13-9-2008

 

La recuperación, un segundo huracán

El ambiente de aquel salón evocaba la sede de una Bolsa de Valores. Solo que los convulsionados participantes de la reunión ni vendían acciones ni iban de traje, aunque sí llevaban portafolios y tenían el auto parqueado en la calle. Eran los directores de las empresas de la Isla de la Juventud, en una pugna salvaje para que la Naviera les transportara la mercancía que necesitaban.

Si ya en tiempos normales los responsables de la Alimentaria, del Comercio Mayorista, de la Empresa Cárnica, de la Porcina, de la Avícola o de la Constructora, por citar solo algunos, tenían que batirse duro y ponerse a merced del funcionario-árbitro que decidiría cuales contenedores y cuales vehículos transportaría ese día la veintiúnica patana que estaba cubriendo la línea Batabanó-Gerona, imagine usted cómo sería ahora después del huracán, si las decisiones no tuvieran que tomarse ahora, diariamente, a nivel de Ministerio.

Y es que la metáfora de la maldita circunstancia que aluden los literatos cubanos, se vuelve carne en esa zona del país. Porque allí sí que hay agua por todas partes. Después de cinco años, el aislamiento de la Isla de Pinos vuelve a ser noticia. Si entonces resultó ideal para el montaje del secuestro de un par de avionetas, que se llevó a cabo para desviar la atención de la opinión pública cuando los sucesos de la Primavera Negra, ahora lo es porque la geografía se vuelve contra los pineros, cuya recuperación depende en gran medida de una exigua flota marítima.

Según transcurran los días, la solidaridad inicial dará paso a la batalla por la supervivencia. Ya no serán únicamente los directores de empresas quienes lucharán entre sí por el acceso a tiempo a los recursos, sino la mayoría de los ochenta mil habitantes que tiene el municipio.

Ese huracán, es peor que el primero. Porque ese no depende del único capital con que cuenta el país para paliar la catástrofe: el capital humano. Ese depende del capital que la dirección del gobierno no solo no supo crear a lo largo de medio siglo, sino que obstinadamente demonizó en aras de encumbrar a un ciudadano pobre y obediente que aceptara sin chistar raciones cada vez más pequeñas, en detrimento del ciudadano emprendedor que jamás se sometió a la tiranía de un salario indigno, llegando a sacrificar incluso su honestidad para no quedar como gallina desplumada entre las botas del estalinismo.

Estos últimos fueron los que lograron fabricar casas con techos de placa, la mayoría de las veces desviando los recursos que el Estado no les facilitaba por la vía legal; sujetos negativos que en tiempos de huracán se vuelven positivos al dar refugio a los desamparados revolucionarios cumplidores cabales de las leyes; los mismos que en tiempos normales se dedican a criticarlos por oportunistas.

A partir de ahora, se patentizará como nunca el fruto amargo que engendra el fanatismo a un concepto tan ambiguo y escurridizo como el de revolución cubana, y a la fi gura mesiánica y benefactora de su máximo líder. Porque es ésta pobre gente que no ve más allá de sus na-rices, es ésta pobre gente que sale a comerte si te atreves

a criticar al gobierno en presencia suya, la que más sufrirá las consecuencias de los embates del meteoro. Ésta pobre gente que en tiempos normales fue tan útil para trabajar a cambio de muy poco y para aplaudir a cambio de nada, es la que tendrá que fajarse duro entre sí por las tejas de fibrocemento o de zinc que les venderá el gobierno y que seguramente les garantizarán el techo solo hasta el próximo huracán. Porque que no esperen nada más. Lo único que facilita el gobierno después de la catástrofe, son las dichosas tejas que a veces incluso tardan semanas en llegar. Esta pobre gente tendrá que fabricar las nuevas paredes con los despojos de las paredes anteriores, y sumarse a una espera que será larga, porque casas a prueba de huracán, tal y como están las cosas, jamás las tendrán.

Por desgracia, si algo hay que reprocharle a la revolución, son las generaciones de ciudadanos indefensos que promovió. Quiera Dios que todo esto, si de algo llegara a servir, que sea para que los secuestradores de la libertad y la responsabilidad civil dejen de aspirar a enriquecerse sobre la miseria de su pueblo como hacen los gobernantes chinos, y se den cuenta de una vez del disparate que entraña condenar al paternalismo forzado a millones de personas aptas para prescindir del mismo.