8-4-2008

 

ACERCA DEL CONGRESO DE LA UNEAC

 

Sentí la ausencia del escritor Senel Paz en la Mesa Redonda del viernes 28 de marzo, debido a que, coincidentemente, estaba terminando la lectura de su novela En el cielo con diamantes.

Miguel Barnet lo justificó comunicando que Senel había alegado timidez y miedo escénico. Por mi parte, luego de leer la historia de David contada por él y por Arnaldo, interpreté la ausencia del escritor como una actitud de consecuencia con su obra. Decía Martí que el hombre que no puede decir lo que piensa, calla si tiene honor.

Sin embargo quedé satisfecho con las intervenciones que retransmitió la televisión en dicho espacio, entre las que merece destacar la del ensayista Fernando Martínez Heredia, quien lúcidamente declaró que para los jóvenes que se formaron en los convulsos años 90, el mercado era lo contemporáneo, mientras que los sueños altruistas que habían motivado al resto de las generaciones, eran ya historia.

Tuve mis reservas al inicio debido a que la prensa oficialista, días previos, aludió en reiteradas ocasiones a las controvertidas "Palabras a los Intelectuales", calificadas en La columna del lunes del semanario Trabajadores como la "expresión más sintética de una relación franca y abierta de la revolución con esta comunidad del pensamiento"

Minimizar el alcance del cisma que se produjo tras estas Palabras, es decir, aplicar el popular "borrón y cuenta nueva", o culpar, como hace un personaje de Senel Paz, a los burócratas que interpretaron mal dicho discurso, podría ser asumido por las víctimas que produjo el mismo como una burla.

La fe que debo tener en el futuro me obliga al optimismo, aunque una visión realista de los hechos, me incline al escepticismo en cuanto al alcance inmediato de las propuestas del Congreso. No basta con abrir los brazos a esa otra UNEAC de la diáspora, sin al menos un reconocimiento explícito de quienes la empujaron a la emigración, al destierro, o al exilio.

La profesora de literatura de la novela de Senel Paz le confiesa al protagonista que aunque la están obligando al destierro, no va a odiar porque el odio no da fuerzas como se dice, sino que empobrece y envenena. Solo que en la naturaleza humana, a veces, la voluntad no alcanza para dejar de amar o de odiar, y se perdona solo si el culpable, o muere –porque a los muertos siempre se les perdona- o si reconoce su culpa. De todas formas, me bastó con quedarme claro que el séptimo Congreso no fue como aquel primero que se celebró en la década del 60, aquel Congreso de la Educación y la Cultura que por poco, a decir de Senel, acaba con la cultura.