20-9-2008

 

Esto de la firmadera de cartas ya es un relajo

Creo haber leído, en alguna parte, que fue uno de los filósofos de la edad antigua el primero en establecer una especie de división humana, teniendo en cuenta la facultad de cada cual para poder acceder o no a la sabiduría. Si mal no recuerdo, calificó a los que jamás verían más allá de las narices, con un gentilicio derivado de la doctrina que niega el acceso del conocimiento humano a la idea del Absoluto: a éstos les llamó agnósticos. Al resto, por cierto una ínfima minoría capaz al menos de tener una noción clara de su muy limitada capacidad para abarcar todo el conocimiento que encierra el universo, les llamó intelectuales.

Esta idea, como toda ciencia humana, se resiste a la verificación objetiva aplicable a las ciencias naturales. Por lo tanto, puede volverse pan caliente en las manos de cualquier demagogo. Los estrategas de la batalla de ideas que libra la cúpula militar cubana contra sus opositores, han empleado no poco tiempo y neuronas en aras de utilizar como arma de combate la aparente maleabilidad de dicha definición.

Una organización pantalla, la UNEAC, ha sido designada por la jerarquía gobernante para designar, y valga la redundancia, a los que merezcan merecer el título cuasi nobiliario de intelectual. Y también para sancionar a quienes ya no merezcan hacer gala del mismo, como el primer paso a la guillotina de la muerte civil: la que más teme esta subespecie.

Todo parece indicar que la ofensiva comenzó cuando aquél grupo de escritores y artistas nucleados alrededor de la revista Encuentro de la Cultura Cubana, con sede en Madrid, tuvo la iniciativa de recoger firmas entre personalidades para condenar la represión-escarmiento que dio el gobierno de Cuba a la oposición en la primavera de 2003.

Habían antecedentes a este tipo de iniciativa internacional respecto a Cuba, sobresaliendo el caso de Mario Vargas Llosa a raíz del “caso Padilla” a fines de los sesenta o a inicios de los setenta, y el caso de Reinaldo Arenas a inicios de los noventa, solo que entonces no había el desarrollo de la comunicación y de la información que hay ahora, ni el gobierno de la Isla se encontraba tan débil de argumentos, así que podía darse el lujo de pasar por alto esta clase de desafío.

A partir de 2003 la firma de cartas y documentos a favor o en contra de esto o de aquello se volvió una conga. Ante la iniciativa de los de Encuentro..., ordenó el gobierno de acá a su “brazo blando”, o sea a los artistas e intelectuales, escribir una “carta a los amigos que están lejos” –porque hasta

Saramago, Sabina y Serrat, que es el colmo, se habían virado “con cartas”. Pues bien, el gobierno les perdonó el error de haber blasfemado contra una decisión del dios de todas las izquierdas y les dio una segunda oportunidad. Y quién le dice a usted que esa gente les respondió firmando otra carta alegando que no estaban confundidos, y que dejara de una vez el descaro de cometer atropellos escudándose en los supuestos atropellos del imperialismo. Y como más tercos que esos ancianos hay que mandarlos a hacer, ordenaron a la UNEAC escribir otra “a la conciencia del mundo”, leída en el desfile del primero de mayo del mismo año, a la que respondió la crema y nata de la paranoia antiimperialista. Ahí fue donde perdí la cuenta.

Todavía no hace dos semanas que recogieron firmas a favor de la liberación de los agentes de la seguridad cubana encarcelados en los Estados Unidos, y ya volvieron a hacer lo mismo para que los americanos nos quiten el bloqueo, aprovechando la coyuntura de los dos huracanes que nos azotaron. Ya se ha vuelto un relajo, como sucedió con las marchas multitudinarias que terminaron con el castigo de la opinión pública mundial: la indiferencia.

¿Será que nadie puede explicarle a esa gente que el recurso de la recogida de frmas solo debe emplearse cuando se tiene la certeza absoluta de que va a funcionar, porque este tipo de apelación funciona como la broma de aquella fábula de “a correr que viene el lobo”, que cuando la reacción haga falta de verdad, la iniciativa no surtirá efecto?

Claro que nadie puede explicarles porque, ni la grasa en el cerebro se opera, como dice la canción de Moneda Dura, ni ellos, que son los duros, aceptarán jamás consejos de la parte blanda de la sociedad. Además, está por verse quiénes fueron los intelectuales que firmaron. De que grandes figuras del arte lo hicieron, no me cabe duda. El arte, y por extensión el artista, pueden prescindir de la política a la hora de realizarse, e incluso someterse a ella hasta cierto punto, siempre que la misma no interfiera en su compromiso con la creación. Pero los hombres de ideas no. Ningún hombre de ideas actúa como un carnero frente al poder absoluto, ni respalda con su silencio cómplice ninguna clase de atropello contra sus colegas, ni se asocia a ninguna organización incapaz de la más mínima muestra de discrepancia con el poder que la financia. En un país donde legalmente solo un hombre está autorizado a generar ideas, quien se pretenda intelectual, para ser considerado como tal, está obligado a de-mostrar que, ante todo, es un hombre libre.