17-5-2008

 

¿BUENAS INTENCIONES O SOLUCIONES?

 

La sección Cartas a la dirección debutó en Granma hace un par de meses como lo más auténtico del diario, abriendo un espacio que en mucho deja atrás el Acuse de recibo de Juventud Rebelde en cuanto importancia y alcance de los temas tratados. La vox populi, en favor y en contra, ha estado escuchándose desde entonces como hacía tiempo no ocurría en los medios oficiales.

No llama la atención que la inmensa mayoría de los remitentes, por no decir todos, dediquen al menos un renglón a aclarar que son revolucionarios convencidos; seña que intuyen que, de sospecharse lo contrario, la carta puede ir a la basura. No obstante dicha actitud de una forma u otra mide la temperatura social al tomar en cuenta el lector no solo lo que dicen los remitentes, sino lo que prudentemente callan.

Tampoco faltan los cazadores de brujas. Las sociedades comunistas fomentan un altruismo universal en favor de un futuro tan abstracto como perfecto, que además de reprimir el egoísmo positivo radicado en la psiquis que insta a las personas sanas a ser creativas en aras de obtener beneficios materiales, estimulan uno de carácter negativo: el que las lleva a denunciar a las ovejas que desertan del rebaño. Estas muestras de altruismo políticamente correctas que abundan en la sección, parecen ser las recomendables, además, para las asambleas de rendición de cuentas: los cubanos solo queremos del gobierno un poco de cartón de techo o de cemento para sellar la gotera. Da la impresión que los grandes males ni los olemos, porque al carecer de ideas generales, concentramos el instinto de rebeldía en minucias de la vida corriente.

Remedando aquellos análisis de grupo que se hacían en las escuelas al campo, en que el profesor guía nos conminaba a delatarnos unos a otros bajo el eufemístico deber de ejercer la crítica y la autocrítica, de moda a partir del proceso de rectificación de errores que antecedió al período especial, un tal C. Robinson se arrepiente del pecado de no haber denunciado a un vendedor de camas ilegal, una jubilada de Educación se indigna porque hay profesores que cobran por repasar en sus horas extras, y un tercer lector propone una ofensiva contra los ancianos que revenden el periódico, entrecomillando, para descalificar, el apelativo que les da de luchadores. En los tres casos el Estado o la revolución –da lo mismo- nos lo muestran como víctimas de un pueblo que parece no agradecer las buenas intenciones que se tiene con él, y de paso se les recrimina que no se resignen a vivir dignamente de un salario indigno.

Y es que estos remitentes, igual que muchos cubanos, han interpretado mal la doctrina al subjetivizar el Estado. La verdad es que el pueblo agradece las buenas intenciones, pero no cabe dudas que mejor agradecería buenas soluciones. El pueblo, al ser abandonado a su suerte por un Estado que como institución solo atina a pedir resistencia, se apresura a buscar las soluciones con los rudimentos que tiene, empujándose así al camino más frecuentado: la ilegalidad. Con la ilegalidad aparece el miedo a ser descubierto, y acto seguido la mentira como reacción del instinto de conservación.

Y como si fuera poco, como si a diario no tuviéramos que cuidarnos del vecino, del compañero de trabajo, e incluso del agente disfrazado de buscador de larvas de mosquito que un par de veces por semana tiene plena autorización para registrarnos la casa y el patio, nos encontramos con que ahora a los héroes de la docilidad bovina han encontrado un espacio en el Granma de los viernes para sus eyaculaciones patrióticas. ¡Vaya solución!