18-3-2008

RELATIVISMO Y DOCTRINA CRISTIANA

 

Una de las características fundamentales de las sociedades contemporáneas, desde las más atrasadas hasta las más adelantadas, es la subestimación de las ciencias humanas. La preponderante corriente del relativismo cultural, se ha dado a la tarea de legitimar toda idea que surja buenamente en la cabeza de cualquier mortal acerca de la historia, la cultura o la religión. Reconoce la evolución científica en lo que respecta al estudio de la materia y los fenómenos naturales, y ello porque es demostrable a través de los sentidos. Lo novedoso está en que niega la que se ha producido en el campo de las humanidades debido a su abstracción, y bajo el manto de una mal interpretada igualdad, las equipara a todas. El resultado de la secularización y del relativismo está a la vista: hasta los más inteligentes, subestimando la investigación seria en dichos campos, padecen un alarmante analfabetismo, entre otros tipos, religioso.

Contrario a lo que de manera inconsciente –o de manera intencional- suele esgrimirse por personas que practican otras religiones, incluyendo a los ateos, el cristianismo no es el arma de la que se valió la raza blanca para imponer su dominio sobre el resto de los pueblos, sino el freno que luchó y ha luchado siempre por impedir que en dicha raza, eternamente expuesta a los mismos peligros que el resto, germine la semilla del déspota que, a decir de Martí, habita en cada hombre de cualquier raza y explota apenas le cae un átomo de poder1. El cristianismo tiene como doctrina esencial el amor al prójimo y a Dios, asumiendo que éste último amó tanto al hombre que, además de revelársele, le dio libertad para elegir entre el bien y el mal, por lo que es un referente que obliga a actuar derecho, pero solo desde el punto de vista moral. No es culpable de los desmanes que hayan cometido en su nombre los europeos durante la conquista de América y las incursiones al África, ni se impuso a las mitologías de aquellos pueblos, sino que las fecundó. El cristianismo no condena, por citar alguna, a la religión musulmana; lo que condena es la manipulación que hacen los ambiciosos que tras máscaras religiosas o culturales explotan los resentimientos y pasiones de sus pueblos conduciéndolos al odio fanático a todo lo diferente. Tampoco condena, en el caso de algunos países de América, la ascendencia de la mitología africana, sino que se opone moralmente a la manera con que algunas personas, amparadas en tradiciones, promueven la venganza entre los hombres, o lucran explotando el dolor por enfermedad o por frustración en personas débiles en la fe.

Hay que saber discernir entre la religión que diviniza el Verbo y la mitología, porque los conceptos tienden a mezclarse entre los menos avezados. Esta última, según filósofos jonios, no era más que la personificación de elementos, de fuerzas físicas –aire, agua, sol, trueno, etc.- o de ideas morales. El filósofo griego Evhemero sostuvo que los mitos no eran sino el recuerdo idealizado de los mortales, (dioses, héroes), divinizados después de su muerte. Más tarde fue explicado a través del antropomorfismo, como un estado natural del hombre primitivo que tendía a fiarse únicamente del testimonio de sus sentidos, para el que todo lo que estaba dotado de fuerza o movimiento tenía vida propia.

La mitología es un estado anterior a la religión monoteísta –ahí está el caso de la Grecia y la Roma antigua- por lo tanto ésta supuso un salto en la evolución del hombre que, aceptando la idea del Verbo Encarnado, intentó explicarlo mediante el uso progresivo de la razón. El cristianismo desde sus orígenes incorporó a su doctrina lo mejor de la filosofía griega, y de alguna manera fecundó la mitología europea al incorporar el uso de imágenes, fenómeno que más de mil años después repitió en América en lo que ha dado en llamarse sincretismo, por lo tanto, ni es excluyente, ni desprecia al resto de las culturas, ni se trata de una religión de blancos, sino universal. Una de las pruebas palpables es que en Cuba la advocación de Nuestra Señora, declarada Patrona de los cubanos, es mulata, así como es negra la Virgen de Regla. Ello sin contar con que el Seminario de San Carlos fue la cuna de nuestra nacionalidad, por lo que la cubanía que germinó allí al amparo de un cristiano comprometido, el obispo Espada, basta para legitimar el mestizaje de una tierra que aspiró siempre al progreso de todos sus hijos, sin exclusión, tomando como referencia el de los pueblos más adelantados de la época, para lo cual, lógicamente, se hacía imprescindible dejar atrás tanto el atraso medieval que heredaron los hijos de los españoles, como el atraso primitivo que heredaron los hijos de los africanos. El desafío ahora está en cómo explicarlo en una época en que la humildad que promueve choca de frente con los intereses de poder de los líderes de oficio –políticos, religiosos, magnates económicos e ideólogos- que alientan la suficiencia y la rebeldía en las masas ignorantes para tener hombros en los que alzarse.

 

1 Obras Completas tomo 10, página 189. Ahí está el caso de la revolución haitiana.