18-11-2008

 

Sinfonía en rojo mayor

Era una edición española de los años cincuenta, papel amarillento, polillas, hojas sueltas, letra pequeña, y más de dos pulgadas de grueso. Todo un reto, o un clavo, como se dice en el argot; sin embargo, la dedicatoria, cuya página afortunadamente no se había extraviado, era más que suficiente para alcanzar el efecto de la necesaria provocación.

En ella el autor deploraba un pequeño poema que afirmaba haber copiado de un número atrasado de Pravda, el órgano oficial soviético, en el que un niño acusaba a su madre de traidora a la revolución por haber entrado al granero de noche a robar el trigo del koljós.

El libro se presenta como el testimonio de un médico –un científico- soviético, marginado por cristiano y por haber pertenecido a la burguesía antes de la revolución, al que un mal día la KGB le secuestra a la mujer y a las hijas para obligarlo, en contra de sus principios, a eliminar a altos funcionarios del gobierno caídos en desgracia, de manera que parezca muerte natural. Se aseguraba que un soldado del ejército de Franco que había peleado junto a los fascistas en la invasión a la Unión Soviética, había encontrado el manuscrito en un edificio bombardeado a inicios de la década del cuarenta, y diez años después, en plena guerra fría, salía a la luz en España. La demora se había debido a las incongruencias fruto del terror psicológico bajo el que había sido escrito, al deterioro del original, a la letra ilegible, y a la traducción: un marketing con todas las de la ley para vender propaganda anticomunista, en el que, por si fuera poco, en una de las tantas conversaciones del doctor con su contrafigura, un inteligente y apuesto joven chileno, al que también Stalin le había secuestrado a la madre en un viaje de turismo ideológico para reclutarlo como agente secreto, se introduce al liberalismo como arquitecto de un fascismo diseñado como maquinaria antisoviética.

Más allá del evidente marketing que presenta al libro como el testimonio de un tal doctor Landowski cuya existencia real no puede probar, Sinfonía en rojo mayor, junto a 1984 y a Rebelión en la granja de Orwell, constituyen verdaderas radiografías a un sistema de tiranía que, a diferencia de su homólogo opuesto, el fascismo, logró escapar a la sentencia histórica de crimen contra la humanidad, por razones sobre todo estratégicas.

Sinfonía..., al igual que 1984, centran el conflicto en dos personajes antagónicos: el disidente verdadero, temeroso e inseguro, y el disidente falso, valiente y decidido, que manipula al primero como un gato a un ratón. Esta, y no otra, aflora en ambas novelas como una especie de teoría presentada por los autores como la principal arma del estalinismo para mantener a raya a la población en general y a la oposición en particular. La sospecha fundamentada de que todo disidente pueda ocultar a un potencial agente de la Seguridad –recuerde la Primavera Negra- además de ser una de las lecciones del canon del estalinismo mejor aprendidas y aplicadas por la Seguridad cubana, resulta esencial a la hora de comprender el fenómeno de las multitudinarias marchas a favor del gobierno en contraste con la soledad de la oposición.

No vengas a tirar cascaritas que aquí nadie va a patinar”, se le dice a todo aquél que llega a un grupo y se pone a hablar mal del gobierno sin ser amigo probado de los integrantes de dicho grupo, en alusión a que a los agentes secretos se les conmina a fingirse desafectos a la revolución para “marcar” o “señalar” –dos verbos que en Cuba tienen un significado que los rebosan al “gusano tapiñado”.

En base a este detalle, en el que por razones de espacio no profundizo, se basa toda una estrategia de dominación, que unida a la persecución aberrante de la menor actividad económica independiente, hacen la combinación perfecta. Esta persecución a la que aludo se asienta en la explotación de necesidades fisiológicas tan primarias como puede ser la alimentación: seguirle la rima a un opositor equivale a ser “marcado”, y “ser marcado”, equivale a que la policía haga un registro en mi casa y descubra, me multe, y me prohíba, vender los durofríos gracias a los cuales obtengo el equivalente a un dólar diario, que unido al equivalente de los 70 centavos que me paga el Estado por trabajar ocho horas me garantiza el arroz, los frijoles y el aceite.

Esta sinfonía burda que amarga el pan nuestro de cada día –que enferma nuestros oídos- de la que escapamos subiendo el volumen de los DVD y de las memorias mp4, es la que niega a la oposición el menor indicio de protagonismo (heroísmo), marginándola al solitario y amargo padecimiento por la fe en la libertad (martirio). Pero sume el cubano la Sinfonía en rojo mayoral índex de sus lecturas, si llegara a interesarle el tema tanto como le interesan los Show de Cristina y los Sábados Gigantes.