21-6-2008

 

LADRILLO Y AGUARDIENTE

 

Para explicar la chapucería con que trabajó aquella brigada recién llegada de Oriente, solía hacerse una anécdota. Contaban que el jefe del sector de la policía había llegado en un camión al parque del pueblo, se había apeado, y a todos los desempleados que merodeaban en horario laboral, vagos les llamaba, les había dado a escoger entre irse de constructores para La Habana, o ir presos. Claro que todos elegían la primera opción. El chiste estaba en que, una vez sobre el camión, se habían repartido las evaluaciones: tú serás el carpintero A y tú el B, tú serás el albañil A, y tú el C.

La jarana se puso de moda, no solo entre los de la brigada de Pinar del Río que la usaron para defenderse de la emblemática acusación de haber tenido que romper un cine nuevo porque se les había quedado dentro una hormigonera, sino entre los vecinos de la comunidad que fueron a construir. Los de Oriente negaban a rajatabla haber cometido semejante desatino. El problema estaba en que, cierto o no, para los vecinos, el argumento, además de pintoresco, era creíble. O, por lo menos, más creíble que las soluciones que ha propuesto Carlos Lage en el discurso de resumen de la reunión de los presidentes municipales del Poder Popular a inicios del presente mes.

Hace dos años, a un amigo lo pusieron al frente de la remodelación general de una escuela primaria que debía estar lista para el inicio de curso y faltaban solo cuatro meses. ¿La solución a la falta de mano de obra? Uno de los puntos sugeridos por Lage: la amplia participación de las empresas. La escuela se llenó, entre otros, de técnicos en economía, de obreros de la industria alimentaria, y de funcionarios de todo tipo que nunca habían cogido una cuchara de albañil en la mano, en una proporción de hasta más de siete ayudantes por cada obrero evaluado. Estos improvisados constructores que tenían controlado su "escape" en su centro laboral –así se conoce en el argot, para información de Lage, a lo que él llama robo de materiales- se vieron en la obligación de reacomodarse a la nueva circunstancia para cumplir a la vez con la revolución y con la comida de los hijos. El disgusto de los constructores se hizo evidente, porque no era lo mismo compartir los mosaicos, los azulejos, o el cemento que "sobraba" con un ayudante, que compartirlo con siete.

¿Solo trabajando más, como dice el titular del Juventud Rebelde del 8 de junio, podremos triunfar? Eso es pecar de ingenuidad. Uno de los errores de nuestros dirigentes está en equiparar el acto de recolectar tomates con el acto de levantar una pared de bloques. La primera puede realizarla cualquiera sin preparación, la segunda no.

Tanto la agricultura como la construcción, en Cuba y en el resto del mundo, suelen ser los trabajos peores remunerados en cuanto a la proporción entre el salario y el esfuerzo que se realiza, de ahí que el grueso de la mano de obra de ambos sectores la constituyan los inmigrantes. La mayoría de nuestros constructores provienen de las zonas más atrasadas del país, pernoctan en barracones en la periferia de las ciudades, visitan la familia solo en agosto y en diciembre, y trabajan como mínimo diez horas de lunes a sábados y medio día los domingos. Ello sin contar que, en fase de terminación, se abusa de la ignorancia de los mismos instándoles a trabajar hasta más de dieciséis horas porque la revolución necesita la obra en fecha, y porque se supone que sean hombres duros. Así es como cargan sobre sus hombros lo que es culpa del deficiente sistema constructivo. Nuestros constructores empleados en empresas estatales trabajan más que los animales de tiro, porque aquellos cuando se agotan ni a palos caminan. ¿No será más de revolucionarios tratarlos como a seres humanos que, entre otras muchas cosas que no mencionaré en este artículo para no extenderme, necesitan del descanso del fin de semana para la vida en familia?

No es haciendo del esfuerzo una consigna como mejor podremos triunfar. Si bien es cierto que para ser albañil no hay que ir a la universidad, también es cierto que se trata de una vocación. Masificar la mano de obra constructiva movilizando trabajadores de empresas que nada tienen que ver en el ramo, o convocando a vecinos bien intencionados, es un escandaloso atentado al financiamiento de la obra y a la calidad.