5-2-2008

 

A La Cabaña a hacer turismo

Hacía rato que esperaba un artículo como "La lectura en el quehacer del cubano", publicado en el Trabajadores del 21 de enero, en especial por la mención que hace a una "reveladora" investigación efectuada a partir de una encuesta a más de dos mil participantes a la Feria del Libro. También me llamó la atención que se resaltara el hecho de que la muestra realizada para la investigación "no calificara como representativa estadísticamente", cuando dichas investigaciones –que si se han hecho no han sido muy divulgadas- deberían actuar como termómetros del magno evento.

Y es que contrario a lo que se pretende hacer creer, la lectura no es una actividad de masas como podrían llegar a serlo el cine o la música, cuyos eventos promocionales se ajustan con relativo éxito a la masificación. Cada febrero experimento la sensación de que insta a la población a comprar libros como si fueran tomates en un glamouroso agromercado; y eso en la sede principal, porque si vamos a la zona rural, la Feria no pasa de ser cuatro mesas llenas de libros en la glorieta del parque, con cuatro bibliotecarias bostezando frente al desencanto de la mamá que no encontró libros de figuritas, mientras tiran un pestañazo arrulladas por la melodía de algún reguetón estrafalario. Y al final nos enteramos por los noticieros de que se sobrecumple el plan: casi un centenar de sedes por todo el país, con una venta de millones de tomates –perdón- libros. Porque con nuestros best sellers, Padura y Pedro Juan Gutiérrez, sobre todo, no hay quien se empate. ¿O es que no se ha enterado el Instituto del Libro que lo son, y por eso equivocan el número de tiradas favoreciendo libros que nadie compra? ¿Hará falta realizar investigaciones para saber que tipo de literatura no va a aburrir a los "consumidores"? Para comprar la obra de estos dos autores hay que adivinar el día del lanzamiento, y prepararse físicamente para abordar el punto de venta como se aborda un camello, porque sus libros escasean más que la carne de res.

De todos los eventos culturales que se realizan en el país, es la Feria del Libro el menos novedoso en cuanto al producto que expande. Ninguna otra rama de la cultura padece la censura que padece ésta: los cubanos estamos más o menos al día en lo que respecta a la música que se escucha en el mundo, y con más o menos demora al final accedemos a lo último de lo mejor del cine mundial. Pero cuando de libros se trata, la desinformación es casi total. Incluso los medianamente instruidos, que hacen la mayoría, son incapaces de mencionar a los autores contemporáneos con nombres y apellidos, y menos de hablar con entusiasmo de tal o mas cual obra: "a mi –suelen decir las mujeres en un patético alarde de cultura- me gustan las novelas románticas", "y a mí –alegan los hombres- las de espionaje y los policíacos".

La Batalla de Ideas cuenta con un eficiente y tapiñado grupo de inquisidores medievales, que desde las instituciones a las que pertenecen, dictan lo que se debe publicar y promueven a los que se deben promover, sin tener en cuenta que la lectura, a diferencia de otras manifestaciones, es la que más libertad necesita para llevarse a cabo, porque el grado de concentración que requiere también puede convertirla en la más tediosa de las experiencias. ¿El resultado de la imposición y de la omisión?: la apatía. Decenas de miles de personas que, más que comprar sin previa promoción lo que les sugiera el instinto, van a disfrutar de la gastronomía y de la pomposidad de un bello espectáculo cultural.