diario El País su polémico "yo me salgo", a raíz de los sucesos de la Primavera Negra, su agenda incluyó una visita al Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso.

Saramago, quizás el visitante más ilustre que haya recibido el Centro, en lugar de agradecer la invitación con lisonjas, lo que hizo fue cuestionar sin pelos en la lengua el sentido de la actividad principal: ¿qué era aquella especie de academia a donde se enseñaba a escribir? Estaban bien las academias de música, pintura, danza, escultura, ¿pero una academia para formar escritores? ¿Dónde estaban los resultados?, preguntó.

Según una conferencia de Ambrosio Fornet en el marco de un ciclo organizado por el Centro Teórico-Cultural Criterios, suscitado por la repercusión del aparente "lavado de biografías" que intentaron hacerle a algunos artífices del llamado "Quinquenio Gris", el crítico vincula el origen de los talleres literarios a la política de "parametración" que se llevó a cabo entre 1971 y 1972 en sectores de "alto riesgo para la formación ideológica de los jóvenes", tales como el magisterio, el teatro, o el discurso literario que más se adecuara a los intereses de la revolución. El Consejo Nacional de Cultura, CNC, tenía muy claro que había que arrinconar a los "viejos" porque estaban "contaminados", para entregarles el poder cultural a los jóvenes con el fin de que lo ejercieran por conducto de cuadros experimentados y políticamente confiables. Muy rápidamente se estableció a lo largo del país una red de "talleres literarios" encargados de formar a los nuevos escritores y se le dio un frenético impulso al Movimiento de Aficionados. Era lo que los guajiros llamaban "madurar con carburo".

Entonces el CNC, según el crítico, deslizó al oído de los jóvenes la maligna sospecha de que el realismo socialista era la estética de la revolución; una estética que no osó decir su nombre porque nunca fue adoptada oficialmente en ninguna instancia del gobierno. A partir de los noventa, y hasta hoy, la idea de lo correcto ha dado un giro de ciento ochenta, pues si antes exaltar los logros del proyecto revolucionario era la norma, en los últimos años la norma continúa siendo evitar dicho tema. Para ello en el período especial tomó auge la estética de un nuevo realismo que nada tenía que ver con el socialista: el conocido como realismo sucio, en el que en el afán de atraer mercado sin meterse en problemas con el gobierno, los escritores se dieron a la tarea de exhibirnos como la isla de la gozadera donde era lícito todo menos... hablar de política.

Algunos como Pedro Juan Gutiérrez tuvieron éxito. Otros, por más depravaciones que inventaron, a donde más lejos pudieron viajar fue al extremo opuesto de la isla. En la actualidad los parámetros, además de sugerir al oído de los escritores este realismo como alternativa, premia a los que escriben novelas del siglo XVIII y XIX, o a los que optan por un absurdo tropical a lo Kafka que en ocasiones ni ellos mismos logran explicar, y que termina fomentando la apatía en el lector medio que no está capacitado para interpretar el intrincado lenguaje de signos con que el autor del libro cree burlar la censura. En la práctica, para lo único que le sirve es para consolidar un puesto de asesor literario o editor, y en el mejor de los casos, para conseguir invitaciones a eventos en Provincia.

El daño que ha hecho a la literatura cubana vivir de espaldas al mercado del libro, ha degenerado en un divorcio entre el escritor y el público lector. Ultimamente se han puesto de moda, como una extensión de los talleres, los cafés literarios. Quien vio el programa Deja que yo te cuente que se transmitió vísperas del congreso de la UNEAC y conozca del tema, tal vez coincida conmigo en que a la caracterización que hicieron los perspicaces actores dirigidos por Nelson Gudín, haya muy poco que agregarle.

 

EL DILEMA DE LA PAPA

En la madrugada del martes 8 de Abril se registraron volúmenes de lluvia récord en algunos municipios del sur habanero, una de las principales zonas paperas en el país. Esta situación incidirá desfavorablemente en la cosecha que se encontraba al 50 % de su ejecución.

Cifras oficiales intentan demostrar que cada año aumenta el rendimiento por área, sin embargo las UBPC, encargadas de la mayor parte de la producción, para mantener el rendimiento que se le exige a nivel nacional siembran más área de la que reportan, lo que se puede verificar al comprobar la diferencia entre el área sembrada y la cultivable que cumple con los requisitos para la siembra e inexplicablemente se queda ociosa.

Esta diferencia entre lo reportado y sembrado conduce a la ineficiencia, pues todo el gasto se carga a una parte del área sembrada, lo que deteriora los indicadores. Ello sin contar los problemas acompañantes, es decir plagas, altas temperaturas, humedad, etc.

La solución más recurrente suele ser la de alterar los Estados Financieros. La cuenta de gastos diferidos a largo plazo crece vertiginosamente año tras año. Los préstamos bancarios para financiar producciones en proceso que nunca se realizan se suceden uno tras otro, y en su afán por mantener el pago de Utilidades, es decir, el 40% que debe pagársele a los trabajadores, contabilizan como ingreso del cultivo hasta el pago recibido por concepto de Seguro.

Esto significa que la UBPC funciona de manera artificial, y que cada vez las posibilidades de obtener Utilidades reales son menores y no solo para mantener la mano de obra, sino también para autofinanciar los cultivos y mejorar las condiciones de vida de sus trabajadores en los albergues, casi todos provenientes de las provincias orientales del país, los que en la práctica, la mayoría de las veces utilizan estas oportunidades de trabajo como puente para la inmigración interna.

Todo parece indicar que es altamente cuestionable la rentabilidad de la cosecha de la papa en Cuba. Campesinos aseguran que la política gubernamental que insta a priorizar recursos para dicho cultivo, debería revalorarse a favor de otras producciones que se adapten mejor a nuestro clima, como por ejemplo la malanga, el frijol o el ajo. Algunos especialistas se cuestionan el motivo por el cual el Ministerio ignora arbitrariamente la existencia de estos problemas y favorece con su silencio la inflación de las estadísticas reales, cuando estas lo que hacen es conducir a la agricultura nacional a un callejón sin salida. Quizás lo que está en juego sean las jugosas comisiones que ganan algunos por negociar directamente con agricultores canadienses y europeos, fomentando el latifundio estatal en detrimento de la explotación legítima de un patrimonio que debería estar en manos del campesino cubano.