7-6-2008

 

EL ANCIANO INQUISIDOR

 

La disyuntiva teológica del binomio pan-libertad, ha sido colocada subrepticiamente en el índex de la realidad cubana. En mi caso, tratar sobre el tema significará volver sobre la obra de Dostoievski, y no porque el novelista ruso tenga la última palabra, sino porque el tema es uno de los que identifica su creación.

Se trata de un monólogo que sienta bases en El Evangelio según San Mateo. Uno de Los Karamazóv, Iván, en la taberna del pueblo, expone las dudas que tiene respecto a la legitimidad de Dios a su hermano menor, Aliosha, recitando de memoria el monólogo de un ficticio personaje de la Sevilla del siglo XVI, en el marco de un drama en el que El Mesías, luego de su advenimiento y de pasear las calles de la ciudad haciendo milagros, es mandado a arrestar por el anciano inquisidor. Las causas del arresto las expone el anciano en una visita nocturna que le hace a la celda: "toda esa gente que hoy Te siguió devota por las calles, mañana, a una orden mía, correrá a atizar la hoguera en que arderás, acusado de herejía"

Iván no cree en Dios porque, al igual que su personaje, no cree en las grandes mayorías. Iván las desprecia por considerarlas débiles y apocadas. Considera la libertad una gracia reservada solo a los grandes hombres, quienes, por grandes que son, se encuentran en la obligación de ejercer sobre las mismas una dominación paternalista. El anciano inquisidor, entre otras cosas, le reprocha al Mesías haber alegado que no solo de pan vive el hombre cuando el diablo le tentó a que convirtiera las piedras en pan: "Tú quieres irle al mundo y le vas, con las manos desnudas, con una ofrenda de libertad que ellos, en su simpleza e innata cortedad de luces, ni imaginar pueden que les infundes horror y espanto (...) porque nunca en lo absoluto, hubo para el hombre y la sociedad humana nada más intolerable que la libertad (...) ¿Y ves tú esas piedras en este árido y abrasado desierto? Pues conviértalas en pan y detrás de Ti correrá la humanidad como un rebaño agradecida y dócil, aunque siempre temblando, no sea que Tú retires tu mano y se le acabe tu pan."

Al mezclar cinismo con paternalismo, se hace ilegítimamente con el poder y lo legitima. Confiesa al prisionero, en el secreto oscuro de la celda, que lo hace por el bien de esa masa de simples y cortos de luces a los que les horroriza la idea de ganarse el pan con esfuerzo propio, al la vez que le reprocha haber rechazado la propuesta del Maligno al no haber sucumbido a las tentaciones. Pan, milagro, y poder, le ofreció el diablo en el desierto al Mesías para erigirse por encima de los simples, y las tres las rechazó anteponiendo libertad, fe, y tolerancia.

Este pugilato de conceptos es precisamente lo que lo convierte en el oponente irreconciliable del anciano inquisidor. Los tiranos se admiran entre sí sean de la casta que sean. Se admiran porque se consideran hombre fuertes que, valga la redundancia, han puesto esa fuerza a disposición de la masa de simples, a la que ofrecen protección a cambio de que pongan en sus manos la libertad, porque, como simples que son, "teme" que un mal uso de la misma los lleve directamente al caos. Por su parte, el anciano inquisidor reconoce la grandeza de la ofrenda de libertad del Mesías, a pesar de estar plenamente convencido que, de ponerse en práctica, sobrevendrá el fin de lo que predica.

El Mesías, con su ofrenda, se ha convertido en un disidente: es un hombre grande que se ha negado a ejercer la autoridad que supuestamente le corresponde por naturaleza. Por eso es condenado a arder en una hoguera a la mañana siguiente, que será atizada a una orden del inquisidor por los mismos simples a los que pretendió liberar. La libertad es la gran herejía porque supone el pan inseguro, el pan fruto del esfuerzo responsable de los simples que destronará al tirano una vez que aprendan a valerse por si mismos, según el argumento del Mesías disidente, contra el pan que ofrece el inquisidor; un pan seguro aunque rancio y escaso, pero humillante. Humillante porque se vale de la fuerza y del terror para arrebatarlo a quienes lo producen, para después devolverlo a cucharadas que, como si no bastara, tienen que agradecer de por vida en nombre de la justicia y la equidad.