25-10-2008

El amor todo lo espera sigue esperando

A la reflexión del Rector del Seminario San Carlos y San Ambrosio y del director de la revista Temas, dos instituciones emblemas del pensamiento cubano contemporáneo y antagónicas entre sí, sumaré una que, por haber salido de los arrabales, brotará libre de la imprescindible prudencia que exigía –y exige- la interpretación de aquel mensaje de los obispos en 1993 para alcanzar el propósito final del mismo: la reconciliación entre todos los cubanos.

Después de haber perseguido a los cristianos con tanta saña como Nerón, de haber usado el ICAIC para ridiculizarlos, de haber deportado para España a la mitad de los curas y a las monjas dejando a la Iglesia más pelada que una cafetería en pleno período especial, y después de haberse coronado al mismo tiempo sumo pontífice y dios de la nueva religión: la marxista, se cumplía la profecía bíblica que se le aplica a todo el que desafía el poder de Dios: la de la Torre de Babel y la de las Murallas de Jericó al mismo tiempo.

Empezaba el destape, y de las catacumbas de la sociedad cubana empezaban a brotar por todos lados retoños de lo que Marx denominó el opio de los pueblos. Con tanto opio de todas las variedades, sería impopular nuestro emperador si no se llevara un porro a la boca, así que como buen populista popularizó una consigna de inspiración judía que resumiría la esencia de la nueva estrategia a seguir: empezó a cacarear que su honda era la de David.

A los salseros les dio carta blanca para que se pusieran al frente de la restauración de las religiones afrocubanas, con Adalberto Álvarez a la cabeza repitiendo una y otra vez día y noche por la radio y la televisión “y qué tú quieres que te den”. Al frente de la tradición protestante puso a un norteamericano: Lucius Walker, un bautista liberal que no le hizo ninguna gracia a los bautistas del patio, que continúan ejerciendo su ministerio sin el menor protagonismo, mientras su homólogo norteamericano se roba el show con sus caravanas y sus broncas en la frontera con México.

Faltaba el hueso duro: la Iglesia Católica, una religión operante en el marco de la única institución que ha sobrevivido a todos los imperios desde el romano, por lo tanto con más memoria que todos los elefantes de la tierra juntos. Y la Iglesia se la tenía guardada. A los curas no podría irles con el cuento de que su honda era la de David, porque los curas sí tenían claro de que tendría el tamaño físico del futuro rey David, pero que, como el gigante,aplastaba a todo aquél que se atravesara en su camino.

Por eso fue que el grito lo puso en el cielo en septiembre de 1993, porque fue tan creyente que se creyó la teoría aquella que inventó a fines de los ochenta y que trazaría la política de los años siguientes, aquella inspirada en la frase atribuida al jefe de propaganda del nacionalsocialismo alemán de que una mentira repetida mil veces llegaba a convertirse en una verdad. En versión suya, el mensaje revolucionario había que divulgarlo con la misma insisten-cia con que los cristianos habían divulgado su doctrina para que se legitimara. De nada le sirvió dar prácticamente una misa –perdón, un discurso- por semana, en 1989, porque lo de la mentira repetida... sencillamente, es una metáfora, no una verdad literal.

Si cuando estuvo preso en Isla de Pinos por jugar a los pistoleros, en medio de tanta literatura decimonónica alemana, francesa y rusa, hubiese hecho un aparte para leer a Félix Varela, hubiese aprendido que no hay dogma, ni culto nuevo, si el mismo no es universal o conforme a los principios de lo universal aplicados a casos, lugares, y circunstancias particulares. ¿Qué le hizo pensar que sin el más universal de los principios junto al amor: la libertad, podría construir un imperio de justicia y equidad? ¡Menudo disparate!

La doctrina morirá junto con su autor, porque solo será eterna aquella que tenga el amor como fin, y la libertad como medio esencial para alcanzarlo. Por otro lado El amor todo lo espera, ya como documento histórico, sobrevivirá al resto de los discursos con que infructuosamente trató de legitimarse en el trono.

Mientras tanto y mientras que en Cuba haya comunismo, los obispos seguirán pagando caro su osadía. Los ha condenado a la incomprensión el hecho de haber debutado por lo grande luego de treinta años sobreviviendo a duras penas, transgrediendo con aquella Pastoral el límite espacial de lo estrictamente privado que entonces le otorgó el gobierno a las religiones.

El gobierno los mastica porque no le queda más remedio, mientras a la oposición, tanto la de dentro como la de fuera de Cuba, no hay dios que le haga entender que la Iglesia es un referente moral, no un partido político, y los cuestiona cada vez que se le da el chance. Yo no; yo desde mi perdido rincón observo las partes en conflicto, y sonrío cada vez que el tornero de la esquina asegura, con sarcasmo, que el diablo fue el que guió la pluma de los obispos aquel 1993