26-7-2008

 

El bolsillo de hoy, y las ideas de ayer

Quizás fue estudiando la crítica de Marx al capitalismo del siglo XIX, como al empresario norteamericano Ford, a inicios del XX, se le ocurrió metamorfosear a sus trabajadores, de mano de obra barata en mercado para sus productos, aumentándoles el salario. Para algunos, Ford se erigió como uno de los paradigmas del capitalismo, cuando sus obreros comenzaron a ir al trabajo conduciendo los automóviles que ellos mismos fabricaban.

Nuestras cadenas de tiendas, vendiendo artículos de primera necesidad como ropa, calzado, aceites y jabones, por cada peso invertido obtienen una ganancia que oscila entre los 0.80 y 1.60. Mientras tanto un vendedor particular de carne de cerdo, luego de pagar, por ejemplo, 1100 pesos por un animal en pie de cien libras, que después de quitarle el mondongo, la cabeza y las patas se queda en 65, la venden a 22. El resultado es 1430 pesos, más 50 de cabeza y 20 de patas, 1500, restándole cien pesos del alquiler del camión o del carretón para el transporte del animal, son 1400, menos pongamos que cinco libras de merma en la tarima y lo que pierde en grasa, cuyo precio es menor, se le queda en 1300. Al final obtiene una ganancia de 200 pesos, y ello suponiendo que se libre del asedio de los inspectores. Es decir, que invirtió 1100 pesos y ganó 200, lo que equivale a una ganancia de solo 18 centavos por cada peso invertido, contra los 80 o 160 que ganó el Estado con la venta en las tiendas por divisas.

Pero eso no lo ven ni la prensa escrita, ni la televisión, ni el pueblo en general, que aparentemente suelen conformarse más o menos con todo, menos con los precios de los alimentos de los mercados, cuando en la práctica éstos últimos los adquiere, en comparación al resto de los artículos de primera necesidad, hasta siete veces más baratos.

Es una presión arbitraria sobre nuestros agricultores e intermediarios que viene desde las instancias más altas del gobierno, pasando por los medios de prensa, hasta la misma población, cuyo ingenuo analfabetismo económico le impide darse cuenta que para que bajen los precios de los alimentos –porque hasta el momento no ha salido nadie en la televisión hablando de lo caro que está el jabón o la ropa- tendría que bajar el combustible para el riego y el arado, el fertilizante, tendrían que modernizar los tractores y camiones que transportan la mercancía a los mercados porque la mitad de ellos datan de la década del 40 y del 50, lo que encarece su explotación debido a las frecuentes roturas, y por último tendrían que bajar el resto de los productos de primera necesidad, incluyendo los de los materiales de construcción, para que el campesino pueda adquirirlos a un precio justo.

Entonces el problema no está en los precios, sino en el bajísimo poder adquisitivo del consumidor cubano. Y se activa la cadena, la pata de la economía que complementa el problema del capital: el mercado. Y cuando digo mercado no hablo solo del pueblo cubano que sobrevive en su mayoría con dos o un dólar diario y hasta con menos. Hablo de nuestras industrias alimenticias estatales, incapaces de hacerle frente a la producción agrícola porque, además de funcionar muchas de ellas con viejas e ineficientes tecnologías soviéticas, ni podrán vender su mercancía en Cuba debido al precario poder adquisitivo de los consumidores cubanos, ni en el extranjero debido a que no estarán en condiciones de competir. La solución es entregar tierras, pero con los pies en ella.

Estudiar a filósofos, pensadores, héroes y mártires del siglo XIX, como cada viernes nos sugiere Armando Hart en sus extensos artículos del Granma, de poco nos servirá porque estamos en el siglo XXI, y ni los filósofos, ni los pensadores, ni los héroes ni los mártires que cita, eran expertos en economía, y en los tiempos que corren es ésta la que señorea el mundo ideológico. En materias económicas ni siquiera es válido estudiar a Ford que ahorita cumple cien años, a no ser como referencia histórica, porque, sencilla-mente, el mundo es otro.